Cuando me desperté esa vez, estaba sola en la cama. Oh, no. Tragué saliva,
mirando a mi alrededor. La almohada olía a él, cosa que me distrajo un
momento, pero... ¿dónde se había metido Jack? ¿Se había ido? ¿Otra vez?
¿O...?
El ruido de la ducha. Menos mal.
Mira que eres paranoica, chica.
Volví a dejarme caer en la cama, un poco agotada sin saber por qué, y
decidí que no iría a correr por un día. Spencer iba a matarme si seguía sin
entrenar. Bueno, tenía tiempo para ponerme en forma en caso de emergencia
antes de verlo.
Me puse de pie felizmente y fui a la cocina a hacer café para todos, ya
que seguramente ellos no estarían en condiciones físicas de hacerlo por sí
mismos después del estreno de Jack. Estaba de buen humor. Seguía sintiendo
su beso en la comisura de mis labios. Habíamos avanzado mucho en poco
tiempo. Quizá, esa noche volvería dormir a la cama. Nunca había tenido
tanta prisa porque fuera de noche.
Estaba tomando el primer sorbo de mi café cuando llamaron al timbre.
Le di un trago mientras abría la puerta distraídamente.
Me quedé muy quieta al ver que era el señor Ross.
Durante un momento, los dos nos miramos de arriba a abajo. Él iba
vestido tan bien como siempre, pero yo... mierda, iba en mi pijama de
siempre. Parecía una vagabunda. Me puse roja al instante, pero el color
desapareció de mi cara cuando pasa por mi lado hecho una furia, chocando
con mi hombro. Casi se me cayó el café.
—B-buenos días —murmuré, sorprendida, cerrando la puerta.
Él se quedó de pie en medio del salón y miró a su alrededor antes de
girarse hacia mí con los labios apretados.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó directamente.
—¿Cuál de los dos?
—Sabes perfectamente cuál de los dos, Jennifer.
Me sorprendió un poco la agresividad de sus palabras.
—Está en la ducha —señalé la puerta, confusa—. Pero, si espera un
momento, puedo llamarlo y...
—Déjalo en paz —me cortó con un gesto—. He venido a hablar contigo.
Parecía un poco tenso, pero no decía nada. Me aclaré la garganta.
—Si no le importa, voy un momentito a vest...
—No —me cortó de nuevo—. Siéntate.
Parpadeé, sorprendida por la orden, pero lo hice igual. No quería
discutir. Quizá algo estaba mal y por eso se comportaba así. Me senté en uno
de los taburetes de la barra y él se quedó de pie con las manos en las
caderas. Clavó en mí una mirada que hizo que me encogiera un poco.
—No sabía que habías vuelto —me dijo, y casi sonaba a reprimenda.
Removí mi café lentamente, haciendo tiempo para buscar una respuesta y
no parecer idiota.
—Vine hace unas semanas —murmuré.
—Sí, lo sé —me dijo—. Tenía entendido que habíamos llegado a un
trato, Jennifer.
—¿Un trato? —repetí, confusa.
—Me dijiste que querías a mi hijo, ¿no? —se acercó—. Dijiste que
harías lo que fuera por su futuro.
—Y lo hice —le recordé—. Lo dejé.
—Sí, pero has vuelto.
Me quedé mirándolo un momento, confusa.
—Él ya no está en la escuela de Francia, señor Ross.
—Lo sé perfectamente —su tono era cortante—. Pero has estado
viviendo con él, ¿no? Sabes lo mal que está. Tienes que saberlo. A no ser
que estés ciega. O que seas tonta.
—Sé perfectamente que este último año no ha sido el mejor de su vida —
esta vez me irrité un poco yo—, pero eso no quiere decir que...
—No entiendo por qué has vuelto, Jennifer. ¿Quieres que empeore? ¿Es
eso?
—Volví para estudiar, no para...
—¿Y necesitas hacerlo aquí? ¿Tienes que vivir justo aquí? ¿No hay una
residencia de estudiantes?
—Bueno... sí, pero...
—¿O es que aquí te lo pagan todo y ahí no?
Parpadeé justo antes de fruncir el ceño.
—Se está pasando de la...
—¿No ves que estás haciendo que Jack empeore, Jennifer?
Se acercó a mí y se sentó en el taburete que tenía delante, poniéndome
una mano en el hombro. Sus ojos estaban inundados de preocupación cuando
lo apretó un poco y decidí bajar mi nivel de enfado.
—¿No te has dado cuenta? —repitió.
Bueno, quizá estaba alterado porque se preocupaba por él. Apreté un
poco los labios. No debería enfadarme con él.
—Creí que había mejorado —murmuré.
—No ha mejorado, Jennifer. Lo sabes bien.
—Sí, sí lo ha hecho. Él... anoche durmió aquí y... hace unas noches que...
—Solo quiere que creas que ha mejorado, pero ha empeorado.
Muchísimo. Al principio, no entendía por qué. Después, te vi aquí y todo
tuvo sentido.
Suspiró largamente y yo lo miré sin comprender nada de lo que me decía.
—Sé que tus intenciones son buenas —me dijo lentamente—. Sé que
sigues sintiendo algo por él. Algo muy fuerte. Pero... tu presencia no ayuda,
Jennifer. De hecho, empeora las cosas.
»Mi relación con Jack mejoró muchísimo gracias a ti. Siempre te estaré
agradecido por ello. Y mi mujer también. Por primera vez en nuestras vidas,
viene a visitarnos de vez en cuando y podemos mantener conversaciones
sobre nuestras vidas sin terminar en discusiones. Es precisamente gracias a
todo lo que me cuenta... que sé que tu presencia aquí no es algo que debamos
prolongar.
Hizo una pausa y suspiró.
—Siento en el alma tener que pedirte esto, Jennifer, de verdad, pero..
quiero que te vayas a vivir a la residencia.
Me quedé mirándolo, perpleja.
—Por el bien de Jack. Y por el tuyo. Ahora mismo, no tenéis una
relación sana. Os hacéis mucho daño el uno al otro.
—Pero...
—Si el problema es el dinero, puedo ayudarte. Es lo mínimo que puedo
hacer.
Estaba tan sorprendida que no me di cuenta de que me había quedado
mirándolo con los labios entreabiertos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Yo... creía que había mejorado —murmuré.
—Jennifer, tú solo has conocido a Jack en su periodo bueno —me dijo
lentamente—. Yo he estado con él toda su vida. En su periodo malo, puede
llegar a ser un muy buen mentiroso.
—Pero... yo... yo creía... —sacudí la cabeza—. No. Él ha mejorado. Lo
sé. Lo conozco.
Por primera vez, pareció que él perdía un poco la paciencia.
—¿Lo conoces? —repitió—. ¿De qué? ¿De los tres meses que
estuvisteis juntos? He tenido dolores de cabeza más largos, por el amor de
Dios. Sois unos críos. No conocéis nada el uno del otro. No os conocéis ni a
vosotros mismos.
—No es cuestión de tiempo, señor Ross —aparté su mano de mi hombro,
haciendo que frunciera el ceño—. Es cuestión de... de muchas otras cosas.
—¿De qué otras cosas? ¿No me dijiste que te importaba su bienestar?
—¡Y me importa!
—¡Entonces, deja de intentar arruinarle la carrera! —me espetó—. ¿No
ves que eres una distracción? ¡No eres más que eso! ¡Desde que has
decidido... volver a complicarle la vida... se ha saltado más de cinco
entrevistas con empresas importantes! Y solo por pasar más tiempo contigo.
Esto es ridículo.
Espera, ¿qué?
¿Cuándo había hecho eso?
—Jack es un adulto —remarqué, a la defensiva—. Y tiene a su manager
para que se preocupe de esas cosas. Él sabe...
—¡Él no sabe nada, igual que tú! —el señor Ross negó con la cabeza—.
¿Quién te crees que eres, Jennifer? ¿Crees que podrías hacerlo feliz? ¿De verdad te lo crees?
Iba a responder de malas maneras, pero me detuve en seco.
—¿Eh?
—¿Crees que podrías hacerlo feliz? —repitió, remarcando cada palabra
—. ¿Más que Vivian?
—¿Vivian? —seguí repitiendo como una idiota.
—Sí, Vivian. Esa joven tan prometedora que ha estado interesado en él
desde el día en que se conocieron. Y todos sus seguidores quieren que estén
juntos. Te odiarían si te metieras en medio, querida. ¿Y sabes la popularidad
que daría a Jack una relación entre ellos? ¿Te puedes hacer a la idea de lo
famoso que sería?
Me había quedado sin palabras. No me había dado cuenta de que estaba
de pie. Él también se puso de pie y se acercó, señalándome.
—Pero, claro, Jack no ha querido saber nada de ella en todo este tiempo.
Incluso estuvo a punto de rechazarla como su actriz principal. Y todo porque
piensa... en ti —puso una mueca, como si eso fuera horrible—. Eres una
distracción, Jennifer. Una demasiado grande.
—Jack es famoso por su talento —remarqué, enfadada—. No por salir
con una actriz cualquiera.
—¿Y cuánto crees que durará su carrera solo por su talento? —
preguntó, frustrado.
—¡Mucho! —fruncí el ceño—. ¡Yo creo en él!
—¡Ni siquiera has visto su película, por el amor de Dios!
—¡No lo necesito, confío en él y sé que sabe perfectamente lo que hace!
¡No necesita empezar a salir con una actriz cualquiera para que su carrera
continue! ¡Y usted debería confiar más en su hijo!
Él se quedó en silencio un momento, mirándome fijamente. Por un
instante, creí que iba a darse la vuelta y a marcharse, pero se limitó a apretar
los labios y a buscar algo en su bolsillo. Observé lo que hacía con
confusión, todavía enfadada.
—¿Cuánto? —preguntó, abriendo una libreta.
Parpadeé, confusa.
—¿Cuánto qué?