¿Por qué no estás todavía estresada?
¿Por qué debería estarlo?
Se te ha olvidado el pequeño detalle de que vas a casa del señor Ross,
¿no?
¿Y?
¡Es el enemigo! ¡Vas a casa del enemigo, pedazo de suicida!
—¿En qué piensas tanto? —Jack me frunció el ceño.
En que estoy teniendo una conversación conmigo misma.
—En que deberías estar agradecido por esa sudadera tan bonita y nueva
que llevas puesta.
Me miró con mala cara antes de centrarse en la carretera de nuevo.
La verdad es que intenté no pensar demasiado en el señor Ross. Después
de todo, Agnes y Mary también estarían ahí. Y Mike. Y, ¿cuál era la
alternativa? ¿No volver a ir a su casa nunca solo porque sabía que él estaría
ahí? Además, no iba a decirme ninguna tontería delante de Jack. No era tan
idiota como para eso. Eso era lo que importaba.
Aún así, mis nervios fueron aumentando a medida que subimos la calle
hacia su casa. Tenía un mal presentimiento. Uno muy malo.
Bajé del coche ajustándome el jersey y siguiendo a los hermanos
Monster. Mike se adelantó y abrió de un portazo, como siempre. Escuché que
saludaba felizmente a su madre al entrar. Jack fue el siguiente mientras yo
cerraba la puerta del garaje. Era raro volver a estar ahí después de todo lo
que había pasado. Como si... bueno, como si todo volviera a la normalidad.
Me adelanté cuando vi que Mary estaba ahí de pie, abrazando a Jack. Le
dijo algo en voz baja, sonriendo y apretándole las mejillas. Jack se apartó, irritado —como siempre— y ella me dedicó a mí su sonrisa.
—Hola, querida —me dijo suavemente, también como siempre—.
¿Cómo estás?
—Bien. Gracias por invitarme.
—Gracias por venir —me puso una mano en el hombro—. Jackie me
había dicho que quizá no querrías.
Clavé la mirada en su hijo, que levantó los brazos en señal de rendición.
—Madre mía, tampoco he matado un perrito. No me mires así.
—Bueno, está claro que una de tus virtudes no es la adivinación, Jackie.
—Exacto, Jackie —lo irrité.
Él me puso mala cara y Mary sonrió, divertida.
Me acerqué al salón, donde Mike se había encendido la consola y estaba
disparando a diestro y siniestro por una ciudad. Por algún motivo, iba en un
convertible rosa y su arma era amarillo chillón. Agnes estaba a su lado con
un segundo mando, poniéndole una mueca a la pantalla.
—¿Tengo que matar a ese?
—¡Sí, rápido o sacará una ametralladora y...! ¡ABUELA! ¡Ya te ha
matado!
—Pero... —ella parpadeó—, ¡si era un niño!
—Abuela, tenía treinta años.
—Pues eso, un niño.
—¡Saca ya las granadas o...! ¡¡ABUELA!! ¡Vas a hacer que nos maten a
los dos!
—¿Sabes lo que contamina una granada, jovencito? Yo no usaré eso.
Me adelanté, sonriendo. Agnes también sonrió al verme.
—Hola, Jennifer —me saludó tranquilamente—. ¿Has visto esto? Me
estoy modernizando.
—¿Estás segura de que quieres empezar esto de los videojuego
disparando? —preguntó Jack, asomándose por encima de mi hombro.
—Relaja bastante —ella se encogió de hombros—. Creo que me
compraré una consola de esas para mi casa. Y mataré a la gente cada vez que
me sienta frustrada.
Jack y yo intercambiamos una mirada divertida cuando ella y Mike se
colaron en un centro comercial y empezaron a disparar a todo lo que se movía. En fin...
Nos pasamos un rato con ellos mientras Jack animaba a su abuela y yo a
Mike. Estaban sorprendentemente igualados. Al final, Mike ganó y chocamos
las manos, divertidos, pero toda diversión se esfumó cuando los cuatro
escuchamos la puerta principal abriéndose y cerrándose. El señor Ross. No
podía ser otra persona.
Efectivamente, él se acercó al salón y enarcó una ceja al vernos. O,
mejor dicho, al verme con ellos. Aparté la mirada y la clavé en la rodilla de
Mike. Cualquier cosa con tal de no mirarlo a él. Intimidaba mucho.
—¿Podéis dejar esas tonterías y empezar a poner la mesa?
—Hijo, no seas aguafiestas —protestó Agnes.
Hubo un momento de silencio. Incluso Mike se había tensado.
—Venga, apagadlo —Mary había aparecido para firmar la paz—. La
cena ya está lista.
Nos acercamos a la mesa y noté una mirada clava en mi nuca como si
quisiera hacer que saliera corriendo. Tragué saliva y me senté entre Jack y
Mike. Ambos parecían un poco más tensos que antes. Agnes se quedó
delante de mí y me guiñó un ojo, haciéndome sonreír. Miré al señor Ross,
que no daba señales de querer sentarse cuando Mary empezó a pasarnos los
platos.
—¿Qué haces? —le preguntó ella, confusa.
—Estoy esperando... —se detuvo y sonrió—, oh, ahí está.
Desapareció por el pasillo y yo aproveché para beber un trago de agua.
Tenía la boca un poco seca. Creo que Jack se dio cuenta de mi tensión,
porque me miró algo extrañado, pero toda esa confusión desapareció,
dejando paso a una tensión horrible emanando de su cuerpo cuando el señor
Ross apareció por el pasillo... con Vivian.
Ella iba con una blusa y unos pantalones estrechos. Y parecía una
supermodelo. Sonrió amplia y directamente a Jack, que le frunció el ceño.
—¿Vivian? —preguntó Mary, pasmada.
—Pensé que sería una buena idea que viniera —sonrió el señor Ross,
señalándole la silla libre entre él y Agnes—. Para que conociera a la
familia.
—¿Para que conociera a la familia? —repitió Mary, y por su tono supe
que la idea no había sido de su agrado.
Vivian la ignoró completamente y se sentó con elegancia delante de Jack,
sonriente.
—Hola a todos —sonrió—. Espero no haber hecho esperar.
Silencio. Ella no le dio demasiada importancia.
Miré a Jack de reojo. Él tenía el ceño fruncido hacia su padre, como si
no entendiera qué demonios hacía. Cuando miré al señor Ross, vi que él
tenía los ojos clavados en mí y me giré al instante hacia mi plato, roja de
vergüenza.
La verdad es que la cosa no fue mal al principio. No tenía grandes
expectativas de que eso terminara bien, así que Vivian parloteando de su
trabajo en la película era casi un alivio. Al menos, no había silencio tenso.
Jack sí estaba tenso. La miraba con mala cara. Y me daba la sensación de
que Vivian solo lo miraba a él. De hecho, ni siquiera me había echado una
sola ojeada. Dudaba que supiera de mi existencia.
—Bueno —Agnes tomó el relevo de la conversación, mirándome—, no
pude felicitarte por tu cumpleaños. Felicidades atrasadas, querida.
—Oh, es cierto —dijo Mary y su mirada se iluminó—. Felicidades,
Jennifer. ¿Has recibido algún regalo?
Miré de reojo a Jack, que se relajó al instante para dedicarme una
sonrisa de lado.
—Jack me dijo que le habías aconsejado a la hora de elegirlo —
murmuré.
—Oh, sí. Espero que te guste el óleo.
—Y pintar —añadió Mike con la boca llena de comida que engullía
como un loco.
—Me encanta —aseguré enseguida—. No puedo esperar a estrenar la
caja.
—No entiendo eso de pintar —murmuró Mike—. Es decir... ¿no te
aburres? Parece aburrido.
—Es que destrozar un micrófono a gritos es mucho más entretenido —
Jack puso los ojos en blanco.
—Pues tiene su arte —protestó su hermano—. Y te desahogas.