Un mes más tarde
—Por Dios, que alguien mate ya a ese bebé y acabe con su
sufrimiento —murmuró Jack, tapándose la cara con un cojín.
Intenté no reírme con todas mis fuerzas. En realidad, yo estaba tan
cansada como él, solo que me lo tomaba con un poco más de filosofía. Tenía
el llanto de Jane grabado en el cerebro. Y eso que estábamos en una
habitación distinta. Escuché los pasos de Will hacia el salón con el bebé
para no molestar a Naya. El problema era que el pobre Mike estaba ahí. No
tardé en oír sus protestas.
—Se pasa las noches llorando y los días durmiendo —murmuré mirando
el techo—. Es como si lo hiciera a propósito.
—Lo hace a propósito —remarcó Jack, irritado—. Es un niño. Es malo
por naturaleza.
—¡No todos los niños son malos! —me reí.
—Lo son. Todos. Son como gremlins. Parecen muy adorables, pero no
hay quien los aguante.
—¿Y qué hay de Jay y Ellie?
—He cambiado de opinión. Prefiero adoptar un perro.
Sonreí, divertida, cuando Jane volvió a llorar con fuerza y Jack soltó una
palabrota. Para mi sorpresa, se quitó a sábana de encima, se puso unos
pantalones y fue directo a la puerta.
—Espero que no vayas a matar un bebé —recalqué, incorporándome.
—Claro que no, ¿por quién me has tomado?
—Por alguien que tiene cara de querer ir a matar a alguien.
—Bueno, no estás tan equivocada. Voy a matar a los padres del bebé que
no se calla.
Suspiré y me apresuré a seguirlo antes de que se tirara del pelo con
Naya. En cuanto llegué al salón, vi que Will acunaba al bebé con los brazos intentando que se callara. Sue—también la habían despertado— y Mike
estaban sentados en el sofá con cara de adormilados. Jack estaba de brazos
cruzados a mi lado.
—¿Se puede saber qué le pasa? —preguntó el último, irritado.
—Si lo supiera —le dijo Will lentamente—, ¿te crees que no intentaría
que dejara de hacerlo?
—Yo creo que nos odia a todos —comentó Mike.
—Pues ya somos dos —murmuró Sue.
—¿Dónde está Naya? —pregunté, confusa.
—Durmiendo —Will casi lo dijo con rencor—. No me puedo creer que
pueda dormir con un bebé llorando justo al lado de su cama.
Él puso una mueca cuando Jane volvió a llorar, esta vez con más fuerza.
Estaba a punto de ofrecerme a ayudarlo cuando alguien golpeó la puerta
principal. Los vecinos. Genial.
En un mes, habían venido como diez veces para quejarse de Jane. Podía
entender que les molestara el ruido, pero... ¿qué podíamos hacer nosotros?
¿Tener una habitación insonorizada o qué?
Hasta ahora habíamos tenido suerte. Normalmente, era yo quien les abría
la puerta y les explicaba tan bien como podía que ya estábamos intentando
calmar al bebé. Si hubiera respondido Sue, probablemente les habría
cerrado la puerta en la cara.
Había un vecino en concreto, el de arriba, que tenía demasiado mal
genio. Y se acentuaba cuando no podía dormir. Así que imagínate cómo
estaba cuando bajaba, me decía de todo y yo tenía que mirarlo con mala cara
y callarme las palabrotas que tenía en la punta de la lengua.
Por ese motivo —y porque parecía que Jack iba a matar a alguien de
verdad— me adelanté y fui yo sola a la puerta, abriendo con la expresión
más amable que pude encontrar en ese momento. Efectivamente, era el
vecino de arriba. Y me miraba como si fuera a aplastarme de un momento a
otro.
—Hola, vecino —murmuré.
—¿Hola? —repitió fuera de sí—. ¿Se puede saber qué le pasa a ese
crío?
—En realidad, es una cría —aclaré.
Él se detuvo y se acercó a mí con el ceño fruncido.
Ya empezamos.
—¿Tengo cara de que importe lo que sea, niña?
—Estamos intentando que se calme —le dije, como siempre.
—Pues está claro que no funciona. Haced algo útil de una vez.
Abrí la boca para decir algo, pero me detuve cuando noté que una mano
se apoyaba con un poco más de fuerza de la necesaria en el marco de la
puerta, justo a mi lado. Suspiré. No necesitaba girarme para saber quién era.
Especialmente por la mirada que le echó el vecino. Ya no parecía tan
valiente.
—¿Qué? —le preguntó Jack secamente.
El hombre se recompuso.
—Vengo a quejarme de los ruidos infernales que está...
—¿Y a cuánta distancia necesitas estar de alguien para quejarte?
El hombre le puso mala cara, pero dio un paso hacia atrás, alejándose de
mí.
—Ese niño está llorando —remarcó.
—Nos hemos dado cuenta, gracias —Jack enarcó una ceja—. Por si se te
había olvidado, duerme a cinco metros de nuestra habitación.
—Es un ruido muy molesto.
—Vamos a intentar que se duerma de nuevo —le dije, intentando calmar
las cosas.
—Más te vale, niña —me espetó.
¿Por qué solo me hablaba así a mí? ¿Le había hecho algo en otra vida y
no lo sabía?
—Como si no fuera suficiente que os paséis el día dando gritos y
montando fiestas —siguió el hombre—, ahora tenéis un maldito hijo.
—¿Qué fiestas? —arrugué la nariz, confusa.
—Sabes que hay una cosa que se llama taparse las orejas, ¿no? —le dijo
Jack.
Por la cara del hombre, estuve a punto de dar un paso atrás.
—Jack... —murmuré, intentando que se metiera otra vez en casa.
—¿Y si no quiero taparme las orejas? —le preguntó bruscamente el
vecino—. Te recuerdo que estoy en mi casa.
—Y yo te recuerdo que, ahora mismo, estás en la nuestra. Y si no quieres
taparte los oídos, haznos un favor a todos y tápate la boca.
Madre mía.
Se me encendieron las mejillas al instante. El hombre miraba a Jack
como si fuera a explotarle una vena del cuello. Y a él no parecía importarle
demasiado, como siempre.
Intenté volver a calmar el ambiente, pero dudé que fuera a servir de algo.
—Siento el ruido —empecé—, es lo malo de vivir en un edificio, que
los vecinos...
—Que los vecinos son siempre basura, sí —me espetó el hombre.
—Si no te gusta la gente, vete a vivir en medio del bosque —le espetó
Jack a su vez.
—Pero... ¡¿es que no vais a hacer nada?! —preguntó él, furioso.
—Sí, suicidarnos. Si quieres participar, solo tienes que subir a la terraza
y tirarte de ella. Nosotros ya vendremos después a hacerte compañía. Buenas
noches.
Le cerró la puerta en la cara y yo lo miré con la boca abierta. Él frunció
el ceño.
—¿Qué?
—¿Te has vuelto loco? ¡Ese hombre tiene cara de asesino sangriento!
—Yo sí que seré un asesino sangriento como vuelva a hablarte así.
Menudo imbécil. ¿Has dejado que lo hiciera todos estos días?
—Yo... bueno... solo es un hombre de mal humor. No quería empeorarlo.
—Pues que pague su mal humor consigo mismo, no contigo —pareció
que iba a decir algo, pero se detuvo cuando Jane lloró con más fuerza—.
Estoy empezando a considerar el suicidio en la terraza como una opción
viable de verdad.
Suspiré y me acerqué a Will, que se estaba quedando dormido de pie. Él
no pudo más, así que se giró hacia el primero que encontró, que fue Mike.
—Sujétala un momento.
Él puso una mueca y lo hizo como pudo. El pobre no estaba muy
acostumbrado a los niños pequeños.
Y, justo en ese momento, la niña parpadeó hacia Mike y dejó de llorar de
golpe.