—Entonces, ¿no has sabido nada de él desde ayer?
Negué con la cabeza y Jane me sonrió, contrastando bastante con mi
humor, cuando me agarró un dedo con la manita. Estaba tumbada en mis
piernas y se reía cada vez que le ponía una mueca. No recordaba que los
niños se me dieran tan bien.
Y menos estando de un humor tan bajo.
—No —murmuré.
Naya, a mi lado, estaba preparando un biberón para la niña. La miré de
reojo.
—¿Has considerado que el bebé te...? —me señalé el pecho.
—¿Has visto alguna vez un pezón después de eso? No, gracias. Por
ahora, eso solo lo hará Will.
—Demasiada información —murmuró Sue, leyendo un libro en el sillón.
—Como sea —Naya recogió a la niña y la colocó para empezar a
dárselo. Ella agarró el biberón con ambas manitas y empezó a beber
felizmente—. Ya conoces a Ross. Es incapaz de guardar rencor. En dos días
volverá a estar aquí.
Ojalá yo hubiera tenido esa seguridad.
Cada vez que lo llamaba y no me respondía, sentía que mis esperanzas se
iban haciendo más y más pequeñas. Y no ayudaba que Mike hubiera desaparecido también. Aunque por un motivo muy diferente. Y Mike no me
preocupaba tanto. Él volvería cuando se calmaran las cosas, como siempre.
Jack era distinto. No volvería hasta que se le pasara el cabreo.
Y no era solo conmigo. E ahí el problema. También con Will. Y... bueno,
creo que con todos. Casi hubiera preferido que fuera solo conmigo.
Aproveché que Naya hablaba en voz baja con la niña para mandarle otro
mensaje. Ya había unos quince sin respuesta. Suspiré y vi que no se había
conectado desde anoche. Seguro que ni había mirado el móvil.
—Bueno, ¿y no vamos a hablar de eso? —Naya señaló mi mano con la
cabeza.
Miré el anillo y casi me entraron ganas de llorar.
—¿Ahora? ¿En serio? —Sue le enarcó una ceja.
—A ver, es para distraerla.
—Has hecho un gran trabajo, Naya.
—Gracias —sonrió ella, obviando la ironía del comentario—. Bueno,
¿has pensado ya cómo quieres que sea o no?
—Pues... no. Y mucho menos hoy.
—¿Por qué no?
—Naya, mi prometido no me habla.
—Ya se le pasará.
—¡O no!
—Claro que sí. A ver, supongo que yo seré tu dama de honor, ¿no?
Menos mal que Jane soltó un hipido en ese momento y la distrajo, porque
sinceramente no estaba de humor para hablar del tema. Ni siquiera había
dicho nada a mi familia. Bueno, técnicamente Shanon y mis padres ya lo
sabían, pero los demás no.
Me pasé la tarde yendo de un lado a otro por la casa con la esperanza de
que la puerta fuera a abrirse de un momento a otro. No sucedió. Y le mandé
unos cuantos mensajes más. Ya desistí en intentar llamarlo. Total, no me iba
a responder, ¿no?
Ya era de noche cuando me quedé sola en el sofá. Naya y Jane estaban en
su habitación y Sue había desaparecido hacía un rato encerrada en la suya.
Will me lanzó el mando a distancia y se puso de pie.
—¿Vas a esperarlo? —me preguntó, no muy convencido.
—No —me encogí de hombros, mintiendo descaradamente.
Me miró un momento y pareció darse cuenta de que no había mucho que
pudiera decirme para que cambiara de opinión, porque suspiró y se dio la
vuelta.
—Oye, Will.
—¿Sí? —volvió a centrarse en mí.
—¿Has... intentado llamarlo?
Dudó un momento.
—Sí.
—¿Y te ha respondido o...?
Apartó un momento la mirada, avergonzado.
—Mira, te va a responder en algún momento, ya lo conoces.
—Es decir, que sí te ha contestado —murmuré.
—No es... lo mismo.
—No pasa nada —murmuré—. Solo... no quería que se enfadara contigo
por mi culpa.
—¿Por tu culpa?
—Yo te pedí que mantuvieras el secreto.
—Sí, y yo decidí guardarlo —negó con la cabeza—. Mira, todos nos
equivocamos. Y él te perdonará. Igual que tú le has perdonado mil veces.
Solo déjale algo de tiempo. Y vete a dormir.
Vi que se daba la vuelta e iba a la habitación, dejándome sola. Me quedé
mirando la televisión un rato y alcancé la mantita. Ya empezaba a volver el
frío. Y yo seguía yendo en pantalones cortos de algodón. Era muy lista.
Miré la hora en el móvil varias veces —o, más bien, si me había
respondido— y volví a dejarlo en la mesa todas esas veces, algo
decepcionada.
Al final, asumí que, simplemente, no iba a llegar. Apagué la televisión
cuando ya era de madrugada y me puse de pie, dejando la manta con un poco
más de fuerza de la necesaria. Idiota. Él. Y yo también. Pero él más.
Y fue en ese glorioso momento cuando escuché la puerta de la entrada
abriéndose.
Me di la vuelta al instante y, efectivamente, lo vi entrando. Él ni siquiera
se había dado cuenta de mi presencia. Iba vestido de la misma forma que la última vez que lo vi. Bueno, quizá un poco más despeinado. Pero parecía...
extrañamente relajado.
Como no sabía cómo reaccionar —o, más bien, cómo reaccionaría él—,
me quedé de pie ahí, mirándolo. Tragué saliva cuando levantó la cabeza
hacia mí.
—Hey —murmuré, incómoda.
Sus ojos me recorrieron de arriba abajo antes de volver a los míos.
—Hey —enarcó una ceja.
Y creo que fue ahí cuando me di cuenta... de que estaba malditamente
borracho.
—¿Has bebido? —pregunté en voz baja, acercándome.
Jack casi pareció divertido cuando me siguió con la mirada hasta que me
planté delante de él.
—Depende —ladeó la cabeza, sonriendo de lado.
—¿Que depende? ¿De qué?
—De a lo que te refieras. No he bebido agua.
Y contuvo una sonrisa cuando vi que le fruncía el ceño. El impulso de
empujarlo fue fuerte, pero me contuve, apretando los labios.
—¿Esto te hace gracia? —le pregunté, enfadada.
—¿El qué?
—¿Se te han olvidado todos esos meses, Jack?
—¿Qué meses?
—¡Los que te pasaste encerrado en una habitación! ¿Se te ha olvidado lo
mal que lo pasaste?
—Si no recuerdo mal, uno de esos meses fue prácticamente todo hacerlo,
así que tampoco fue tan malo.
Entreabrí los labios cuando empezó a reírse de su propio chiste.
Después, pasó por mi lado como si nada.
—Bueno, venga, vamos.
Lo seguí con la mirada, confusa, cuando vi que se dirigía al pasillo. Sin
embargo, se detuvo cuando miró a su alrededor y vio que no lo estaba
siguiendo. Me miró.
—¿A qué esperas?
—¿A qué...? ¿Dónde vas?