16 de abril
Respiré hondo y me miré otra vez en el espejo.
—Estás bien —insistió Shanon, detrás de mí—. Deja de ser tan pesada.
—Está nerviosa, déjala —protestó mamá antes de limpiarse
dramáticamente una lágrima—. Oh, cielo, no sabes lo preciosa que estás.
¡Por fin se casa algún hijo mío!
—Sí, porque con los demás lo tienes muy difícil —murmuró Shanon de
mala gana.
Mamá sonrió inocentemente.
—Mis esperanzas estaban puestas en vosotras dos. Los demás son casos
perdidos.
—Dijo la mejor madre de la historia —Shanon suspiró—. En fin,
deberíamos bajar ya, ¿no?
—Yo tengo que esperar a papá —murmuré.
—Pues te dejaremos sola un rato —Shanon me dio un apretón en el
hombro—. Suerte en el campo de batalla, hermana.
—Es una boda —le recordó mamá de mala gana.
—Pues eso. El campo de batalla.
Les sonreí, pero la sonrisa fue desapareciendo a medida que pasaron los
segundos en los que estuve sola. Respiré hondo y me miré de nuevo en el
espejo.
El maquillaje era muy casual para una boda, justo como había pedido. Y
tenía el pelo atado en un moño con varios mechones sueltos. Eso último
había sido una improvisación al darnos cuenta de que mi mechón rebelde no
iba a quedarse quieto. Al final, lo había rizado junto con algunos otros y
estaba mucho mejor. Tragué saliva y me pasé los dos por el borde del
vestido.
En el momento en que lo había visto, me había parecido perfecto. Y
seguía pareciéndomelo, pese a los nervios. Era muy sencillo. Y a mi padre
también le encantaba. Era difícil conseguir que le gustara algo, así que era un
alivio.
Tenía el cuello en v y toda la parte desde la cintura hacia arriba hecha de
bordados bastante bonitos. La parte de abajo era también blanca, pero lisa.
No era excesivamente largo. De hecho, me llegaba por los tobillos. E iba
descalza, claro. Reprimí una sonrisa al imaginarme la cara de horror de mi
madre cuando Shanon le dijo que tenía que ir descalza a la boda de su hija.
Me puse de pie y me revisé a mí misma con la mirada para asegurarme
de que todo estaba bien. Me quité una arruga con la mano, nerviosa, cuando
llamaron a la puerta. Naya asomó la cabeza y me miró.
—¿Puedo pasar? Es una pequeña emergencia.
Ya sabía qué pequeña emergencia era exactamente.
—¿Qué le pasa ahora a la pequeña emergencia? —sonreí.
—Creo que quiere mimitos de mamá —me informó con una mueca.
Naya abrió del todo la puerta y se acercó a mí con el bebé en brazos. Él
estaba berreando como un poseso mientras intentaba alcanzarle el pelo para
tirar de él y Naya intentaba esquivarlo torpemente.
—¿Por qué se me dan tan mal los niños? —protestó con una mueca.
—Porque ellos ven que eres una pesada —Sue entró tras ella—. ¿Puedes
hacer que el crío se calle ya? Tengo la cabeza a punto de explotar.
Sonreí y abrí los brazos. Naya me lo dejó y yo lo sujeté con la
experiencia de haberlo hecho ya cientos de veces en poco tiempo. En cuanto
él levantó la mirada hacia mí, se tranquilizó. Escuché a Naya bufar, pero la
ignoré y lo mecí un poco.
—¿Qué pasa, Jay? —le pregunté, divertida—. ¿Estás haciendo enfadar a
la tía Naya?
—Y a la tía Sue —remarcó ella, dejándose caer en la silla que había
usado hasta ese momento—. Por cierto, ¿puedo preguntarte qué he hecho
contra ti para que me obligues a ponerme este vestido estúpido?
Ella, Naya y Shanon eran mis damas de honor. Y las tres llevaban
vestidos de un tono azul claro muy sencillos, pero bonitos. Y el pelo suelto atado con dos mechones tras la cabeza. Naya estaba encantada, claro. Sue no
tanto.
—Sue —la miré—, te recuerdo que es mi boda.
—¿Y yo qué culpa tengo?
—Venga, no me seas amargada. Si te queda genial.
Naya soltó una risita divertida que hizo que me girara hacia ella.
—Sí, Mike se lo ha dicho unas cinco veces.
Las dos nos giramos hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja. Sue se
limitó a poner los ojos en blanco.
—Necesito amigos de mi edad.
—Solo tenemos dos años de diferencia —le recordó Naya, irritada.
—Mentalmente, no.
Las dejé discutiendo mientras seguía encargándome de que Jay no se
pusiera a llorar otra vez. No lo hizo. De hecho, bostezó y se recostó para
quedarse dormido.
—¿Habéis visto a los demás invitados? —pregunté.
—Están todos en la playa —Naya puso una mueca—. Aunque la verdad
es que me ha sorprendido un poco que confíes en tu hermano para toda esa
responsabilidad.
Todavía recordaba a Spencer viniendo con una sonrisa de oreja a oreja
para decirme que se había sacado un diploma por el que podía oficiar
ceremonias. Se lo había sacado por Internet. Después de discutirlo mucho —
y de asegurarme de que eso realmente existía y no se lo estaba inventando—,
Jack había terminado convenciéndome de que podía ser divertido.
Así que... sí, mi hermano Spencer —el mismo que me lanzaba comida al
pelo cuando se enfadaba— iba a ser quien oficiara nuestra boda.
¿Qué podía salir mal?
Todo.
Gracias, conciencia.
—Todo el mundo estaba esperando ya en la playa —añadió Naya—.
Dentro de unos minutos Ross irá al altar. Dios, qué raro se me ha hecho
decirlo en voz alta. Ross yendo a un altar. No creí que viviera para ver este
día.
—¿Habéis hablado con él?
Sue empezó a reírse.
—Estaba arrasando con la comida del banquete. Cuando su madre ha
empezado a gritarle que parara porque podía mancharse, él le ha gritado que
estaba nervioso y que lo dejara en paz.
Negué con la cabeza y, justo cuando Jay se quedó dormido, Naya vino
hacia mí.
—Déjamelo a mí. Imagínate que te vomita encima... menudo desastre.
—Sí... ¿puedes llevárselo a mi madre?
—Sin problemas —le hizo un gesto a Sue con la cabeza—. Venga, tita
Sue. Hora de irse.
—Por favor, no me llames así. Me deprime mucho.
—Como quieras —Naya se asomó por última vez—. ¡Nos vemos en el
altar, estás guapísima!
Sue también se asomó y vi que Naya le daba un codazo.
—Dile algo bonito.
—¿Eh?
—¡Que se lo digas!
—Oh, eh... um... Ross se empalmará nada más verte.
Sentí que mi cara se volvía roja al tiempo que Naya tiraba de ella
bruscamente.
—¡Mira que eres bruta! —escuché que la reñía por el pasillo.
—¿Y qué tiene eso de malo? ¿No es bueno que se empalme?
Cerré la puerta y me quedé sola por lo que pareció una eternidad. Papá
estaba abajo, esperando para venir a buscarme en el momento necesario. Los
del hotel habían sido muy amables al dejarnos toda su terraza, su parte de
playa privada y encargarse del catering.
Bueno, no había sido por amabilidad. Había sido por dinero. Pero ya me
entendéis.
Ya me había enroscado el mechón de pelo rizado en un dedo diez veces
cuando por fin escuché que llamaban a la puerta.
—¿Jenny? —la voz de papá me puso más nerviosa de lo que estaba—.
¿Estás lista?
Abrí y sentí que me temblaban las manos.
—No, pero tampoco lo estaré dentro de diez minutos.