Los ojos de Izuku se abrieron lentamente, teniendo que parpadear con ligereza para poder adaptarse a la oscuridad en la que se encontraba la habitación. Como cada día, despertaba en el mejor lugar de todos: con el pecho de Katsuki como almohada, con ese aroma a canela que le embriagaba los sentidos y cobijado en la calidez que le brindaban sus brazos. No sabía la hora, pero sabía que era lo suficientemente temprano como para que aún no se escuchara el bullicio de la ciudad y que su novio continuara durmiendo. Por lo regular Izuku no era una persona que se despertara tan temprano, Katsuki siempre era el primero en hacerlo y lo hacía antes de que el sol saliera. Tratando de no moverse demasiado, Izuku elevó su mirada para poder apreciar el semblante tan relajado de su pareja. Eran contadas las veces en las que el peliverde podía ser testigo de ver el rostro de su novio tan sereno, sin ese ceño fruncido o esa expresión molesta, por eso, cuando se despertaba tan repentinamente en medio de la oscuridad de la noche, dedicaba unos minutos para poder relajarse de aquella manera. Su pecho se llenaba de una gran satisfacción al poder despertar todos los días al lado de alguien como Katsuki Bakugo.
Sabía que les había costado mucho trabajo llegar hasta el punto en donde se encontraban en esos momentos. Que el carácter del rubio había sido el principal causante de todos los malentendidos en el pasado, de todas las palabras hirientes y todas las peleas que tuvieron. Katsuki prácticamente había construido un muro de acero demasiado grueso en donde el peliverde no tenía acceso, no sin estrellarse directamente contra la superficie de ese muro y resultar herido en el proceso. Habían existido gritos y golpes de por medio, pero al final, todo eso había sido perdonado y quedado atrás. En aquel entonces, Izuku se sentía demasiado frustrado porque desde niños siempre había considerado a Kacchan como alguien realmente importante en su vida, su modelo a seguir, pero el rubio siempre parecía quererlo lo más lejos posible. Nunca había entendido porque el rubio había cambiado demasiado con el hasta el punto de convertirse en el principal responsable de todas las burlas y ataques que recibía. Y aunque llegó a aceptar que lo odiaba, el dolor que aquella separación significaba solamente había conseguido incrementarse. Con el paso de los años habían sabido superar cada uno de sus problemas, no sin mucho esfuerzo por parte de ambos, por supuesto. Izuku había derribado poco a poco aquel gran muro, dejando al rubio totalmente indefenso ante la fortaleza que Izuku siempre le demostraba.
Finalmente pudieron dejar de lado todos los rencores que los atormentaban. Fueron capaces de sanarse mutuamente y apoyarse cuando más lo necesitaban para poder pelear hombro con hombro, protegiéndose el uno al otro. No fue un camino sencillo de recorrer, pero Izuku sabía que todo había valido la pena, y sin importar el dolor que todo eso pudo ocasionar, estaba seguro de que no se arrepentía de nada de lo que había pasado. Porque si lo hiciera, entonces estaría ignorando los sentimientos que habían surgido después. Aunque más que “surgir”, estaba seguro de que se trataba de una especie de evolución. Porque el cariño siempre había estado ahí, temeroso de ser reconocido y que todo lo que habían conseguido retrocediera. Pero ese cariño dolía demasiado cuando Katsuki observaba como el peliverde resultaba herido, y viceversa. Entonces ese cariño se transformaba en una ira pura y en un instinto protector y vengativo que lo consumía todo como el peor de los incendios. Izuku nunca había sido capaz de sentir tantas cosas por alguien como lo hacía con Katsuki.
Saliendo de sus pensamientos al darse cuenta de que llevaba mucho tiempo en la misma posición, Izuku sonrió con suavidad, apartando la mirada del rostro de su novio para después apoyar su oído sobre el fornido pecho del rubio para poder hacer su segunda cosa favorita en todo el mundo desde que la guerra contra Shigaraki había terminado: concentrarse en el sonido de los latidos de su corazón. Cerró los ojos, intentando que su mente solo se concentrara en el martilleo que era capaz de percibir como el rítmico sonar de un pequeño tambor. Desde que vivían juntos y compartían cama, aquello se había convertido en una costumbre para el peliverde. Un hábito que se le dificultaba poder dejar. Era su manera de comprobar que el rubio continuaba a su lado y de que seguía con vida.
Izuku recordaba, como si hubiera sido ayer, estar acostado en aquella cama de hospital mientras se recuperaba de las heridas físicas que había tenido en la guerra, despertando todas las noches en medio de un grito ahogado y llorando, recordando aquella escena que presenció cuando al fin pudo llegar hasta donde se encontraba Shigaraki. En aquel momento no se había sentido capaz de compartir lo desesperado que se había sentido o de la ansiedad que había recorrido la sangre de sus venas por no poder comprobar por cuenta propia que el rubio se encontraba bien, que iba a volver a ver sus ojos rojos. Cuando Katsuki comenzó a visitarlo por las noches en el hospital, lo agradeció tanto, pero no se atrevió a compartirle el porqué de sus pesadillas. Dormir a su lado en esos días tan tristes era lo único que lo había mantenido cuerdo. Una sutil sonrisa se dibujó en los labios del peliverde, abriendo de nueva cuenta los ojos decidiendo acariciar la mejilla de su novio con delicadeza, en aquel entonces ni siquiera era necesario que se abrazaran, el simple hecho de sentirle a su lado era motivo suficiente para que supiera que todo iba a estar bien.
… Badum… Badum… Badum…
Izuku aún era capaz de recordar como su propio corazón paralizarse de pura desesperación al ser testigo de cómo había encontrado a Kacchan tirado en el suelo en medio de un charco de su propia sangre, de la manera en la que el resto de sus compañeros y amigos estaban tirados y heridos. Pero era Katsuki quien más le había preocupado, quien había disparado su ansiedad porque se miraba tan pálido como la cera y sus ojos, que siempre brillaban con arrogancia y orgullo, se mostraban apagados y sin ningún rastro de vida en ellos. Nunca había odiado tanto a alguien como lo había hecho con Shigaraki, aun cuando se había prometido intentar salvarlo. De hecho, estaba seguro de que no odiaba a nadie en particular, ni siquiera llegó a odiar al propio Bakugo cuando se había comportado como un idiota con él desde la infancia. Pero simplemente no podía tolerar que alguien pudiera ser capaz de lastimar a su mejor amigo. Había sentido esa imperiosa necesidad de arrasarlo todo sin detenerse a pensar siquiera a quién hería. Estaba seguro de que si Lemillion no hubiera intervenido se habría dejado llevar por el rencor y la ira. No estaba acostumbrado a sentir tanto dolor y terror, mucho menos perder el control sobre todas sus emociones. Ni siquiera cuando se quebraba los huesos en su desesperado intento por poder controlar el One For All, había sentido tal cantidad de dolor. Pero no se trataba de un dolor físico, sino que había parecido que su propia alma era la que se había quebrantado en millones de pedazos al darse cuenta de que nunca más sería capaz de volver a ver al rubio. Incluso recordarlo le provocaba un ataque de ansiedad.