Katsuki había estado viendo su reloj constantemente desde hacía media hora y ya comenzaba a ponerse cada vez más intranquilo. Se había planteado más de un posible escenario con relación a aquella cita, y cada una resultaba más catastrófica que la anterior. Aun así, le fue imposible no intentar aquello, motivado más que nada por los ánimos bajos que había mantenido su novio en los últimos días, algo fuera de lo normal sobre todo cuando estaba a punto de graduarse.
Su mirada se desvió hacia el exterior de la cafetería con expresión ausente. Los meses habían transcurrido casi sin problemas luego del incidente de aquel evento en donde prácticamente se había declarado gay a nivel nacional y que mantenía una relación sentimental con el actual símbolo de la paz. Sus padres habían aceptado mejor de lo que había esperado su relación con el pecoso y los apoyaban constantemente. Su novio se había enfrascado en los últimos detalles de su graduación y había estado sumamente preocupado porque lo habían escogido para decir el discurso de clausura. Katsuki casi podría jurar que en medio de todo ese nerviosismo estaba feliz de terminar por fin la Universidad. O casi. Porque para el rubio le fue imposible no notar esas miradas ilusionadas que su novio le daba a su celular como si esperara recibir algo en particular, para después pasar a la decepción de no encontrar nada.
Y Katsuki sabía lo que le pasaba a su pareja, no por nada era quien mejor le conocía, aunque Izuku le sonriera con normalidad y le asegurara que todo estaba bien. Sabía que había intentado mantener contacto con su madre a través de mensajes, pero la desilusión en esos ojos verdes llenos de vida y que tanto amaba, le daba toda la respuesta que necesitaba para comprender la situación. Por eso había hecho todo lo que estaba a su alcance para hacer posible aquella cita, pero estaba comenzando a sospechar que quizás se había equivocado y a lo mejor hasta había empeorado toda la situación.
— ¿Katsuki-kun?
El rubio abrió más grandes sus ojos por completo sorprendidos debido a la persona que se había sentado enfrente de él. Había estado a punto de perder la esperanza de que aquella mujer fuera a llegar. Katsuki suspiró lentamente sintiendo una mezcla de alivio y nervios por partes iguales. Sonrió un poco, armándose de valor mientras se ponía de pie para hacer una reverencia.
— Gracias por venir, señora Midoriya.
***
El ambiente tenso que se había formado entre los dos mientras ambos pedían un simple café, bien podría ser cortado por un cuchillo. Katsuki pensaba que tenía que ser quien rompiera con ese silencio, pero de momento no se atrevía a hacerlo porque de alguna manera quería suponer que ambos lo necesitaban para poder organizar sus ideas. Y, sin embargo, también sabía que no podía extenderse para siempre o se arriesgaba a que todo se transforme en incomodidad. Cuando sus cafés fueron servidos, supo que había llegado el momento de comenzar.
— Señora Midoriya, quisiera disculparme con usted.
La peliverde había comenzado a beber su café con calma, luego, observó al rubio con total tranquilidad. — ¿Por qué te disculpas, Katsuki-kun? ¿Por querer a mi hijo?
El rubio negó al instante sin ningún tipo de duda en su semblante. — No. Nunca me disculparía por eso. — Respondió con seguridad para después suspirar con ligereza. — Tengo que disculparme por haber revelado lo nuestro de aquella manera tan descuidada. Lo último que quería era que todo saliera mal entre Izuku y usted. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa que desee si con eso las cosas entre ustedes se arreglan.
— ¿Lo que sea? — Inko lo meditó un poco para después observar al rubio con curiosidad. — ¿Incluso dejarlo?
Katsuki se tensó, apretando sus manos con fuerza. ¿Dejar a Izuku? ¿No despertar a su lado? ¿Privarse de sus sonrisas, sonrojos y alegría? Quizás en el pasado, quizás el Katsuki egocéntrico y orgulloso que era antes podría hacer eso, pero no él. La sola idea de tener una vida sin la presencia del peliverde le provocaba un inmenso dolor. Por toda respuesta, Katsuki se puso de pie, solamente para arrodillarse con sus manos apoyadas en el suelo y su cabeza por completo agachada. Inko Midoriya observó al rubio totalmente sorprendida ante tal acción, misma sorpresa que compartieron todos los demás comensales que se encontraban en la cafetería.
— Lo siento mucho. No puedo pedir disculpas por querer a Izuku y la idea de dejarlo me resulta insoportable. No puedo cumplir con ninguna de esas peticiones — Comenzó el rubio luego de un momento. — Podría retirarme de ser un héroe si eso la complace, o cualquier otra cosa, pero menos alejarme de él. Solo le pido que vuelva a hablar con Izuku, él la extraña muchísimo.
La peliverde se levantó, colocándose de cuclillas para quedar a la altura del hombre en aquella extraña posición que había decidido adoptar. —Por favor Katsuki-kun, levántate y hablemos con más calma, ¿sí?
El rubio observó a la madre de su pareja con curiosidad junto a sus manos extendidas en su dirección. Después de un momento de duda, tomó aquellas manos suaves y se puso de pie. — Gracias.
Inko negó, regresando después a su lugar. Acto seguido, bebió un sorbo de café para poder humedecer su boca. — Uno de los retos más grandes que tenemos los padres es poder educar a nuestros hijos por el buen camino. He visto a Izuku crecer y convertirse en un gran hombre. Lo he visto sacrificarse al tomar un don con el que no había nacido para poder hacerlo suyo. Y a pesar del terror que tenía durante la guerra al ser testigo de lo que tenía que enfrentar, nunca he estado más orgullosa de él. — Inko suspiró con ligereza al dirigirle una mirada llena de seguridad al rubio, quien volvía a sentarse enfrente de ella. — También lo vi derrumbarse cuando descubrió que su sueño había llegado a su fin. Lo único que quiero, lo único que toda madre quiere para sus hijos, es su felicidad, Katsuki-kun. — Katsuki iba a hablar, pero cayó cuando la mujer alzó su mano. — Que ambos sean hombres, quizás sea algo que me costará un tiempo asimilar, más no creo que sea imposible. Pero no es eso lo que más me preocupa, sino tú, Katsuki-kun. — Aquello fue como una bofetada para el rubio. El dolor se reflejó en su expresión, pero la peliverde no se inmutó ante eso. — ¿Crees que nunca me di cuenta de que molestabas a mi hijo desde niños? Por mucho tiempo me callé porque Izuku no quiso decir nada, pero una madre siempre está atenta, Katsuki-kun. No puedo negar que como persona has mejorado mucho, creo que todos se han dado cuenta de ello en realidad. Pero como madre, no puedo simplemente ignorarlo. Aunque Izuku ya sea mayor de edad y crea saber lo que quiere en su vida, yo no puedo aceptarte tan fácilmente, Katsuki-kun.