EMMA ROGERS
NEW YORK, 5 MESES DESPUÉS DE NAVIDAD
—Entonces ¿qué dices mi reina? —pregunta meciéndonos una y otra vez.
Estamos dando vueltas como un par de tontos bajo la luz de la luna y la cantidad de estrellitas rodeándola, todas nos observan mientras los bichos cantan. Estamos enfrente del jardín de mi dulce morada tal cual par de tórtolos.
—Que-eee ¿aguamasa, aguamasa, todo el mundo para su casa? —bromeo no tan en broma.
Relación sexual: según la Real Academia Española…, la verdad no tengo idea de su definición, ¡ja! ¡Ja! ¡Ja!, lo único que tengo claro es que no creo estar lista para el coito, o eso creo.
Llevamos cinco meses saliendo y no hemos pasado de los besos y no es porque él no lo desee, ya que sus pantalones en muchas ocasiones, al igual que en estos momentos dicen todo lo contrario, pero, ¡ah!, no sé qué me pasa.
Porque me gusta y mucho, es inteligente, maduro, independiente, considerado, tierno y caballeroso, y además, tiene dos bonus: sabe cuando debe ser cursi y es guapo. ¿Qué más podría pedirle a mi nanita? Sé muy bien que ella lo envió. Pero ajá, no sé qué pasa conmigo. Él bien alto, yo bien enana, no sé qué hace conmigo habiendo tanta mujer bella merodeando por estos lares.
—¿Nos vemos mañana? —pregunta dejando un suave beso sobre mis labios.
—¿Nos qué…? ¿A dónde crees que vas? —esta vez soy yo la de la pregunta.
¿Qué se está creyendo, eh?
—Me acabas de pedir que me marche —responde muy tranquilo. Demasiado despreocupado.
—¿Qué? ¿En qué momento? —pregunto cruzándome de brazos. Levanto un poco la cabeza para poder observarlo.
—“Aguamasa, aguamasa, todo el mundo para su casa” —repite tal cual grabadora— ¿qué significa? —ahora es él quien se cruza de brazos, eleva una ceja para que su pregunta sea un poco más intimidante.
Es un tonto.
—No hagas eso conmigo —exijo llevando ambas manos a las suyas y separándolas. Comienza a reír.
—¿Hacer qué? —pregunta con una sonrisa adornando su hermoso rostro.
—Eso —señalo su rostro al mismo tiempo en que agito mis manos—. Eso qué haces en tus negocios, discusiones y reuniones —Le explico.
—¿Esto? —interroga volviendo a elevar una ceja y cruzándose de brazos.
—Idiota —insulto dandole un empujón y tratando de entrar a mi dulce morada. Es un completo tonto.
—Reina —Me llama tomándome del brazo. Me jala y termino chocando contra su pecho del mismo modo en que lo hice el día en que nos vimos en casa de Audrey y nos besamos bajo el muérdago.
Sus labios siguen causando el mismo efecto en mi, se siente como magia, se siente como en navidad, pero en mayo. Se siente como amor verdadero.
—Algún día le contaré a Sophie que fui yo quien consiguió ese unicornio —murmura sobre mis labios luego de mágicamente, leer mis pensamientos.
—Si lo haces, puede que te acechen en las noches —bromeo y sus risas llegan de inmediato para removerme el corazón y algo más.
—¿Sabes…? Retiro lo dicho —responde entre risas.
—Buen chico —acaricio su rostro a la espera de otro beso.
—¡Guau! —Da un pequeño ladrido y rápidamente me desbordo en risas.
—Vamos —Le aliento a caminar hacia la entrada.
Entramos rápidamente y los besos regresan, como diría mi nanita: “aquí hay más dientes que en una pelea de perros”. Hay besos por aquí, besos por allá, manos por aquí, manos por allá —y bien escurridizas las condenadas—, logrando que la llama de nuestra pasión aún no explorada ni mucho menos descubierta, comience a encenderse.
—Creo que debemos detenernos —interrumpe nuestra pelea de perros, digo, de besos, pero no me agrada su interrupción—. Te amo y no quiero presionarte, ya sabes muy bien el rumbo que tomará esto —agrega y hace poco lo dije, “considerado y caballeroso”, es perfecto.
¡Muchas gracias Nanita mía! Aunque pensándolo bien, perdóname por lo que voy a hacer en un par de minutos. Sé muy bien que no estoy casada. ¿Aunque…, hace mucho que hice estas cositas, sabías?
—No me estás presionando y yo también te amo —confieso y sus manos van a mi rostro para levantarlo, acabo de bajarlo—. Solo no quise ser la primera en decirlo —agrego y niega antes de volver a besarme. Soy una tonta y le gusto así de tonta— y estoy al tanto de hacia dónde nos dirigimos: a mi habitación —muevo mis cejas de arriba abajo para bromear un poco— y no me preocupa, tengo mucha curiosidad de saber qué puede ocurrir allí adentro —finalizo mordiéndome el labio.
Llevo mis manos a su cuello para acercarlo y lo que hago es observarlo fijamente, me encanta verme reflejada en ese destello tan inigualable qué hay en sus ojos azules.
Termina por acercarse mientras cierra sus ojos, hago lo mismo y ¡taran! —fuegos artificiales—, nuestros labios se unen una vez más. Siento que sus manos viajan suavemente, a sus anchas panchas a lo largo mi espalda hasta llegar a mi trasero y detenerse por un momento. Hace que mi trasero no tan firme se sacuda como gelatina y en lugar de enojarme no puedo para de reír.