Después de Ti, el Silencio

CAPITULO 6 — El Eco de lo Que Quedó Atrás

El frío de la tarde le raspaba la piel, pero Amara apenas lo sentía. Caminaba sin dirección, con la mirada vacía, como si el mundo a su alrededor hubiera perdido forma y color. Cada palabra de Camila se repetía en su mente, mezclándose con los recuerdos de Luciano como un rompecabezas que nunca intentó armar… hasta ahora.

Después de unos minutos —o quizás horas— terminó frente al puente donde él solía reunirse con ella después del trabajo. Un rincón sencillo, casi olvidable para cualquiera, pero que para ambos había sido un refugio.

Se aferró a la barandilla metálica, sintiendo el frío filtrarse en sus huesos.

—¿Por qué no me lo dijiste? —murmuró al aire, como si el viento pudiera llevarle su pregunta a donde fuera que Luciano estuviera.

No hubo respuesta, solo el rumor del agua debajo.
Ese sonido se convirtió en un eco doloroso.

Cuando finalmente regresó a casa, Amara estaba agotada. Su mente, su cuerpo, su corazón… TODO parecía a punto de colapsar. Abrió la puerta y el silencio la recibió con la misma brutalidad de siempre. Pero esta vez no era un silencio vacío: ahora estaba lleno de sospechas, de miedo, de dudas que quemaban.

Dejó las llaves en la mesa y se dirigió directo a la habitación donde guardaba la caja de recuerdos de Luciano. Una caja que siempre evitaba abrir. Una caja que pesaba más emocionalmente que físicamente.

La bajó de un estante, la colocó en el suelo y se sentó frente a ella.
Tembló al abrirla.

Dentro había fotos, cartas, recibos arrugados, una bufanda azul que aún conservaba el olor tenue de su perfume, y una libreta negra que ella nunca había visto.

Su corazón se aceleró.

—¿Qué es esto…?

La tomó con cuidado. Era más pesada de lo que parecía. La abrió.

Notas.
Registros.
Fechas.
Nombres.
Cuentas.

La sangre se le heló.

Era imposible malinterpretarlo.
Luciano había estado intentando saldar algo. Algo grande.
Había préstamos anotados, transacciones que no reconocía, números tachados, comentarios escritos a toda prisa.

Y al final de una página, una frase que hizo que el mundo se le derrumbara:

“Si algo me pasa, dile a Amara que lo siento. No quiero arrastrarla conmigo.”

El pecho de Amara se apretó como si unas manos invisibles la estuvieran estrangulando.
Las lágrimas cayeron, silenciosas, implacables.

—Luciano… —susurró, tocando las letras con los dedos temblorosos.

No sabía cuánto tiempo pasó, pero eventualmente se obligó a seguir pasando páginas. Encontró una lista de nombres que no reconocía, excepto uno:

David Herrera.

Le sonaba.
Mucho.

David había sido amigo de Luciano durante años, pero hacía meses que no lo veía. Luciano siempre evitaba hablar de él, decía que “andaba en cosas raras”. Amara jamás pensó que esas “cosas raras” los alcanzarían a ambos.

Cerró la libreta con un golpe, respirando agitadamente.
Necesitaba respuestas.

Buscó su teléfono. Marcó, sin pensarlo.

Camila contestó rápido.

—Amara, ¿estás bien? Me dejaste muy preocu—
—Camila —lo interrumpió—. Necesito que me digas dónde puedo encontrar a David.
Un silencio helado.
—¿Por qué?
—Porque él está en la libreta de Luciano. Porque él sabe cosas. Porque quiero saber la verdad.
—Amara, no… —Camila tragó saliva—. No es buena idea acercarte a David. Él no está en problemas. Él es un problema.
—No me importa —dijo, firme pero quebrada—. No voy a quedarme con dudas.
—Amara, escucha…
—Ya no escucho excusas —respondió—. Solo quiero la verdad.

La línea quedó en silencio por unos segundos que se sintieron eternos.

Finalmente, Camila habló.

—Está quedándose en un apartamento cerca de la avenida Central. Pero prométeme que no irás sola.
—Ya veremos —dijo Amara, con una dureza nueva que incluso a ella le sorprendió.

Colgó.
Cerró los ojos.
Se dejó caer en la cama por un instante.

Luciano, con todos sus silencios, parecía más vivo que nunca entre esas paredes. Su presencia era un fantasma que la seguía a todas partes. No sabía si quería abrazarlo o gritarle.

—¿Qué te metiste, Luciano? —susurró con la voz quebrada—. ¿Por qué tengo que descubrirlo así?

Sus ojos recorrieron la habitación. Todo estaba intacto. Todo seguía igual que cuando él estaba vivo.

Pero ahora había una verdad escondida, una sombra que lo envolvía por completo.

Y por primera vez, Amara sintió miedo. No por ella, sino por lo que descubriría.
Por cómo cambiaría lo que sentía.
Por la posibilidad de que Luciano no fuera el hombre que ella pensaba… o que sí lo fuera, pero demasiado bueno para sobrevivir a la oscuridad que lo rodeaba.

Se sentó de nuevo, tomó la libreta y la presionó contra su pecho.

—Está bien —murmuró—. Si tú no me hablaste, yo voy a buscar la verdad. Cueste lo que cueste.

Fue entonces cuando escuchó un golpe en la puerta de entrada.

Un ruido seco.
Tres golpes.
No demasiado fuertes, pero claros.
Firmes.

Amara se congeló.

No esperaba a nadie.
Nadie sabía que estaba en casa excepto…

El corazón le retumbó en los oídos.

Se levantó lentamente.

Caminó hacia la puerta.

Su mano temblaba cuando la extendió hacia el picaporte.

Y justo antes de tocarlo, una voz del otro lado dijo su nombre:

Amara… soy yo. Tenemos que hablar.

Ella se quedó inmóvil.

Esa voz.
La reconocía.

Y no era Camila.

Era alguien a quien no veía desde el día del funeral.

Era el hermano de Luciano.




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