Lucía pasó la noche casi en vela.
Después de que Alejandro se marchara, la casa quedó sumida en un silencio espeso y lleno de recuerdos que se movían como sombras. Las palabras que él había revelado no dejaban de repetirse en su mente: Marcos había guardado un secreto… y ese secreto la involucraba a ella más de lo que imaginó.
Se levantó tarde, incapaz de enfrentar el día; la luz que entraba por la ventana apenas tocaba los muebles, como si también ella temiera irrumpir en su dolor. Caminó hacia la cocina y preparó café sin pensar, como un acto automático, más memoria muscular que deseo.
A mitad del proceso, se detuvo.
Miró la taza.
Recordó la nota que encontró en el bolsillo del abrigo de Marcos.
Un nudo le cerró la garganta y la obligó a apoyarse en el mesón.
“Te amo más de lo que sé decir.”
Ese simple mensaje ahora tenía un peso nuevo.
Uno que dolía distinto.
Mientras bebía los primeros sorbos, su mente insistía en una sola pregunta:
¿Por qué Marcos no le dijo?
¿Por qué cargar ese riesgo él solo?
¿Por qué exponerse por salvar a su hermano sin pedirle ayuda?
Sabía la respuesta. Siempre la supo.
Porque él era así: protector hasta el extremo, incluso cuando eso significaba mentir por amor.
Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.
Lucía no esperaba a nadie.
Cuando abrió, casi se quedó sin aliento.
Era Clara, la mejor amiga de Marcos.
Su compañera de universidad, la que lo conocía desde antes que ella, la que había desaparecido del mapa después del funeral por un dolor que no supo manejar.
Clara lucía cansada, los ojos hinchados, el cabello recogido de cualquier manera. Llevaba una chaqueta ligera y varias cartas en la mano.
—Lucía… —su voz se quebró apenas pronunció su nombre—. ¿Puedo pasar?
Lucía dudó un momento, pero finalmente hizo a un lado la puerta.
Clara entró con pasos pequeños, como si la casa la intimidara.
—He intentado venir desde hace semanas —confesó, sin mirarla directamente—. Pero no encontraba el valor.
Lucía respiró hondo.
—Nadie sabe cómo hacer esto —respondió suavemente.
Hubo un silencio largo. Incómodo. Lleno de emociones contenidas.
Clara finalmente abrió la mochila que traía con ella y sacó un cuaderno negro, desgastado en las esquinas.
—Esto… era de Marcos —dijo, extendiéndoselo con cuidado—. Me lo dio tres días antes del accidente. Me pidió que te lo entregara si… si algo le pasaba.
Lucía sintió que el aire la abandonaba.
—¿Por qué a ti? —preguntó sin poder evitarlo.
Clara bajó la mirada.
—Porque pensé que nunca pasaría —susurró—. Y porque él confiaba en que yo lo cuidaría. Que cuidaría… lo que él quería que tú supieras.
Lucía tomó el cuaderno con manos temblorosas.
Lo abrió lentamente, temiendo lo que pudiera encontrar.
En la primera página, escrita con la caligrafía firme de Marcos, había una sola frase:
“Si estás leyendo esto, es porque nunca tuve tiempo de contártelo.”
Lucía sintió un pinchazo en el pecho.
Siguió leyendo.
Marcos había escrito sobre el viaje sorpresa.
Sobre la vida que quería construir con ella.
Sobre sus miedos.
Sobre la deuda de Alejandro y cómo esa situación se había complicado más de lo que pensaba.
Pero lo que más la rompió fue la última línea:
“Perdóname si no fui lo suficientemente valiente para decirte todo mientras estaba a tu lado. Te juro que lo intenté.”
Lucía cerró el cuaderno de golpe, incapaz de continuar.
Clara se sentó a su lado y le tomó la mano.
—Él te amaba tanto… —susurró—. Más de lo que tú te imaginas. Siempre decía que tú eras su lugar seguro, su mañana favorita.
Lucía sintió las lágrimas acumularse.
—¿Y entonces por qué no confió en mí? —preguntó con voz rota—. ¿Por qué decidió cargar ese peso solo?
Clara la miró con tristeza.
—Porque tenía miedo de perderte. Él sabía que al contarte, te preocuparías, te angustiarías… y él no quería ser la causa de tu dolor. Por eso protegió ese secreto. No por desconfianza… sino por exceso de amor.
Lucía cerró los ojos.
Ese tipo de amor, ese que protegía incluso a costa de sí mismo… era hermoso.
Pero también desgarrador.
—Hay algo más —dijo Clara, buscando algo más en su mochila.
Sacó una pequeña caja azul, envuelta con una cinta deshecha.
—Me dijo que te la diera cuando sintiera que estabas lista.
Lucía la tomó sin abrirla. Su respiración se aceleró.
Clara se levantó y la abrazó, un abrazo cálido y frágil.
—No estás sola, Lucía —dijo con voz firme—. Yo también lo perdí. Y creo que… es hora de que aprendamos a acompañarnos en este dolor.
Cuando se fue, la casa volvió a quedar en silencio.
Lucía miró la pequeña caja entre sus manos.
Temblaba.
Su corazón también.
Finalmente, con un suspiro profundo, desató la cinta lentamente.
Dentro había un anillo.
Uno sencillo, hermoso, con un grabado interno:
“Nuestro futuro.”
Lucía soltó un sollozo ahogado, cayendo de rodillas.
Marcos no solo había querido construir una vida con ella…
Había querido un compromiso real.
Un siempre.
Un mañana.
Pero la muerte había llegado antes que las palabras.
Antes que el tiempo.
Antes que la oportunidad.
Lucía apretó el anillo entre sus dedos, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió llorar sin contener nada.
Porque ese anillo…
era lo que quedaba del amor.
Y también lo que la empujaría a seguir adelante.