Después de Ti, el Silencio

CAPITULO 15 — El Eco de Sus Pasos

El amanecer llegó con un tono suave, casi tímido, como si no quisiera irrumpir en el silencio que aún rodeaba el apartamento de Amara.
Ella abrió los ojos lentamente, sintiendo una presión ligera en el pecho, no tan aguda como otras veces.
Era tristeza, sí…
Pero una tristeza menos afilada.

La carta de Luciano seguía en la mesa de noche.
No la había guardado lejos.
No podría hacerlo.

Se sentó en la cama y pasó la yema de los dedos sobre el sobre vacío, como si ese simple movimiento pudiera conectar el pasado con el presente.

—Hoy… voy a intentarlo —susurró para sí misma.

No sabía exactamente qué iba a intentar.
Salir.
Respirar.
No romperse.

Cualquier cosa serviría.

Se preparó despacio, con movimientos tranquilos.
Eligió una blusa ligera, se peinó sin prisa, incluso se puso un poco de perfume, algo que no hacía desde antes de perder a Luciano.
El aroma la envolvió y le trajo un recuerdo suave: la forma en que él se inclinaba para oler su cabello cuando creía que ella no lo notaba.

Una punzada dulce en el corazón.

Pero no dolorosa.

Al menos, no tanto.

Cuando estuvo lista, tomó su bolso y salió. El aire fresco del pasillo la recibió como un abrazo inesperado.

Amara decidió caminar sin rumbo fijo, dejando que sus pasos la llevaran.
Pero el destino tenía memoria, porque sin darse cuenta terminó en la avenida que daba al mercado central, un lugar que solía visitar con Luciano los fines de semana.

Antes, ella evitaba esta zona.
Ver gente riendo, comprando, viviendo… la hacía sentir aún más sola.

Pero hoy, algo dentro de ella se mantuvo firme.

El bullicio la envolvió de inmediato: vendedores gritaban ofertas, niños corrían, los olores de frutas frescas y pan recién horneado llenaban el aire.

Se quedó quieta unos segundos, respirando.

—Estás aquí —murmuró, como si él pudiera caminar a su lado.

Era un pensamiento triste… pero a la vez reconfortante.

Comenzó a caminar entre los puestos. Las personas seguían sus rutinas sin notar a la joven que avanzaba con pasos lentos, observándolo todo como si fuera la primera vez.

En un extremo del mercado encontró el puesto de Flores Victoria, donde una señora de cabello blanco siempre sonreía.
Luciano solía comprar girasoles allí, sin razón, simplemente porque decía que los girasoles eran “flores que saben buscar la luz”.

—Buenos días, querida —saludó la mujer, mirándola con calidez—. Hace mucho que no te veía.

Amara tragó saliva.
Claro.
La mujer recordaba a Luciano.
Recordaba cómo venían juntos.

—Sí, ha pasado un tiempo… —respondió con una sonrisa apagada.

La florista la observó unos segundos más, como si pudiera ver el peso que Amara llevaba.

—¿Quieres llevarte algo? —preguntó suavemente.

Amara miró los girasoles.
Y por primera vez desde que él partió, no sintió que al verlos se le quebraba el alma.

—Sí… creo que sí —dijo, tocando uno de los tallos con delicadeza.

La florista envolvió un pequeño ramo y se lo entregó.

—Él siempre los elegía para ti —murmuró.

Amara bajó la mirada, pero esta vez no lloró.

—Lo sé.

Pagó y siguió caminando con los girasoles apretados contra su pecho.
No sabía si llevarlos a casa, al parque donde él leía, o a ningún lado en particular.

Solo sabía que los necesitaba cerca.

Mientras caminaba, pasó por una librería pequeña.
Una de esas que casi nadie nota, excepto quienes aman los libros más que las vitrinas brillantes.
Luciano adoraba ese lugar. Solían entrar solo para hojear novelas antiguas y salir sin comprar nada.

Impulsivamente, Amara entró.

El sonido de la pequeña campana sobre la puerta sonó distinto… como si marcara el inicio de algo.

El olor a papel viejo la envolvió, y con él, una oleada de nostalgia.
Caminó entre las estanterías sin tocar nada, solo dejándose llevar por la memoria.

Fue entonces cuando un libro cayó de un estante cercano, como si alguien lo hubiera empujado desde arriba.
Se sobresaltó y lo recogió.

Era una edición gastada de Cartas para un corazón cansado.

El título la atravesó.

Abrió el libro al azar y leyó una línea marcada con lápiz:

"A veces amar no es quedarse.
A veces amar es dejar ir sin hacer ruido."

Sintió un escalofrío.
Ese libro… era demasiado preciso para ser una coincidencia.

—¿Te interesa? —preguntó una voz suave detrás de ella.

Se giró.
El joven que atendía la tienda tenía una mirada tranquila y amable.
No mayor que ella.
Cabello oscuro, rostro sereno.

—Lo encontré… bueno, se cayó —explicó ella torpemente.

—A veces los libros eligen a las personas —respondió él con una pequeña sonrisa.

Amara parpadeó.
No esperaba sentir… calma.
Ni curiosidad.

—Tal vez —murmuró, mirando de nuevo la portada.

—Soy Elías, por cierto —agregó él—. Si necesitas ayuda con algo, solo dímelo.

El nombre le sonó lejano, como si proviniera de un lugar que ella aún no entendía.

Elías.

Asintió con un gesto tímido antes de volver a centrar la atención en el libro.

No estaba lista para hablar con nadie.
No estaba lista para sentir nada nuevo.
Pero tampoco sintió rechazo hacia la amabilidad del joven.

Era un cambio pequeño.
Pero real.

Finalmente compró el libro y salió de la librería con los girasoles en una mano y la novela en la otra.
Caminó hasta el parque, ese lugar que se había convertido en un santuario y una herida.

Se sentó en el banco donde Luciano siempre se sentaba.

El viento soplaba despacio, moviendo las hojas de los árboles.

Colocó los girasoles sobre el asiento a su lado.

—Estoy intentando, ¿sabes? —susurró al aire—. Sé que no puedo quedarme aquí para siempre. Pero hoy… hoy caminé sin romperme.




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