No lo buscó.
Jamás quiso encontrarlo. Pero la verdad, como todo lo que arde, termina saliendo a la superficie…
Y ese día, lo hizo. Fue un mensaje. Una conversación mal cerrada. Un nombre que se repetía con demasiada naturalidad. Una sonrisa que ya no era para ella.
En segundos, todo encajó. El cambio en su mirada. Las ausencias disfrazadas de excusas. Las respuestas vagas. El perfume que no era el suyo. La sensación constante de estar con alguien que ya no estaba. Se quedó quieta. No lloró de inmediato.
No gritó. Solo sintió una punzada en el pecho, como si algo se partiera desde dentro, pero sin hacer ruido. Como cuando una taza se rompe por dentro, aunque por fuera aún parezca entera. Él tenía a otra. Y no desde ayer.
Desde antes de que ella empezara a sospechar. Desde antes de que dejara de hablarle con emoción. Desde antes de que lo soñara, aún despierta. Fue entonces cuando entendió que el amor que había dado con las dos manos, él lo sostenía con una sola.
Y con la otra… estaba tocando otro cuerpo. Otra historia. Y en ese momento, algo dentro de ella murió. Pero no fue el amor. Fue la confianza. Fue la ilusión. Fue la niña que creía que si uno ama bien, no lo traicionan. Se fue. No del todo. No físicamente.
Pero una parte de ella, ese día, ya no volvió.