Querida vida:
Te escribo sin miedo.
Te escribo sin esperar nada. Te escribo porque por fin tengo la voz firme, el corazón limpio, y las manos llenas de todo lo que solté. No te escribo desde el dolor.
Eso ya lo dejé en capítulos anteriores. Hoy te escribo desde la paz. Desde la gratitud. Desde la mujer en la que me convertí cuando pensé que no podría volver a levantarme.
Durante mucho tiempo me perdí. Me apagué. Me quedé donde no me cuidaban, me creí menos por no ser suficiente para otros. Amé más a los demás que a mí.
Pero hoy… ya no. Hoy sé quién soy. No perfecta. No ilesa. Pero más real que nunca. Ya no espero que me salven. Me salvé sola. Ya no busco amor para completarme. Porque yo me basto. No quiero más amores rotos.
No quiero más palabras vacías. Quiero calma. Verdad. Libertad. Y si algún día llega alguien más, bien. Pero si no… también. Porque aprendí que no vine a este mundo a rogar amor, sino a vivirme entera. Y si algo me enseñó todo este proceso, es que después de ti, vida, vengo yo. Yo con mis pasos firmes. Con mi historia cicatrizada. Con mis manos listas para construir algo nuevo. Con el corazón, por fin, mío.
Esta es la última página de un libro que dolió escribir.
Pero que me devolvió a mí. Gracias por romperme. Gracias por reconstruirme. Gracias por hacerme entender que nunca estuve sola… solo estaba esperándome.
Con amor, La mujer que volvió a nacer.