No podía creer lo que acababa de suceder. Cada palabra de Valentina era un golpe en su pecho, pero fue el pesado silencio que siguió lo que la hizo sentir como si el aire se le escapara. Las miradas fijas de todos, los susurros a su alrededor, la sensación de que todo había quedado al descubierto… le provocaron una punzada en el estómago. Su respiración se volvió irregular, y sus manos temblaron involuntariamente, aferrándose al ramo de flores blancas como si fuera lo único que la mantenía anclada al presente.
De repente, la voz de Kevin rompió la atmósfera cargada, intentando desesperadamente recuperar el control.
—Valentina, no… —empezó a decir, pero ella lo interrumpió sin darle espacio para explicarse.
—Tranquilo, Kevin —respondió con una calma gélida—. No vengo a arruinar nada. Solo quería asegurarme de que Ana conociera la verdad antes de que ambos se unan en matrimonio.
Ana miró a Kevin, viendo cómo su rostro se transformaba en una mezcla de sorpresa y pavor. La furia crecía dentro de ella como una ola imparable, arrasándolo todo. La humillación le quemaba la piel, el alma y, sobre todo, la confianza que había depositado en él. ¿Cómo había permitido que esto sucediera sin que ella lo supiera?
Con las piernas temblando por la rabia contenida, Ana lanzó una mirada fulminante hacia Kevin. La furia la envolvía, sintiendo cada palabra de Valentina como una bofetada. Esa mujer frente a ella, tan serena y segura, estaba desmoronando todo lo que había soñado, todo lo que había creído.
Valentina, sin inmutarse por las miradas ni el daño que causaba, continuó hablando con su habitual calma venenosa.
—Bueno, no quiero interrumpir más. Les deseo lo mejor en su… unión —dijo, con una sonrisa cargada de ironía.
Ana la miró con odio, pero algo dentro de ella la hizo quedarse callada, aunque sus dientes rechinaban y sus manos temblaban. Sabía el único culpable era su prometido. Valentina dio media vuelta, su rostro mostrando una peligrosa calma, como si hubiera ganado una batalla silenciosa.
Kevin reaccionó inmediatamente. Se acercó a Ana, su rostro pálido por el impacto, y comenzó a hablar, pero ella no estaba dispuesta a escuchar.
—¡No te atrevas! —exclamó con voz temblorosa, levantando la mano como si fuera a golpearlo. Su mirada era puro desprecio.
Kevin atrapó su muñeca con rapidez, apretándola lo suficiente para detenerla. Su rostro mostraba algo que Ana no había visto antes: frialdad.
—Ana… —comenzó él, pero su siguiente frase fue como un puñal directo al corazón.
—No te amo, Ana —dijo con una brutal honestidad que la dejó sin aliento—. Si acepté esta unión fue por la fusión de las empresas y por la presión de mis padres, pero no estoy dispuesto a perderla. Renuncio a ti.
El mundo de Ana se desmoronó en un instante. Sintió que el aire se volvía pesado, pero en lugar de derrumbarse, su furia la sostuvo. Lo miró con una mezcla de dolor y odio, y su voz salió cargada de veneno.
—A mí no me dejas plantada —espetó, su tono gélido y afilado—. Juro que te destruiré a ti y a tu familia, lo juro como que me llamó Ana Díaz. Haré de tu vida un infierno.
Su respiración era rápida, sus ojos ardían de furia. Sin pensarlo, levantó la caja dorada que aún sostenía con fuerza.
—Veamos qué nos regala nos tu gran amor —gritó, abriendo la caja con un movimiento brusco.
Las fotos cayeron al suelo, desparramándose frente a todos. Imágenes de Kevin y Valentina juntos, momentos felices, dedicatorias escritas a mano que perforaban el alma de Ana. El golpe final llegó cuando el anillo de compromiso rodó hasta los pies de Kevin. Él se agachó rápidamente para recogerlo, pero el daño ya estaba hecho.
Ana, inmóvil, vio cómo Kevin se daba la vuelta y se dirigía a la puerta. Sus pasos resonaban en el silencio de la iglesia, y cuando la puerta se cerró con un golpe seco, ella se quedó sola bajo las miradas de todos.
El murmullo entre los invitados creció, pero ella ya no lo escuchaba. Su cuerpo comenzó a moverse por inercia. Con un movimiento brusco, rasgó su vestido, como si intentara arrancarse el dolor de encima. Los pétalos del ramo cayeron al suelo, desmoronándose como su mundo.
Cayó de rodillas, el llanto contenido finalmente la alcanzó, pero no dejaría que nadie lo viera. No permitiría que la vieran débil. Permaneció allí, llorando en silencio, sintiendo cómo la humillación la hundía.
Lo que había sido su sueño más brillante ahora era un recuerdo hecho añicos, y ella, rota, solo podía sentir el vacío.
El eco de las voces aún resonaba en los muros de la iglesia, pero Ana apenas podía escuchar nada más que los latidos desbocados de su corazón. Seguía en el suelo, con el vestido roto y las flores esparcidas a su alrededor, mientras su respiración agitada no hacía más que exponer su vulnerabilidad. La furia y el dolor competían por consumirla, hasta que sintió unas manos firmes, sujetándola por los brazos.
—Ana, levántate —dijo Leslie con suavidad, arrodillándose a su lado mientras Aysha se colocaba al otro lado.
—No merecen verte así. Eres más fuerte que esto —añadió Amalia, intentando que la calma en su voz se filtrara en su amiga.
Ana levantó la mirada, encontrando los rostros decididos de sus dos mejores amigas. En ese momento, algo dentro de ella se quebró por completo, y, con su ayuda, se puso de pie, tambaleándose levemente. Las lágrimas todavía corrían por su rostro, pero en sus ojos comenzaba a prenderse un destello de rabia y determinación.
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Editado: 06.01.2025