Después de todo

Capítulo III

El club nocturno era un espectáculo de luces intermitentes y sombras danzantes. El ritmo ensordecedor de la música hacía vibrar las paredes y el suelo, mientras la multitud se movía como una marea en constante cambio. Era un lugar exclusivo, reservado para quienes podían permitirse olvidar sus problemas a golpe de copas caras y momentos efímeros.

Ana se encontraba en un reservado con sus amigas, una mesa rodeada de sofás de terciopelo oscuro y una bandeja repleta de bebidas. Aunque Leslie, Aysha y Luly hablaban animadamente, tratando de contagiar su entusiasmo, ella permanecía ajena. Tenía un vaso de cóctel en la mano, pero no recordaba si era el primero o el cuarto. Todo se sentía distante, borroso, como si estuviera atrapada en una burbuja de dolor que ni el alcohol podía atravesar.

—Vamos, Ana, baila con nosotras —dijo Leslie, jalándola suavemente del brazo.

—Sí, por favor, tienes que dejar de pensar en ese imbécil, recuerda que mejor sola que mal acompañada —añadió Luly mientras se contoneaba al ritmo de la música.

—Sí, por favor, tienes que dejar de pensar en ese imbécil —añadió Aysha, apoyándose en la mesa mientras movía los hombros al ritmo de la música.

Ana levantó la vista, sus ojos brillando más de lo habitual, quizá por el alcohol o quizá por las lágrimas contenidas.

—¿Cómo quieren que lo olvide? —preguntó con voz quebrada, apretando el vaso con fuerza—. ¿Cómo se supone que me levante de esto después de lo que hizo?

Sus amigas intercambiaron miradas, preocupadas, pero intentaron mantener el ambiente ligero.

—Primero, dejando de mencionar su nombre —dijo Leslie con firmeza, tomando el vaso de Ana y dejándolo en la mesa—. Segundo, recordando que aquí somos reinas, y las reinas no lloran por cobardes.

—Reinas, sí… —murmuró Ana con sarcasmo, dejando caer la cabeza hacia atrás contra el respaldo del sofá—. Entonces, ¿por qué me siento como si hubiera perdido todo?

Luly se inclinó hacia ella, sosteniendo sus manos con calidez.

—No perdiste nada. Más bien, te libraste de alguien que no te merecía. Kevin es el problema, no tú.

—Exacto —apoyó Aysha, intentando sonar positiva—. Pero esta noche no es para hablar de él. Es para ti. Los hombres son como un cheque al portador; los cambias cada semana.

Ana soltó una risa amarga y vacía.

—¿Para mí? Tienes razón, si esta noche es para mí, entonces quiero algo diferente. Tomaré mi cheque de esta semana.

Leslie frunció el ceño, claramente preocupada.

—¿Qué quieres decir?

Ana se incorporó, tambaleándose ligeramente. Miró a sus amigas con una mezcla de desafío y tristeza.

—Quiero olvidarlo. Quiero… no sé… algo que haga que deje de doler, aunque sea por una noche. Dejar de ser la virgen que se guardó para él.

—¿Ana? —preguntó Luly, con cautela—. ¿A qué te refieres?

—Quiero… contratar a alguien —dijo casi gritándolo, como si el volumen de su voz pudiera acallar la música y el dolor que llevaba dentro.

Las tres amigas la miraron, atónitas.

—¿Qué? —exclamó Leslie, cruzándose de brazos—. ¿Hablas en serio?

—Sí, hablo en serio —respondió cruzando los brazos también, como si desafiara a cualquiera a detenerla—. Estoy harta de pensar en él, de sentirme así. Quiero pasar una noche sin pensar en Kevin ni en esa maldita boda.

Aysha intentó calmarla, apoyándole una mano en el hombro.

—Ana, no necesitas hacer eso. No es la solución.

—¿Y qué lo es? —preguntó Ana con un tono desesperado, apartando la mano de Aysha—. ¿Llorar más? ¿Beber más? ¡No! Quiero algo que me haga sentir viva, aunque sea por un momento.

Leslie suspiró profundamente, luego miró a Luly y Aysha.

—Está bien, escuchen. Ana tiene derecho a sentirse así. Pero, Ana, si realmente decides hacer algo tan impulsivo, al menos piénsalo dos veces. No quiero que hagas algo de lo que te arrepientas mañana.

—Ya estoy arrepentida de muchas cosas, Leslie. Una más no hará diferencia.

Luly, que había estado en silencio hasta ahora, finalmente habló.

—Está bien. Si esto es lo que quieres, nosotras no te vamos a juzgar. Pero prométenos que estarás segura.

Ana asintió lentamente, aunque su corazón latía rápido. Una parte de ella sabía que no estaba pensando con claridad, pero otra estaba desesperada por cualquier cosa que le hiciera olvidar el vacío en su pecho.

—Lo prometo.

Leslie se levantó y tomó la mano de Ana, tirando suavemente de ella hacia la pista de baile.

—Antes de tomar cualquier decisión loca, ven a bailar. Si después de eso todavía quieres seguir adelante, nos ocuparemos de ti.

Ana, contra todo pronóstico, permitió que sus amigas la arrastraran a la pista. La música seguía rugiendo, y por un momento, al moverse al ritmo frenético, casi pudo olvidar. Casi

Ana, aún con la sensación del dolor a flor de piel, dejó que luego de bailar Leslie la guiara hasta la barra. Sus amigas intentaban mantenerla entretenida, pero el alcohol y la idea fija en su mente se imponían.




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