Ana despertó de golpe, los latidos de su corazón martilleaban en su pecho. Un mareo punzante le atravesó la cabeza, recordatorio inevitable de la cantidad de alcohol que había bebido la noche anterior. Parpadeó varias veces, intentando enfocar su vista en el entorno desconocido que la rodeaba.
La habitación en la que estaba parecía salida de un sueño exótico y extravagante. Telas de seda colgaban del techo como cortinas que enmarcaban la cama, en tonos dorados y azul profundo. Los muebles, tallados con intrincados detalles, parecían piezas de arte, con incrustaciones de nácar y piedra preciosa. Una enorme lámpara de cristal lanzaba destellos que iluminaban delicadamente las paredes revestidas de un papel pintado con motivos árabes y dorados.
Ana se llevó una mano a la frente, tratando de calmar el vértigo. Todo le daba vueltas, y el lujo abrumador de la habitación no hacía más que aumentar su confusión. Su mirada bajó hasta darse cuenta de que llevaba puesto un camisón de satén blanco que no era suyo. La tela era tan fina que parecía deslizarse con el mínimo movimiento, y eso solo intensificó el nudo en su estómago.
El pánico se apoderó de ella. Su mente comenzó a lanzar imágenes borrosas de la noche anterior, pero ningún recuerdo claro aparecía. ¿Qué había pasado? ¿Había… había estado con alguien? Un calor subió por su rostro mientras apartaba las mantas con brusquedad, buscando algún indicio que confirmara o desmintiera sus sospechas. Sin embargo, no había nada. Ni rastro físico que indicara que había estado con un hombre, pero tampoco recordaba cómo había terminado en esa situación.
Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió suavemente. Amir apareció, impecable como siempre. Su porte elegante contrastaba con la incomodidad que ella sentía. Vestía una camisa blanca perfectamente planchada, con las mangas ligeramente remangadas, y pantalones oscuros que acentuaban su figura imponente. Llevaba un vaso de agua en una mano y en la otra, una sonrisa pícara que hizo que a Ana se le acelerara aún más el corazón.
—Buenos días, dormilona —dijo Amir, acercándose con calma y dejándole el vaso en la mesita de noche—. Pensé que te vendría bien algo de agua.
Lo miró con incredulidad y, al mismo tiempo, con cierta timidez. Su confusión era evidente.
—¿Qué… qué pasó anoche? —preguntó, su voz temblorosa.
Amir alzó una ceja, como si estuviera debatiendo cómo responder. Finalmente, decidió jugar con la situación.
—Bueno, eso depende de lo que recuerdes. Pero tranquila, no te preocupes. No vamos a discutirlo ahora —respondió, esquivando cualquier detalle y manteniendo el misterio.
Ella se mordió el labio inferior, tratando de descifrar el tono de su voz. Algo en él la desconcertaba y al mismo tiempo la tranquilizaba.
—Esto… —dijo, señalando el camisón—. Yo no tenía puesto esto anoche.
Él soltó una pequeña risa, un sonido grave y relajado que hizo que se sintiera aún más vulnerable.
—Creí que estarías más cómoda así. No te preocupes, fui todo un caballero.
—¿Caballero? —repitió, cruzándose de brazos mientras su rostro enrojecía aún más—. ¿Entonces… estuvimos juntos?
Él la miró por un momento, fingiendo una expresión pensativa, antes de encogerse de hombros con una sonrisa enigmática.
—Digamos que fue una noche interesante.
Ana apretó los labios, sintiéndose más confundida y apenada que nunca. Él se acercó, dejando caer un folder sobre la mesita de noche.
—Antes de que sigas preocupándote, hay algo más importante. Firmaste esto, anoche, y me hiciste firmarlo a mí —dijo, señalando el documento que había preparado su equipo.
Ana tomó el folder con manos temblorosas, abriéndolo rápidamente. Leyó las palabras que parecían bailar frente a sus ojos debido a la resaca.
—¿Qué es esto? —preguntó con incredulidad.
—Es un contrato —respondió él, cruzando los brazos con una sonrisa divertida—. Me contrataste como tu acompañante exclusivo por tres meses. Según esto, no puedes romper el acuerdo.
Ana lo miró, boquiabierta, mientras el contenido del supuesto contrato comenzaba a tener sentido.
—¿Qué? ¡Eso es una locura! Yo jamás…
Amir se encogió de hombros, acercándose un poco más.
—Bueno, está firmado. Y no querrás que te demande por incumplimiento, ¿verdad?
Ana abrió la boca para responder, pero ningún sonido salió. La confusión y la vergüenza se mezclaban en su cabeza. Finalmente, apartó la mirada, llevándose una mano a la frente.
—Todo me da vueltas…
—Eso es normal, considerando lo que bebiste anoche. Relájate. No tienes que decidir nada ahora, luego hablaremos de números, es algo que dejamos pendiente para hoy —dijo Amir, dándole un guiño mientras se apartaba y caminaba hacia la puerta—. Descansa, voy por el desayuno. Hablaremos cuando te sientas mejor.
Antes de salir, Amir se giró una vez más hacia ella.
—Por cierto, puedes llamarme Amir. Aunque, técnicamente, ahora trabajo para ti.
Con eso, cerró la puerta detrás de él, dejándola sola en la habitación, completamente desconcertada y preguntándose en qué momento su vida se había vuelto tan caótica.
Buscó con desesperación su teléfono entre las sábanas y los cojines de la enorme cama, sintiendo cómo la ansiedad crecía con cada segundo. Finalmente, lo encontró sobre la mesita de noche, junto al vaso de agua que le había dejado. Su mano temblaba al desbloquear la pantalla.
Sin pensarlo dos veces, abrió la aplicación de videollamadas y marcó el número del grupo de sus amigas. El tono de llamada sonaba fuerte en el silencio de la habitación. Al cabo de unos segundos, Leslie, Luly y Aysha aparecieron en pantalla, todas con el cabello despeinado y los ojos entrecerrados, evidentemente molestas por haber sido despertadas.
—¿Ana? —dijo Leslie, frotándose los ojos—. ¿Sabes qué hora es?
—¡¿Por qué nos estás llamando tan temprano?! —protestó Luly, aún acostada con una manta cubriéndole hasta la nariz.
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Editado: 04.02.2025