Después de todo

Capítulo VI

Las cuatro amigas continuaban conectadas por videocámara. Sus amigas intentaban no verse sorprendidas ante su relato. Ella era la única que acostumbraba a seguir todas las reglas y etiquetas del buen comportamiento. Era responsable hasta de más y muy comedida, nada que ver con los tres huracanes que tenía como amigas

—¡No es gracioso! —respondió fulminándola con la mirada—. ¡Ni siquiera recuerdo si pasó algo entre nosotros!

Aysha suspiró, tratando de calmarla.

—A ver, tranquila. Nosotras intentamos detenerte anoche. Dijiste que estabas cansada de ser virgen y que querías… bueno, experimentar.

Se cubrió el rostro con las manos, sintiéndose más avergonzada que nunca.

—¿Y por qué no me detuvieron?

—Porque estabas necia, amiga —respondió Luly con un encogimiento de hombros—. Además, ¿quién iba a pensar que terminarías con un tipo tan guapo y exigiendo exclusividad?

—¡¿Guapo?! ¡Ni siquiera sé quién es realmente! —dijo desesperada—. Chicas, en serio, no recuerdo nada. Ni siquiera estoy segura de que haya pasado algo…

Aysha la miró con seriedad a través de la pantalla.

—Si no lo recuerdas y no sientes nada, tal vez no pasó nada. Pero necesitas hablar con él y aclarar las cosas.

Ana asintió, aunque seguía sintiéndose perdida.

—Me voy a dar un baño. Nos vemos más tarde, ¿sí?

—Claro, pero por favor, danos todos los detalles cuando recuerdes algo —dijo Leslie con una sonrisa traviesa.

Ana cortó la llamada. Se quedó un momento sentada en la cama, mirando el lujoso ambiente que la rodeaba, antes de levantarse y dirigirse al baño, decidida a aclarar su mente… aunque sabía que la conversación con ese hombre no sería nada fácil.

Salió del baño envuelta en una bata de algodón blanco que encontró colgada junto a la ducha. Su cabello aún mojado caía sobre sus hombros mientras se miraba al espejo, tratando de ordenar sus pensamientos. La conversación con sus amigas había revuelto más sus emociones, pero al menos tenía algo claro: debía tomar control de su vida, comenzando por aclarar su situación personal y profesional.

Miró el reloj de la pared: eran casi las once de la mañana. Tomó su teléfono, respiró hondo y marcó el número de su padre.

Después de un par de tonos, la voz firme de Leonardo Díaz resonó al otro lado de la línea.

—Ana, hija, ¿todo bien?

—Sí, papá, todo está bien —respondió, tratando de mantener su voz tranquila. Luego, se enderezó y continuó con determinación—. Escucha, voy a ser breve. A las dos de la tarde estaré en la empresa. Necesitamos tomar una decisión sobre la presidencia.

Hubo un silencio breve, pero tenso.

—Ana, no creo que este sea el momento para…

—No me respondas ahora —lo interrumpió con firmeza—. Solo quiero que lo pienses. Tienes que decidir si me permitirás hacerme cargo o no. Si no estás dispuesto, lo entenderé, pero quiero que quede claro que no pienso seguir dependiendo de nadie y tomaré mi propio rumbo.

—Hija… —Leonardo intentó hablar, pero Ana no le dio oportunidad.

—No más excusas, papá. No más dudas sobre mi capacidad. Si decides que no puedo estar al frente, tomaré mis propias decisiones, y comenzaré mi propia empresa.

Leonardo suspiró al otro lado de la línea, pero no respondió de inmediato.

—Piénsalo —recalcó y su tono era suave pero cargado de determinación.

Sin esperar más, colgó la llamada y dejó el teléfono sobre la cama, sintiendo una mezcla de nervios y satisfacción. Había sido directa, algo que rara vez hacía con su padre, pero sabía que era el único camino para demostrarle que estaba lista para el desafío.

Se giró y tomó el teléfono de la habitación para llamar a la recepción y saber si tenían alguna tienda en el hotel. Necesitaba con urgencia un cambio de ropa. Justo en ese momento, Amir apareció en el umbral, impecablemente vestido con un traje gris oscuro que realzaba sus ojos azules.

—Espero no estar interrumpiendo —dijo con una sonrisa casual, sosteniendo una bolsa en una mano y en la otra, bandeja con una taza de café y un croissant—. Pensé que te vendría bien algo de energía y algo para vestirte.

Ana lo miró, sorprendida por su entrada repentina, y volvió a sentirse vulnerable al recordar las dudas que tenía sobre la noche anterior.

—Gracias —murmuró, tomando la taza de café que él le ofrecía.

Amir la observó con curiosidad mientras ella daba un sorbo.

—¿Todo bien? Pareces… pensativa. —Ella suspiró, intentando ordenar sus palabras.

—Solo estoy resolviendo cosas importantes de mi vida. Necesito empezar a tomar el control.

Amir sonrió, como si entendiera perfectamente a qué se refería.

—Es una buena decisión. Tomar las riendas siempre es un acto valiente. Aquí tienes un cambio de ropa, elegí algo casual pero que se ajusta a cualquier escenario ya que no sabía qué planes tienes

Ana lo miró con escepticismo, ese hombre era un completo extraño y no sabía nada de ella. Pero en ese momento, decidió guardar sus dudas para después. Había demasiadas cosas en juego, y el reloj seguía avanzando.




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