Amir sonrió, esa sonrisa suave y un tanto enigmática que parecía ser su marca personal.
—¿Todo lo que pasó? Bueno… —se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre sus rodillas—. Digamos que anoche fue una velada… memorable.
Ana frunció el ceño, claramente frustrada por su respuesta evasiva.
—¡No estoy para juegos! —exclamó, sintiendo que el calor subía a sus mejillas—. Necesito saber si… si pasó algo entre nosotros.
Él la miró fijamente, su sonrisa fue transformándose en una expresión más seria poco a poco. Le costaba controlarse y que no notara su diversión.
—Ana —dijo con calma y su voz profunda resonaba en la habitación con un tono que tenía su deje burlón—. Lo que pasó anoche es que firmaste un contrato. Eso fue todo. —Ella parpadeó, confundida.
—¿Un contrato? —Amir asintió, sacando un sobre de su chaqueta y colocándolo sobre la mesa frente a ella.
—Un contrato en el que acordaste que seré tu acompañante exclusivo durante tres meses. Esta es una copia del que te enseñé, hace un rato que, por lo que veo, no has leído.
Ana lo miró incrédula, sus ojos verdes fijos en el papel que él había colocado ante ella.
—¿Estás bromeando?
—No bromeo con los negocios —respondió, cruzando las manos con una calma que parecía provocarla aún más—. Tú misma lo propusiste. Y, por supuesto, yo acepté. Nunca desprecio una buena oferta
Tomó el sobre y lo abrió con rapidez, leyendo las primeras líneas del supuesto contrato. Aunque el documento parecía formal, algo en ella le hacía desconfiar. Nunca había sido tan tonta.
—Esto… esto no tiene sentido —murmuró, mirando el papel y luego a él—. No recuerdo haber firmado esto.
Amir se encogió de hombros, con una sonrisa que revelaba su diversión.
—Estabas muy… decidida. Y créeme, Ana, soy un hombre que sabe reconocer una buena oportunidad cuando la ve.
Ella sintió un ligero rubor en sus mejillas, pero esta vez no era de vergüenza, sino de ira mezclada con confusión.
—¿Y por qué aceptarías algo así?
Amir la miró directamente a los ojos, su sonrisa desvaneciéndose.
—Porque tú eres única. Y, aunque no lo sepas aún, estoy dispuesto a demostrarte que tomaste la mejor decisión de tu vida.
Ana sintió que su corazón daba un vuelco ante la intensidad de sus palabras, pero no estaba lista para dejarse llevar por sus emociones. Se levantó de su asiento, todavía sosteniendo el contrato.
—Esto no ha terminado, Amir. Vamos a aclarar todo esto más tarde. Pero ahora, tengo cosas más importantes que atender.
Amir se puso de pie también, con una leve inclinación de cabeza.
—Por supuesto. Estoy aquí para lo que necesites.
Ella lo miró una última vez antes de dirigirse a la puerta, con la cabeza alta aunque estaba muy molesta por su idiotez. Amir la siguió decidido a acompañarla.
Se detuvo en seco al llegar a la puerta, girándose para mirarlo con el ceño fruncido.
—¿A dónde crees que vas? —La observó con tranquilidad, sus ojos azules brillaron con un destello divertido.
—Contigo, por supuesto.
—No es necesario — le respondió cruzando los brazos con impaciencia—. Puedo manejarme sola.
Amir dejó escapar una ligera risa y, con un gesto elegante, sacó de nuevo el contrato que llevaba doblado en su chaqueta. Lo abrió con calma y señaló una cláusula subrayada en el papel.
—Aquí está, señorita Díaz —dijo usando un tono formal pero cargado de ironía—. Como puedes ver, acordaste que sería tu acompañante a tiempo completo durante tres meses. Eso incluye todos los escenarios en los que te muevas: trabajo, eventos sociales, incluso tus actividades personales.
Ella arqueó una ceja, incrédula, y dio un paso hacia él, arrebatándole el documento de las manos.
—¿Estás bromeando?
Amir negó con la cabeza, aparentando seriedad.
—Para nada. Es un contrato muy claro y, como soy un hombre disciplinado y comprometido con mis labores, no pienso romperlo. Cada hora que no cumpla mi parte te costaría mil dólares, según lo estipulado aquí.
Ana repasó las líneas con rapidez, sintiendo cómo el calor subía por su rostro.
—¡Esto es ridículo! —grito aún más molesta y confundida.
—Discúlpame, pero no lo es —le replicó con un tono calmado, dándole un toque divertido a la conversación—. Tú misma lo propusiste y lo firmaste.
Ana cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse, pero Amir no parecía dispuesto a dárselo fácil.
—Ahora bien —continuó él, inclinándose ligeramente hacia ella—, ¿dónde vamos a vivir? ¿Prefieres tu casa o esta lujosa habitación de hotel? Personalmente, creo que la vista aquí es inmejorable, pero me adapto a tus preferencias.
Lo miró como si quisiera lanzarle algo, pero en su lugar, soltó un resoplido, arrugó el contrato en sus manos y comenzó a caminar hacia la puerta.
—Ven conmigo —le ordenó con un tono seco, haciendo un gesto para que la siguiera.
Amir obedeció sin perder su sonrisa, manteniendo su aire de confianza.
—Como tú digas, señorita. Después de todo, soy tu empleado.
Ella no respondió, estaba demasiado ocupada luchando con su propia frustración. A medida que cruzaban el vestíbulo del hotel, sentía las miradas curiosas de los empleados, quienes claramente no podían evitar notar al imponente hombre que caminaba detrás de ella como una sombra.
Unos de los empleados de Amir le hizo una reverencia al pasar por su lado, el árabe rápidamente lo reprendió con la mirada sin que ella lo notará. No estaba dispuesto a que ella conociera aún su identidad.
Había dado órdenes específicas de ser tratado como un desconocido. La vida le había dado la oportunidad de acercarse a la mujer que se adueñó de cada uno de sus pensamientos desde que la conoció.
Aún recuerdaba aquel evento de la embajada donde ella llegó, su porte elegante de reina lo conquistó desde el primer momento. La hizo investigar y desde entonces conocía cada detalle de su vida. Hoy era una mujer libre y él intentaría conquistarla.
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Editado: 04.02.2025