Después de todo

Capítulo IX

Amir sacó el teléfono nuevamente, esta vez con un gesto más decidido. Marcó un número que conocía de memoria y esperó, paseándose por la oficina mientras el tono de llamada sonaba. Finalmente, una voz suave, pero llena de autoridad, respondió al otro lado.

—Amir, hijo mío, ¿cómo estás? —preguntó su madre en español, el idioma que solían usar cuando querían mantener una conversación más íntima.

—Madre, necesito tu ayuda —dijo directamente, sin rodeos. Aunque su tono de voz era firme, había un matiz de vulnerabilidad en sus palabras que ella percibió al instante.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —Él hizo una pausa, mirando nuevamente la ciudad a través del ventanal antes de responder.

—Mi padre quiere que vuelva a Dalma de inmediato. Ha organizado todo para formalizar mi compromiso con la hija del emir.

La línea quedó en silencio por un instante, hasta que su madre habló. Sus palabras contenían una mezcla de comprensión y preocupación.

—Amir, sabes que estas decisiones no son fáciles de cambiar. Tu padre tiene razones importantes para actuar así, y enfrentarte a él no será sencillo.

—Lo sé —admitió, apretando los labios—. Pero esta vez no puedo seguir sus planes, madre. Acepté ese compromiso porque creí que Ana… que ella estaba perdida para mí. Que no había forma de luchar por lo que siento.

—¿Ana? —preguntó su madre, sorprendida—. ¿La joven que mencionaste hace años? ¿La de la gala de la embajada?

—Sí, ella. Madre, está aquí, en Nueva York. La encontré nuevamente. Bueno, en realidad ella me encontró, aunque no lo sepa. —Amir dejó escapar una risa breve, casi amarga—. Estaba a punto de casarse, pero su prometido la traicionó y la dejó plantada. Ahora tengo la oportunidad de estar cerca, de demostrarle que soy el hombre adecuado para ella. No puedo dejar esto, no ahora.

Su madre suspiró profundamente, comprendiendo la magnitud del conflicto interno de su hijo.

—Amir, sabes que esto no será fácil. Tu padre no aceptará que ignores sus órdenes, y menos por una razón que él no considere válida. Además, hay implicaciones políticas que podrían complicarlo todo.

—Madre, ustedes mismos enfrentaron obstáculos para estar juntos. —La voz de Amir adquirió un tono más apasionado—. El abuelo no quería que mi padre se casara contigo. Los prejuicios, la presión, todo estaba en contra, pero ustedes lucharon. Y ahora todos en Dalma te aman, te respetan. ¿Por qué no puede ser lo mismo para mí?

Ella guardó silencio por un momento, sus pensamientos viajando al pasado. Amir aprovechó para insistir.

—Sé que esto puede traer problemas, pero estoy dispuesto a asumir las consecuencias. Solo necesito tiempo. Habla con él, madre. Ayúdame a que entienda que esto no es solo un capricho.

Finalmente, su madre habló, con una mezcla de cariño y preocupación en su voz.

—Haré lo que pueda, hijo. No te prometo nada, pero intentaré que tu padre te escuche. Aunque sabes que será difícil convencerlo.

—Eso es todo lo que te pido —respondió Amir, sintiendo una ligera esperanza. Luego, suavizó su tono—. Gracias, madre. Significa mucho para mí.

—Te entiendo, Amir. Solo recuerda que, pase lo que pase, quiero que seas feliz. Pero asegúrate de que lo que haces valga la pena, que ella sea la indicada y esté dispuesta a luchar junto a ti.

—Lo haré. Lo prometo.

Colgó la llamada y guardó el teléfono en su bolsillo. Luego, se volvió hacia el escritorio de Ana y volvió a tomar asiento, decidido. Nada iba a interponerse en su camino para conquistarla, ni siquiera su padre. Había esperado años para estar cerca de ella y no iba a permitir que nadie le arrebatara esta oportunidad.

(***).

Ana cerró la puerta de la oficina de la presidencia detrás de ella, sintiendo el peso de la conversación que estaba a punto de tener. Su padre ya estaba frente al escritorio, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—¿Qué está pasando, Ana? ¿Desde cuándo contratas asistentes personales sin consultarme? —Valentín comenzó a hablar sin rodeos, su tono severo y autoritario.

Ana respiró profundamente, esforzándose por mantener la calma.

—Papá, no necesito consultarte cada decisión que tomo. Amir está altamente calificado y puede ayudarme a manejar mi carga de trabajo —respondió, eligiendo continuar con la versión que él había dado mientras buscaba una solución.

Valentín soltó una risa seca, cargada de incredulidad.

—¿Altamente calificado? ¿Ese hombre parece más un modelo que un asistente? ¿O acaso…?

—Basta, papá —lo interrumpió Ana, alzando ligeramente la voz—. Estoy cansada de que cuestiones cada decisión que tomo. Contraté a Amir porque tiene las credenciales necesarias y porque lo considero un buen elemento. ¿No es eso lo que haría cualquier líder competente?

Su padre la miró fijamente mientras su rostro se endurecía aún más.

—El liderazgo no se basa en decisiones impulsivas. Esta empresa necesita estabilidad, fuerza. Necesita a alguien con la capacidad de mantenerla a flote, y lo siento, hija, pero aún no creo que estés lista para eso.

Las palabras de su padre cayeron como un balde de agua fría, pero Ana se negó a retroceder.

—Claro, porque para ti solo los hombres son capaces de dirigir. No importa cuánto me esfuerce, siempre vas a pensar que no soy suficiente —su voz tembló ligeramente, pero no de inseguridad, sino de indignación—. ¿Sabes qué? No necesito tu aprobación.

Valentín alzó una ceja, sorprendido por su firmeza.

—¿Y qué planeas hacer? ¿Renunciar? ¿Abandonar la empresa familiar?

Ana lo miró directamente a los ojos, con determinación en cada palabra.

—Sí, eso es exactamente lo que voy a hacer. Renuncio. Comenzaré mi propio proyecto, mi propia empresa, con lo que me legó la abuela. Te voy a demostrar que soy capaz de liderar, aunque tú te niegues a verlo.

El silencio que siguió fue tenso. Valentín la observó, tratando de leer si hablaba en serio.




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