Ana salió de la oficina de su padre con la cabeza en alto, aunque su interior era un caos. La decepción y el peso de sus decisiones recientes la acompañaron hasta su propia oficina, donde encontró a Amir sentado despreocupadamente en su silla, hojeando un libro que había tomado de la estantería.
—¿Todo bien? —preguntó él con una sonrisa tranquila, como si supiera exactamente lo que había ocurrido.
—No es asunto tuyo, Amir —respondió cortante, molesta por todo, mientras caminaba hacia su escritorio, donde él estaba cómodamente instalado, como si fuera el dueño del lugar.
Él cerró el libro con calma, sosteniendo su mirada con esa intensidad que parecía desarmarla. Pero, también, que lograba aumentar su enojo, la exasperaba.
—Por supuesto que no lo es, pero si necesitas ayuda, aquí estoy. —Su voz era suave, pero cargada de una sinceridad que Ana no esperaba.
Por un momento, estuvo a punto de responder con sarcasmo, pero algo en su actitud la hizo reconsiderar.
—Gracias —dijo finalmente, sin mirarlo directamente. Luego comenzó a recoger sus cosas bajo la mirada curiosa del hombre.
Apiló varias carpetas sobre una caja que acababa de llenar y suspiró profundamente antes de empujarla hacia él. Amir la miró con una mezcla de diversión y curiosidad, mientras deslizaba el libro de vuelta en la estantería.
—Ya que eres mi asistente, compórtate como tal y carga esto. Sígueme. —Ana habló con firmeza y autoridad, evitando la mirada de él mientras tomaba su bolso y se dirigía a la puerta.
Amir arqueó una ceja, pero no discutió. Recogió la caja con facilidad y la siguió.
—Por supuesto, señorita Díaz, a sus órdenes. —Aunque sus palabras eran formales, el brillo en sus ojos delataba que estaba disfrutando demasiado de la situación.
Ana no respondió y aceleró el paso por el pasillo. Al doblar la esquina, se encontraron con Valentín, quien revisaba documentos junto a su asistente. Al verlos, se detuvo y levantó la mirada, su ceño aún más fruncido que antes.
—¿Así que te vas? —preguntó con desaprobación en su tono.
Ana se plantó frente a él, levantando el mentón con desafío.
—Sí. Y no pienso discutirlo más contigo. Me cansé de hacer lo que todos quieren y aun así no ser suficiente.
Padre e hija se enfrentaron en un silencio tenso, sus miradas chocaron como si lucharan en una batalla invisible.
Amir, detrás de ella, se mantuvo en un segundo plano, aunque no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa antes de inclinar la cabeza a modo de saludo. Ese gesto, lejos de calmar a Valentín, pareció irritarlo más.
—Estás cometiendo un error, Ana.
—Eso lo decidiré yo. —Su tono era firme, sereno, pero desafiante.
Sin esperar respuesta, retomó su marcha, obligando a su, ahora, asistente a seguirla. Al llegar al auto, se detuvo frente a él y le extendió las llaves.
—Conduce. No quiero hablar. Solo llévame a un buen restaurante.
Tomó las llaves sin prisa, observándola con una ceja levantada, como si calibrara su siguiente movimiento.
—¿Conducir en silencio? Eso no suena muy emocionante —dijo mientras rodeaba el vehículo para abrirle la puerta.
Ana se acomodó en el asiento y lo fulminó con la mirada.
—Si eres mi asistente, compórtate como tal. —Él cerró la puerta con cuidado y se dirigió al volante, encendiendo el motor. Antes de arrancar, murmuró:
—En realidad, soy tu acompañante. Pero si quieres que actúe como asistente, bueno, Ana… estoy para lo que quieras usarme.
El tono de sus palabras tenía un dejo de insinuación que no pasó desapercibido. Ella lo miró con severidad, aunque sus ojos delataban una mezcla de exasperación y algo que no estaba dispuesta a admitir.
—Conduce —ordenó simplemente.
Le sonrió de lado y obedeció. El viaje transcurrió en silencio, pero no era incómodo. Ella miraba por la ventana, inmersa en sus pensamientos, mientras él, relajado, conducía con seguridad. Parecía satisfecho, como si todo se desarrollara según su plan.
Finalmente, el auto se detuvo frente a un restaurante elegante, con grandes ventanales que ofrecían una vista impresionante del horizonte de la ciudad. Amir salió primero y, con su habitual cortesía, rodeó el vehículo para abrirle la puerta.
—Espero que esto sea lo suficientemente bueno para usted, señorita Díaz —dijo con una leve inclinación de cabeza.
Salió del auto con la barbilla en alto, ignorando su gesto.
—Ya veremos.
Dentro del restaurante, Amir habló con el anfitrión para pedir una mesa junto a la ventana. Aunque Ana seguía molesta, no pudo evitar notar la seguridad con la que manejaba la situación, como si tuviera todo bajo control.
—Por aquí —le indicó Amir, dejando que el anfitrión los guiara.
Ana tomó asiento y dejó que el ambiente tranquilo del lugar comenzara a calmar sus nervios. Amir, sentado frente a ella, desplegó la servilleta con una elegancia casi irritante.
—Bien, ahora que estamos aquí, ¿qué sigue? —preguntó, apoyando los codos sobre la mesa mientras la miraba con genuina curiosidad.
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Editado: 04.02.2025