Después de todo

Capítulo XII

Amir condujo por una carretera que se adentraba en una zona más tranquila, alejada del bullicio de la ciudad. Ana, sin sospechar a dónde la llevaba, se recostó en el asiento, con el teléfono móvil en mano. Mientras el paisaje cambiaba, comenzó a hacer una serie de llamadas.

La primera llamada fue a su abogado, una conversación rápida y práctica, donde le pidió que comenzara los trámites para crear su firma como arquitecta. Mientras hablaba, sus ojos iban de un lado a otro, observando el paisaje pero sin prestar demasiada atención.

—Sí, por favor, que me envíen el correo con la documentación necesaria para comenzar. Y también quiero que investigues en qué proyectos está concursando Kevin. Necesito saber en qué pretende, no pienso ponérselo fácil.

Amir, al volante, escuchaba en silencio, haciendo una nota mental de cada palabra. No decía nada, pero había algo en su postura que dejaba claro que estaba atento a cada detalle.

Cuando Ana colgó, dejó el teléfono en su bolso y miró por la ventana, aún sin saber exactamente a dónde la dirigía. La tranquilidad del paisaje y la quietud de la carretera comenzaban a calmar su mente, que aún giraba en torno a las conversaciones de esa mañana. La segunda llamada fue más breve, asegurándose de que todos los aspectos de su nuevo proyecto estuvieran avanzando.

Finalmente, después de unos minutos más de viaje, Amir hizo un giro inesperado, entrando en una pequeña carretera de tierra que la llevó por un sendero rodeado de árboles. Ella miró a su alrededor, sorprendida por la repentina quietud del lugar.

—¿A dónde vamos? —preguntó, levantando una ceja.

Él no respondió de inmediato, solo sonrió con una leve complicidad en los labios. El sonido de los neumáticos sobre el camino de tierra aumentaba ligeramente, pero el ambiente seguía siendo tranquilo, casi perfecto. Cuando llegaron a la entrada de un complejo rodeado de cabañas, Ana se quedó en silencio.

El complejo estaba justo al borde de un lago, con las cabañas distribuidas de manera que ofrecían vistas impresionantes. La quietud del lugar contrastaba con la ajetreada vida a la que estaba acostumbrada. El aire fresco y el sonido del agua al chocar suavemente contra la orilla completaban el cuadro de serenidad que se le ofrecía.

—Bienvenida —dijo Amir, abriendo la puerta del auto con una sonrisa. Ella se quedó quieta por un momento, sorprendida y un tanto confundida.

—¿Esto es… un restaurante? —preguntó, con un tono que no ocultaba su asombro.

Amir asintió, tomándola de la mano para guiarla hacia la entrada principal, donde el aroma de la comida fresca y natural comenzó a invadir el aire.

—Sí, aquí sirven comida especializada en productos frescos y orgánicos. Creo que este lugar te sorprenderá.

Miró a su alrededor, aún sin poder creer que se encontraba en ese lugar. Sin saber qué más decir, caminó junto al hombre, dejando atrás sus preocupaciones momentáneas y permitiéndose ser arrastrada por la tranquilidad de ese espacio tan inesperado.

El almuerzo transcurría entre risas suaves y conversaciones distendidas. La comida, que había llegado acompañada de una increíble variedad de productos frescos y exquisitos, se deslizaba suavemente por sus paladares. Ana estaba disfrutando de la tranquilidad del sitio, sin la presión habitual de las reuniones ni los conflictos familiares. Pero la paz no duró mucho, pues Amir, como siempre, no dejaba de bromear.

Mientras ella tomaba un sorbo de vino, el árabe, con una sonrisa pícara, la miró fijamente.

—Mmm, ¿sabías que por cada beso que me des, te llevaré a conocer diferentes lugares? —dijo, provocador, sabiendo que esas palabras tenían el poder de ruborizarla.

Al escucharlo, sintió cómo sus mejillas se tiñeron de un rojo profundo, pero logró mantener la compostura. Desvió la mirada rápidamente, cruzando los brazos sobre la mesa, y con tono autoritario le respondió:

—Para eso te contraté, ¿no? —Intentó sonar seria, pero la ligera inclinación de su cabeza y la forma en que evitó su mirada traicionaron su rubor.

Amir, divertido por su reacción, no pudo resistir la tentación de seguir provocándola.

—Claro, claro, pero… —pausó un momento, disfrutando del desconcierto de la mujer—. ¿Cuántos días a la semana compartiríamos cama en la noche?

Al escucharlo, casi se atraganta con un trozo de comida. El momento se volvió incómodo rápidamente, pero Amir, con rapidez y una sonrisa cómplice, se inclinó hacia ella para ayudarla, palmeándole suavemente la espalda.

—¿Estás bien? —preguntó, un tanto burlón pero preocupado.

Aún sin poder respirar bien, intentó recomponerse, pero las palabras no salían. Mientras ella se recuperaba, Amir no perdió la oportunidad de añadir con total tranquilidad:

—Solo por curiosidad, ¿eh? No es que para mí fuera un problema dormir a tu lado cada noche. —Su tono se mantenía casual, pero las palabras parecían un golpe certero que la dejó aún más descolocada.

Ana no sabía si estaba sonrojada por la pregunta o por el hecho de que él pareciera tan relajado y seguro al respecto. Abrió la boca, pero no supo qué decir. Todo lo que le salió fue un sonido poco elocuente, lo que solo hizo que Amir se riera suavemente, disfrutando cada segundo de su incomodidad.




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