El sol brillaba sobre el lago, reflejándose en las tranquilas aguas que rodeaban el bote en el que Amir y Ana se deslizaban suavemente. El paisaje era idílico, con la brisa fresca acariciando sus rostros y el sonido rítmico del agua al ser cortada por los remos. Pero, como era de esperarse, Amir no podía permitir que la paz durara demasiado.
Con una sonrisa ladeada, dejó un remo apoyado en su pierna y dirigió su atención a Ana, quien observaba el horizonte con aparente tranquilidad.
—Sabes… hay algo en este paseo que me recuerda a nuestra relación. —Ella rodó los ojos, anticipando lo que vendría.
—¿Ah, sí? ¿Qué relación? —replicó sin mirarlo—. ¿Y qué puede tener en común con esto? No tenemos nada, no te conozco.
Se inclinó ligeramente hacia ella, bajando la voz con un tono sugerente.
—Que es un juego de resistencia. Yo remo, tú intentas resistirte, pero al final, ambos sabemos que vas a dejarte llevar. —Ella parpadeó y sintió un calor subirle al rostro.
—¡No digas tonterías! —espetó, girando la cabeza para ocultar su sonrojo. El árabe soltó una carcajada divertida.
—No es una tontería. Es solo la verdad, soy irresistible —Apoyó un codo en su rodilla y la miró con una intensidad que la hizo removerse en su asiento—. Y lo mejor es que, cuando finalmente te entregues, disfrutarás del viaje tanto como yo.
La mujer se quedó sin palabras. Su cerebro intentaba formular una respuesta inteligente, pero su piel ardía bajo la mirada de él.
—¿Sabes qué es lo peor? —continuó el hombre con aire pensativo—. Que te ves preciosa cuando te sonrojas. Casi tanto como cuando te enojas… o cuando estás a punto de besarme.
—¡No estoy a punto de besarte! —protestó escandalizada, llevándose una mano a la frente en un intento inútil de enfriarse.
—Bueno, eso lo dices ahora. Pero cada vez que me acerco… —Amir movió su rostro apenas unos centímetros hacia ella, su voz descendiendo a un susurro—, siento que te debates entre huir o quedarte. Y créeme… si alguna vez decides quedarte, no te arrepentirás.
Ana apretó los labios y se abrazó a sí misma, intentando contener la avalancha de emociones que él le provocaba. Ya ni sabía qué pensar. Todo era precipitado. Apenas lo conocía y, sin embargo, ahí estaba, atrapada con él en medio de un lago, sintiendo cosas que no debería por un desconocido. Acaso había perdido la cordura.
—¡Rema y cállate! —espetó, cruzando los brazos. Él sonrió con aire triunfal y tomó de nuevo los remos.
—Como desees, mi señora.
Pero, en su intento de girar el bote con elegancia, cometió un error de cálculo.
El remo en su mano derecha resbaló de sus dedos y, con un sonido seco, cayó al agua, quedando a la deriva.
Ana tardó un segundo en procesar lo que acababa de pasar.
—¿Amir…? —su voz sonó más tensa de lo que quería.
Él parpadeó, viendo cómo el remo flotaba lentamente lejos del bote.
—Bueno… esto es un pequeño inconveniente. —Ella miró el agua con creciente preocupación.
—No. No, no, no. No puede estar pasando esto.
Intentó controlar su respiración, pero la idea de estar en medio del lago, sin forma de moverse, comenzó a hacer estragos en su mente.
—Ana, tranquila, tenemos otro remo —dijo Amir, notando su tensión.
—¡¿Y si también se cae?! ¡¿Y si el bote se voltea?! ¡O si algo sale del agua!
—¿Algo, como qué? —preguntó él, confundido.
—¡No lo sé! ¡Un pez gigante, un monstruo del lago, un tiburón de agua dulce! —Amir tuvo que morderse el labio para no reír.
—Ana… no hay tiburones en este lago. —Pero ella ya estaba respirando de manera errática, aferrándose al borde del bote como si su vida dependiera de ello.
—Tenemos que salir de aquí. ¡Tenemos que regresar a la orilla ya! Cómo acepté subirme aquí contigo.
Viendo que el pánico iba en aumento, dejó el remo restante a un lado y se inclinó hacia ella, colocando una mano firme sobre la suya.
—Mírame.
—¡No, Amir, esto es un desastre!
—Ana —repitió, con un tono bajo y calmado—. Mírame.
A regañadientes, ella levantó la vista y se encontró con sus ojos azules, serenos.
—Respira hondo. No va a pasar nada, ¿de acuerdo? Yo estoy aquí. No voy a dejar que nada malo te pase, nunca.
Ana tragó saliva y asintió débilmente.
—Voy a remar hasta el otro remo y luego a la orilla. Solo relájate y confía en mí, ¿sí?
Con un último suspiro, Ana dejó que Amir tomara el control. Él agarró el remo restante con fuerza y comenzó a maniobrar con precisión. Aunque le tomó más tiempo de lo habitual, logró recuperar el otro remo y acercar el bote a la orilla sin sobresaltos.
Cuando finalmente tocaron tierra firme, Ana fue la primera en bajarse, sintiendo el suelo bajo sus pies con un alivio absoluto.
—¡Nunca más me subo a un bote contigo!
Amir, aún dentro del bote, apoyó un codo en su rodilla y la miró con una sonrisa ladeada.
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Editado: 04.02.2025