Ana dejó el vaso sobre la barra con un golpe seco. El calor del whisky bajaba por su garganta, pero no lograba calmar su frustración. Todo en ese día había salido al revés, y ahora estaba atrapada en un complejo de cabañas con el hombre más irritante y provocador que había conocido.
—Bien, Ana, creo que es suficiente por ahora —intervino Amir con su tono habitual de superioridad divertida, observando cómo ella pedía su tercer whisky.
—No me des órdenes —replicó sin mirarlo, tomando el vaso con decisión.
—No te estoy dando órdenes, solo una sugerencia con muy buenas intenciones —dijo él con una sonrisa que la irritó más. Luego, se inclinó hacia ella—. Pero si quieres que te cargue después porque no puedes caminar derecha, adelante.
Ella le lanzó una mirada de advertencia antes de dar un trago largo.
—Puedo caminar perfectamente.
—Lo comprobaremos en el camino a la recepción —replicó él, arrebatándole el vaso antes de que terminara su trago.
—¡Oye!
—Vamos, testaruda, antes de que te pongas sentimental con el alcohol o te dé por contratar más hombres a tu servicio.
Ana bufó, pero no tenía demasiadas opciones. De mala gana, se levantó de la barra y se dirigió a la recepción, con el árabe caminando a su lado con una expresión demasiado satisfecha.
Al llegar, una joven recepcionista les sonrió con amabilidad.
—Señor Al-Mansur, qué gusto verlo de nuevo. Su cabaña está lista, como siempre le gusta. —Ana parpadeó. ¿Cómo que «como siempre le gusta»?
Amir sonrió con educación y tomó el juego de llaves que le extendieron.
—Gracias, Layla. —Ana cruzó los brazos y miró a la recepcionista con una sonrisa tensa.
—Yo también necesito una cabaña.
Layla la miró con nerviosismo.
—Oh… lo siento mucho, pero con las lluvias, todas las cabañas están ocupadas. Pensé que usted era la pareja del señor Al-Mansur. Es la primera vez que lo acompaña una dama. Siento mucho la confusión… —Ella sintió cómo su irritación aumentaba peligrosamente y que le quedaba muy poco autocontrol.
—No, no lo soy. Y no dormiré con alguien que no conozco. —La recepcionista parecía al borde de la desesperación.
—De verdad lo siento, señorita.
—Tranquila, Layla —intervino Amir con evidente diversión—. Ana y yo compartimos habitación la noche anterior y está enterita. Otra noche no hará diferencia. —Ana lo fulminó con la mirada, le arrebató las llaves y gruñó:
—No entrarás a esa cabaña.
—Como quieras —respondió con una sonrisa, disfrutando la reacción de la mujer más hermosa y testaruda que había conocido nunca.
Ana se giró con furia y caminó con paso firme hacia la zona de las cabañas. La lluvia había aflojado la tierra y el sendero estaba resbaloso, pero ella iba demasiado molesta para notarlo. Hasta que…
—¡Agh! —exclamó, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo con torpeza.
El árabe, que la observaba con los brazos cruzados, corrió hacia ella y se arrodilló a su lado.
—¿Estás bien? —Se agarró el tobillo con un gesto de dolor.
—¡Por supuesto que no estoy bien! ¡Y es tu culpa! —Él suspiró y, sin previo aviso, la tomó en brazos.
—¡Bájame, Amir!
—No, y no es mi culpa. Tú eres testaruda y muy reactiva.
—¡No puedes llevarme a esas cabañas, no pienso entrar ahí contigo! —Él sonrió con calma y comenzó a andar en sentido contrario.
—Descuida, no vamos a esas cabañas.
—¿A dónde, entonces?
—A mi cabaña. Está del otro lado. —Ella sintió ganas de gritar.
Él caminó con paso firme hacia su cabaña mientras la lluvia comenzaba a arreciar, empapando su camisa. Ana, aún en sus brazos, protestaba en vano y se removía, intentando que la soltara.
—¡Bájame, Amir! Puedo caminar.
—No hasta que revise tu tobillo —respondió él sin inmutarse.
Cuando llegaron, notó que la cabaña de Amir no era como las demás. Mientras las otras eran pequeñas y rústicas, la suya tenía el estilo de un bungalow de lujo, con una estructura más grande, ventanales amplios y una terraza con vista al lago.
En la puerta, dos jóvenes de piel morena y vestimenta sencilla los esperaban. Al verlos, hicieron una leve reverencia con la cabeza.
Ana frunció el ceño, pero antes de decir algo, Amir negó con la cabeza, indicándoles que no era necesario. Luego, extendió las llaves para que abrieran la puerta.
—Todo está listo, mi señor —dijo uno de ellos en perfecto inglés.
Amir asintió y se dirigió al otro joven, hablándole en árabe con fluidez. El muchacho asintió rápidamente y se marchó a paso apresurado.
Ana, aún en sus brazos, resopló con fastidio.
—¡Odio que hablen en otro idioma delante de mí! ¿Qué le dijiste? —Amir cruzó el umbral de la cabaña con una expresión relajada.
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Editado: 04.02.2025