Después de todo

Capítulo XV

Amir deslizó sus manos con firmeza sobre el tobillo de Ana, aplicando una leve presión mientras la observaba con una sonrisa ladeada.

—Relájate —murmuró con voz profunda que la hizo estremeserse—. No voy a morderte… todavía.

Ana soltó un bufido, pero el calor de sus manos sobre su piel hizo que se le escapara un suspiro traicionero. Apenas se dio cuenta de su error cuando notó la expresión de satisfacción en el rostro del hombre

—¿Te gusta? —preguntó con evidente diversión.

—Es un buen masaje, nada más —replicó ella, tratando de sonar indiferente.

—Mmm… —Él inclinó la cabeza ligeramente, sin dejar de presionar con sus pulgares sobre su piel—. Parecía más que eso.

Ana iba a responder con una réplica mordaz, pero en ese momento, con absoluta naturalidad, él se llevó las manos a la camisa empapada y comenzó a desabotonarla con calma.

Ella lo observó sin comprender al principio, hasta que él se quitó la prenda con un movimiento fluido y la dejó caer a un lado.

El aliento se le atascó en la garganta.

«Él no será un príncipe, aunque estaba… tallado por los mismos dioses» —pensó mientras el alcohol ya está adueñándose de su razón.

Su piel bronceada resaltaba cada uno de sus músculos bien definidos. Pectorales firmes, abdominales marcados y gotas de agua resbalando por su pecho hasta perderse en la cintura de sus pantalones.

Ana tragó en seco. Amir sonrió con malicia al notar su reacción y se pasó una mano por el cabello mojado, haciendo que más gotas rodaran por su cuello y descendieran por su torso.

—¿Te gusta lo que ves, habibi? —preguntó con voz grave y satisfecha.

Ana sintió cómo su cerebro colapsaba. Su única defensa fue huir… al whisky. Más whisky… Se sirvió un trago con manos temblorosas y lo bebió de un golpe.

La quemazón del licor apenas fue suficiente para desviar su atención del espectáculo frente a ella.

Pero entonces, el árabe se inclinó más cerca, apoyando un brazo a su lado en el sofá, acorralándola con su presencia.

—Eso fue un sí —susurró en su oído.

Aún hiperventilando, extendió la mano para servirse otro trago, pero en su desesperación, volcó la botella y el líquido se derramó sobre la mesa.

—¡Maldición! —exclamó, tratando de limpiarlo con torpeza y él soltó una carcajada profunda.

—¿Te pusiste nerviosa, habibi?

—¡Cállate! —espetó ella, sin atreverse a mirarlo. Él recogió la botella con calma y la alejó de su alcance.

—Creo que ya fue suficiente whisky por hoy. —Le advirtió ganándose una mirada asesina.

—¡Esto es tu culpa!

—¿Por qué? ¿Por ser demasiado atractivo? —Ella sintió que le explotaba el cerebro, le costaba razonar adecuadamente.

—¡Eres un arrogante!

—Y tú, preciosa, eres un desastre cuando te pones nerviosa.

Ella lo miró con furia… pero no podía negar que él disfrutaba cada segundo de su tormento.

Amir sostuvo su pie con delicadeza, recorriendo su piel con los pulgares en un masaje lento y deliberado. Su mirada se posó en la de Ana, quien, con las mejillas arreboladas y el pecho subiendo y bajando con cada respiración, parecía debatirse entre la razón y el deseo.

—¿Puedo continuar? —preguntó con voz grave y seductora, su aliento cálido rozando su piel.

Ana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Quiso responder con una negativa firme, mantener su actitud desafiante, pero cuando él volvió a presionar suavemente sus dedos sobre su piel, el calor la envolvió.

—Sí… —su voz apenas fue un susurro, más una súplica que una respuesta. Amir sonrió con satisfacción.

Poco a poco, sus manos fueron ascendiendo por su pierna, con movimientos expertos que la relajaban y la hacían arder al mismo tiempo. Inclinó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, sin poder evitar estremecerse.

El árabe la observaba con una intensidad peligrosa. Sentir la suavidad de su piel bajo sus manos, escuchar sus respiraciones entrecortadas y verla entregarse a su toque lo estaba volviendo loco. Pero él tenía paciencia.

Podía saborear la tensión entre ellos, la atracción cruda y palpitante. Sin embargo, por más que la deseara con cada fibra de su ser, había una línea que no cruzaría.

Ana sería suya… pero cuando ella lo pidiera con sus cincos sentidos. Cuando lo deseara tanto como él.

Con un último roce sobre su muslo, Amir dejó escapar un suspiro profundo y se apartó ligeramente, aunque aún mantenía su mano sobre su piel.

Pero, justo entonces el sonido de los nudillos golpeando la puerta rompió la atmósfera densa de tensión entre ellos. Amir parpadeó, obligándose a recobrar la compostura antes de girarse con su expresión impasible de siempre.

Cuando abrió la puerta, el joven empleado estaba allí con el botiquín en manos. Le dedicó un gesto de respeto antes de entregárselo.

—Aquí tiene, mi señor.




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