En la penumbra de la cabaña, donde la luz se fundía en sombras y el silencio se llenaba de suspiros, sus labios se encontraron en un beso ardiente. No era un beso común, sino el fuego de dos almas que se rebelaban contra todo y que, en un instante suspendido, se despojaban de sus defensas.
Sus manos vagaban sin prisa, desatando las ataduras de la ropa, mientras el deseo se convertía en un murmullo incesante. La prisa del mundo exterior se desvanecía; sólo existían ellos, sus latidos acelerados y el tacto que hablaba en un idioma sin palabras.
El beso se intensificó, profundo y sincero, como si en él se encontrara el eco de todos los silencios y anhelos acumulados. Era un beso que prometía ser el principio o el final de algo, un instante en que el tiempo parecía detenerse para dejar que el deseo se expresara sin reservas.
En ese encuentro, se fundían la ternura y la pasión, y el aire se llenaba de un perfume a esperanza y osadía, mientras se abandonaban al fuego que solo la pasión es capaz de encender.
Obligados a tomar aliento, sus labios se separaron en un suspiro compartido. El tiempo pareció detenerse mientras ambos se miraron, la intensidad del beso aún vibraba en el aire. Ana, ahora completamente despojada de todo, y Amir, con tan solo el pantalón, se quedaron en un silencio cargado de deseo y complicidad.
Amir la envolvió en un abrazo tierno pero firme, sus manos recorriendo con delicadeza la piel de la mujer que tanto ha anhelado. Con voz baja y sincera, le dijo:
—Hace tiempo andaba anhelando tu beso, tu cuerpo… pero sólo consentiré llegar a más contigo cuando ambos lo deseemos conscientemente.
Ana, con el alcohol enturbiando sus sentidos y su mente tambaleante, protestó apenas, pero en el fondo no pudo resistir el consuelo y la calidez de su abrazo. La mezcla de sus emociones la llevó a dejarse llevar, abandonándose al arrullo de ese encuentro.
Mientras la tensión de la pasión cedía a una sensación de calma, la sostuvo entre sus brazos, acariciándole suavemente el cabello. El roce de sus dedos parecía prometerle seguridad, un refugio en medio del caos de la vida. Poco a poco, la embriagada Ana fue entregándose al sueño, sus ojos apagándose con la dulzura de quien se deja arrullar por un deseo largamente contenido.
Amir, con la mirada suavizada por la ternura, la observó dormir en sus brazos. En ese instante, todo lo que había anhelado desde aquella gala en la embajada, cuando siendo un adolescente la vio por primera vez, se fundía en la paz del sueño ñ. La promesa de un amor que se había gestado dentro de él en secreto, y que ahora parecía haber encontrado su refugio.
Con cuidado, él la acunó aún más, susurándole palabras que solo el silencio de la noche podía atesorar. Y así, abrazado a la mujer que había deseado tanto, también se dejó llevar por el sueño, sellando con su cariño la unión de dos almas que parecían destinadas a encontrarse y que él haría lo necesario porque así fuera.
Al día siguiente, Ana se despertó con un gemido apagado, la cabeza palpitándole como si un tambor hubiera decidido hacer una fiesta en su cráneo. Al abrir los ojos, para su sorpresa, notó que estaba completamente desnuda, cubierta únicamente por unas sábanas que, con evidente intención traviesa del destino, habían sido dispuestas de forma que apenas escondían nada. Y allí, abrazado a ella, estaba Amir, dormido plácidamente con la expresión de un hombre que ni se inmutaría ante un huracán.
—¡Ay, Dios mío! —murmuró mientras trataba de levantar la vista en medio de la resaca, intentando ordenar los fragmentos confusos de su memoria. Todo era un caos: destellos de un beso ardiente, risas, susurros... y algo más que, ahora, parecía haberla llevado hasta ese momento íntimo.
Con manos temblorosas, tiró de la sábana, haciendo que se deslizara en el lado de Amir. Instantáneamente, sus ojos se abrieron de par en par al ver que él quedaba prácticamente expuesto, con la piel bronceada y perfectamente trabajada que parecía sacada de una caricatura de héroe romántico. Sin pensarlo, su dedo se deslizó curiosamente por sus pectorales, y entre un bostezo y otro, pensó para sí: "¡Está buenísimo!" Mientras mordía su labio inferior en una mezcla de asombro y risa contenida, se quedó tan absorta en admirar su cuerpo que ni siquiera notó el leve movimiento a su lado.
Fue entonces cuando una voz ronca y pícara rompió el silencio matutino:
—Si te gustó, puedes tomarme.
Ana saltó en el acto, dando un brinco tan inesperado que las sábanas revolotaron caóticamente y, en su enredo, la pobre se precipitó al suelo con un estruendoso golpe. Mientras maldecía en voz baja y se debatía entre el dolor y la sorpresa, Amir, que hasta ese momento parecía tan dormido como una estatua, se incorporó despacio, con una sonrisa entrecerrada y unos ojos que no dejaban entrever si estaba bromeando o sinceramente complacido.
—¿Estás bien, preciosa? —preguntó, mientras se inclinaba para ayudarla a levantarse.
Ana, aún en el suelo, se frotó la frente y replicó con tono incrédulo y divertido:
—¡Por el amor de Dios, Amir! ¡No me esperaba terminar así! ¿Qué clase de broma es esta? ¡Y tú, desnudo y tan tranquilo, como si nada hubiera pasado!
Amir soltó una risa baja y cálida, extendiendo una mano para ayudarla a ponerse de pie y Ana, aún aturdida por la caída y la resaca, la tomó sin pensar demasiado. Sin embargo, en cuanto sus cuerpos quedaron frente a frente, la cercanía se volvió insoportable. Las sábanas colgaban de su cuerpo como un escudo precario, y el calor que emanaba del hombre la envolvía, haciendo que su piel reaccionara con un estremecimiento involuntario.
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Editado: 10.04.2025