Ana aún sentía su piel ardiendo cuando los golpes en la puerta volvieron a sonar, esta vez más insistentes. Su rostro se cubrió de un rubor feroz, pero Amir solo sonrió con arrogancia antes de besarla con descaro.
—Tranquila, nadie entrará. Todos respetan a mi princesa. —Ana se apartó con una mirada fulminante.
—¡No soy tu princesa!
Amir arqueó una ceja, divertido por su reacción. Sin darle oportunidad de escapar, la atrapó entre sus brazos y la alzó con facilidad.
—Dilo cuantas veces quieras, habibi, pero ya quedó claro que me perteneces.
—¡Bájame ahora mismo, príncipe cavernícola! —protestó ella, forcejeando.
—No —respondió con desfachatez mientras la besaba en el cuello—. Lo único que haré es recordarte, una y otra vez, lo bien que me llamaste por mi nombre hace unos minutos… y lo fuerte que me agarraste. —Sintió su cara arder aún más y le clavó los dedos en los hombros de él.
—¡No te pertenezco!
—Entonces, ¿por qué te aferras a mí ahora? —le susurró al oído con un tono que la hizo estremecer.
Furiosa y tentada a partes iguales, aprovechó que sus piernas estaban libres y le dio una patada ligera en la espalda.
—¡Porque me estás cargando, tarado!
El príncipe soltó una carcajada genuina y la besó con un arrebato juguetón antes de caminar hacia el baño.
—Voy a enseñarte qué significa ser de un árabe testarudo, mi latina hermosa.
—¡Amir, no se te ocurra…!
Pero antes de que pudiera seguir protestando, ya estaba sentada sobre la mesada del baño, con sus piernas enroscadas en su cintura y su aliento entrecortado por la intensidad de su mirada.
—Me encanta cuando finges que no me deseas y eres tan mía —dijo él con descaro, recorriéndola con las manos—. Pero me gusta más cuando te rindes.
Ana le lanzó una mirada desafiante.
—¿Quién dice que me rendí?
—Lo dice tu cuerpo, habibi —ronroneó él antes de devorar su boca en un beso que dejó cualquier argumento en el olvido.
Y así, entre caricias, la llevó hasta la ducha, dispuesto a demostrarle que no había escapatoria… y que, le gustara o no, ya era suya, solo suya.
Luego de bañarla acariciando su piel sin prisas tomó la toalla con calma, su mirada encendida recorriendo el cuerpo de la mujer mientras el agua resbalaba por su piel. Con movimientos lentos, comenzó a secarla, deslizando la tela sobre su piel con un toque que era tan sensual como reverente.
—No hace falta que hagas esto —murmuró ella intentando sonar firme, aunque su voz tembló levemente cuando él pasó la toalla por sus muslos con lentitud deliberada.
—Claro que hace falta —replicó con una media sonrisa, sin apartar la vista de su tarea—. No permitiré que mi princesa se enfríe.
Ana resopló, pero no pudo evitar estremecerse cuando él acarició sus brazos con la misma dedicación, como si cada roce de la tela sobre su piel fuera una promesa silenciosa.
—No soy tu princesa.
—¿Ah, no? —Amir inclinó la cabeza y acercó los labios a su cuello, rozándola apenas con su aliento—. Entonces dime por qué tu cuerpo tiembla con cada toque mío.
Ana se mordió el labio y desvió la mirada, negándose a responder. Pero su jadeo traicionero cuando él recorrió la curva de su cadera con la toalla fue suficiente respuesta.
Amir sonrió con aire travieso y continuó su labor, tallando su piel con devoción, asegurándose de que cada caricia fuera tan tortuosa como placentera. Cuando terminó, deslizó las manos por su espalda, bajando lentamente hasta la parte posterior de sus muslos antes de alzarla en brazos de nuevo.
—¡Amir! —protestó ella, aferrándose a sus hombros.
—No voy a dejar que apoyes ese tobillo —respondió con absoluta tranquilidad, como si no la estuviera sosteniendo desnuda contra su pecho, su piel aún ardiendo de deseo.
Ella sintió que el calor subía por su cuello, más por la forma en que su cuerpo reaccionaba al suyo que por la situación en sí.
Pero árabe, en lugar de llevarla directamente a la cama, comenzó a avanzar con calma hacia la habitación, dejando que su piel rozara contra la de ella con cada paso. Ana sintió cada fibra de su ser responder al contacto, y él lo sabía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con desconfianza.
—Nada. Solo disfrutando el privilegio de cargar a la mujer más hermosa que he visto. —Ella entrecerró los ojos.
—No me mires así, princesa —dijo con una sonrisa traviesa—. Recuerda que solo me tendrás cuando me lo pidas.
La forma en que lo dijo, con ese tono sugerente y burlón, hizo que su paciencia se resquebrajara.
—Eres un…
—¿Sí? —afirmó y arqueó una ceja, desafiándola.
Ana apretó los labios y lo fulminó con la mirada, pero él solo rió con diversión antes de depositarla con suavidad sobre la cama.
—Voy a atender la puerta. —Lo miró incrédula.
—¿Ahora?
#654 en Novela romántica
#264 en Chick lit
romance y venganza, segundas oportunidades dolor y amor, árabe millonario y sexy
Editado: 10.04.2025