Ana se miró en el espejo sorprendida y satisfecha. El traje que Amir había elegido para ella era impecable: elegante, moderno, con un escote sutilmente atrevido pero sin perder la sofisticación. Se giró hacia él con curiosidad, cruzando los brazos.
—¿Cómo haces para conocer tan bien mis preferencias?
Amir, ajustando la manga de su traje italiano perfectamente entallado, le dedicó una sonrisa de autosuficiencia.
—Tengo buen gusto y lo más importante, de ti lo sé todo —declaró con naturalidad—. Te conozco tan bien que hasta podría adivinar lo que estás pensando en este mismo instante.
Ana arqueó una ceja con escepticismo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué estoy pensando?
Él se acercó con paso lento, estudiándola con intensidad.
—Estás preguntándote cómo es posible que siempre acierte con lo que te gusta… pero al mismo tiempo te molesta un poco que tenga razón. —ells entrecerró los ojos, intentando ocultar su reacción.
—Pura arrogancia —murmuró, pero Amir solo sonrió más.
Se inclinó hacia ella, con las manos en los bolsillos, proyectando una imagen de seguridad absoluta.
—Te lo demostraré, pero no ahora.
Le tendió la mano y le preguntó:
—¿Lista? —Ella asintió, pero antes de que pudiera moverse, él la tomó en brazos sin previo aviso.
—¡Amir! —protestó, forcejeando levemente—. ¡Puedo caminar! —Él negó con la cabeza.
—Tengo que cuidar tu tobillo. Y, además… —La miró con una chispa traviesa en los ojos—. Si sigues protestando, te volveré a besar y tendrás que corregir tu maquillaje otra vez.
La mujer en sus brazos se quedó en silencio por un momento, evaluando sus opciones, hasta que se encogió de hombros con resignación fingida.
—Haz lo que quieras. —Ese simple gesto casi lo hace perder el control. La miró con intensidad, sintiendo una tentación peligrosa.
—No me provoques, princesa —susurró con voz profunda—, o no te permitiré salir de esta cabaña jamás.
Sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero se limitó a sonreír desafiándolo.
El árabe suspiró, controlando sus impulsos, y comenzó a caminar con ella en brazos, dirigiéndose hacia el helicóptero. Mientras avanzaba, podía sentir su mirada sobre él, y sabía que la batalla con esta testaruda apenas comenzaba.
Ana observó con asombro cómo la sentaba en el asiento del copiloto con cuidado, asegurándose de que estuviera cómoda.
—Desde aquí tendrás unas vistas increíbles —dijo con seguridad—. Disfrutarás el paseo.
Ella asintió, pero al mirar alrededor, notó que no había nadie más en la cabina. Frunció el ceño y, con un tono de duda, preguntó:
—¿Y el piloto?
Amir, con esa arrogancia natural que lo caracterizaba, se limitó a sonreír mientras se subía al asiento del piloto y comenzaba a accionar los controles con una seguridad impresionante.
—No te preocupes, todo está listo —respondió sin mirarla, concentrado en los mandos. Ella parpadeó varias veces, su preocupación, sin poder evitarlo, iba creciendo.
—Espera… ¿Me estás diciendo que tú vas a pilotar esto? —Giró la cabeza hacia ella, divertido por su expresión.
—Así es, princesa. —Lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Pero sabes lo que estás haciendo? —Él soltó una carcajada baja mientras terminaba las últimas verificaciones.
—Relájate. Estás en buenas manos. —Eso, por supuesto, no la relajó en absoluto.
Ana se aferró al asiento mientras el helicóptero comenzaba a elevarse. Sentía el corazón acelerado y no podía evitar mantenerse tensa, observando cada movimiento que él hacía con aprensión.
Pero, poco a poco, cuando el helicóptero se estabilizó y la vista bajo ellos se desplegó como un cuadro impresionante de paisajes dorados por el sol, sintió su tensión disminuir.
Lo miró de reojo, quien manejaba la aeronave con una destreza impecable. Sus manos se movían con precisión sobre los controles, su expresión era de concentración absoluta, y su postura denotaba confianza.
Entonces, exhaló despacio y desvió la vista hacia la ventana, maravillada.
—Es hermoso… —susurró, sin darse cuenta de que había hablado en voz alta.
Amir sonrió sin apartar la vista del horizonte.
—Te lo dije. Ahora solo relájate y disfruta. —Y, por primera vez en todo el trayecto, realmente lo hizo.
Ana dejó escapar un suspiro, sin darse cuenta de cuánto se había perdido en sus pensamientos hasta que él habló. Pero antes de eso, su mente había estado divagando entre el azul infinito del cielo y el torbellino que este hombre desató en su vida en apenas dos días.
¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Cómo había terminado entregándose a un hombre que, hasta hacía poco, era un completo desconocido? Lo cierto era que, con él, nunca había sentido miedo ni dudas. Desde el primer instante, se sintió protegida, deseada… viva.
Su mente traicionera la llevó de regreso a aquella entrega, al calor de sus manos recorriendo cada centímetro de su piel, al modo en que su boca la había devorado con hambre y devoción. Su cuerpo se estremeció solo con recordarlo, y sin poder evitarlo, mordió su labio inferior.
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Editado: 10.04.2025