Después de todo

Capítulo XXII

Amir entró a su departamento con una expresión de absoluta satisfacción. Cerró la puerta tras de sí y apoyó la espalda contra ella por un instante, dejando escapar un suspiro profundo. Una sonrisa ladeada apareció en su rostro al recordar cada instante con Ana. Cuántas veces la había imaginado en sus brazos, cuántas noches había soñado con la sensación de su piel bajo sus manos, con el brillo desafiante de sus ojos verdes. Pero nada, absolutamente nada, había sido comparable con la realidad.

Se quitó la chaqueta y la dejó sobre un sillón de cuero antes de dirigirse hacia la barra donde tenía su selección de licores. Sirvió un vaso de whisky y caminó hasta el ventanal que ofrecía una vista privilegiada de la ciudad. Los edificios magestuosos en la distancia, pero su mente estaba en otro lugar, perdida en la imagen de Ana: su mirada fiera, su boca entreabierta después de sus besos, la forma en que su cuerpo se estremecía bajo sus caricias. Era maravillosa, perfecta en su terquedad, en su valentía, en su manera de desafiarlo. Le gustaba todo de ella, incluso lo indomable de su carácter. Más bien, especialmente lo indomable.

Una presencia silenciosa interrumpió sus pensamientos. Amir no necesitó girarse para saber que su madre estaba allí. Zaira Al-Mansur se acercó despacio y se cruzó de brazos, observando la expresión embelesada de su hijo. Con una ligera sonrisa, dijo con voz serena, pero firme:

—No quiero arruinar esa cara que tienes, pero si te conozco, no estás haciendo las cosas bien. ¿Ella sabe?

Amir bebió un sorbo de su whisky antes de responder sin mirarla.

—No. Primero hablaré con mi padre, pero no estoy dispuesto a renunciar a ella.

Zaira suspiró y negó con la cabeza.

—Si esa chica es como tú la has descrito y descubre que le estás ocultando cosas después del engaño que ha sufrido… la vas a perder, Amir.

Él cerró los ojos un instante, apretando la mandíbula.

—Lo resolveré.

—Eso espero —respondió su madre, mirándolo con preocupación—. Lo que me inquieta es que tu padre no ha querido tratar el asunto conmigo.

Amir se giró entonces, su ceño fruncido en una clara señal de alerta.

—¿Cómo así? Si ni siquiera tú has logrado nada, significa que la situación está complicada. Tienes que ayudarme.

Zaira alzó una ceja y sonrió con picardía.

—Ya lo estoy haciendo. Lo tengo en una estricta “dieta” —dijo levantando las manos para hacer comillas con los dedos.

Amir soltó una carcajada. Sabía exactamente lo que eso significaba.

—Dios mío, mamá… eso es cruel. Cuando lo pones a dieta, básicamente no le permites acercarse a ti. Y el jeque no sabe estar sin su latina loca —dijo con diversión.

Zaira sonrió con complicidad y se encogió de hombros.

—Muy bien, mamá. Tú doblegalo con la “dieta” —repitió el gesto de las comillas— y yo lo convenceré. Es una locura… Tú y él lucharon tanto por su amor bonito. No entiendo cómo no puede empatizar con mi situación.

Zaira puso una mano sobre su brazo y le acarició con ternura.

—Hijo, primero vayamos allá y luego veremos qué se puede hacer. Tranquilo, mi león, que por ti doblego a la fiera —dijo con una sonrisa confiada—. Ahora apúrate, que el avión espera.

Amir asintió, dejando el vaso sobre la mesa.

—Haré unas llamadas y ya voy.

Su madre le dio un beso en la mejilla antes de salir de la habitación. Amir volvió a mirar la ciudad por un instante más, su expresión más resuelta que nunca. No iba a perder a Ana. Haría lo que fuera necesario para tenerla a su lado.

(***).

Ana permaneció tumbada en el sofá, con la mirada perdida en el techo y los labios entreabiertos, mordiendo levemente su labio inferior. Todavía sentía las sensaciones recorriendo su piel, como si su cuerpo se negara a olvidar el intenso y fugaz encuentro con Amir. Se llevó una mano al pecho, intentando calmar el acelerado latido de su corazón, y soltó un suspiro tembloroso.

No se reconocía. ¿Cómo había permitido que ese hombre, al que apenas conocía, se acercara tanto? Siempre había sido racional, cuidadosa, pero con él… se dejó llevar. Ahora comprendía a sus amigas cuando le decían que se estaba perdiendo los mundanos placeres de la vida. Y sí, lo había disfrutado. Tanto que le costaba admitirlo.

Para colmo, un príncipe. No era solo su título lo que la desconcertaba, sino la forma en que la hacía sentir. Aunque Amir tuvo múltiples oportunidades de aprovecharse de la situación, nunca lo hizo. Esperó. Y ella accedió con plena consciencia. Esa actitud la desarmaba, la envolvía en una red de contradicciones. Ese hombre era fuego, la hacía temblar con solo mirarla. Le gustaba su olor, su tacto, la forma en que su presencia llenaba cada espacio. No tenía con qué compararlo, pero la experiencia que vivió con él había sido exquisita. Aunque no lo dijera en voz alta, le gustaba su compañía, le gustaba el descontrol que provocaba en ella.

Tomó el teléfono y marcó de inmediato a sus amigas. La llamada no tardó en ser respondida. Al otro lado de la línea, las voces exaltadas de Leslie, Aysha y Luly la bombardearon con preguntas.

—¡Por fin! ¿Dónde estabas? ¡Te marcamos un montón de veces y tu teléfono estaba apagado! —se quejó Leslie.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.