Amir llegó al apartamento de Ana con paso firme. Su humor no era el mejor y no tenía intenciones de tocar la puerta. Giró la manija y entró sin previo aviso. Su mirada se endureció de inmediato al encontrarse con la escena frente a él: un joven médico de aspecto atlético revisaba el tobillo de Ana con una atención demasiado cercana para su gusto.
—Tiene una hinchazón leve, pero con reposo pronto estará como nueva —dijo el doctor con una sonrisa, deslizando sus dedos sobre la piel de Ana—. Aunque es una pena que una mujer tan hermosa tenga que estar en reposo. Espero que alguien esté aquí para consentirla como se merece.
Amir se quedó en la puerta, inmóvil, su mandíbula tensa y sus puños cerrados. La sangre le hervía en las venas al escuchar el tono coqueto del médico.
—¿Cómo está mi mujer? —interrumpió con un tono seco y cortante.
Ana hizo un gesto de negación y estaba a punto de replicar, pero el doctor, sin inmutarse, continuó con su informe.
—Solo es una lesión menor. Unos días de reposo serán suficientes. Evite los zapatos altos por el momento.
Amir no le quitó la vista de encima.
—Si eso es todo, puede retirarse. Hágame llegar la factura por sus servicios.
El médico, sin perder la compostura, sacó su tarjeta y se la extendió a Ana con una sonrisa.
—Llámame si necesitas algo. Por ser tan hermosa, esta primera consulta va por mi cuenta.
El descaro del hombre fue la gota que colmó el vaso. Amir cerró los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sus ojos eran llamas heladas fijas en el médico, quien, lejos de intimidarse, le guiñó un ojo a Ana antes de marcharse. Al pasar junto a Amir, ambos hombres se retaron con la mirada en un silencio cargado de tensión.
Una vez solos, Ana cruzó los brazos y lo miró con fastidio.
—No era necesario un doctor. Yo puedo hacerme cargo de mi vida y, por cierto, no soy tu mujer.
Amir avanzó hacia ella, su expresión sombría.
—¿Ah, no? —preguntó con un tono bajo, peligroso.
Ana rodó los ojos y se puso de pie con la intención de alejarse, pero al apoyar el pie, un quejido de dolor escapó de sus labios. Antes de que pudiera reaccionar, Amir la tomó en brazos sin delicadeza, acomodándola sobre su hombro como si no pesara nada. La palmada firme que dejó en su trasero la hizo jadear entre sorpresa y una sensación que no quiso analizar.
—¡Bájame ahora mismo! —protestó, removiéndose en su agarre.
—Tienes un castigo pendiente —susurró Amir con voz ronca.
Ana sintió un escalofrío recorrer su piel. Intentó protestar, pero su cuerpo ya reaccionaba a la intensidad con la que él la trataba. Amir la dejó caer sobre la cama con una facilidad irritante y, antes de que pudiera incorporarse, comenzó a despojarla de sus ropas con urgencia, rasgando la tela entre sus dedos.
—Voy a enseñarte que no necesitas a ningún doctorcito —gruñó contra su piel—. Yo preocupado por ti y tú permitiéndole el coqueteo a un doctorsucho.
—No tienes derecho… —replicó ella, aunque sus manos se aferraron a sus hombros y su cuerpo ya se entregaba sin resistencia.
Cada toque, cada roce, cada tirón de ropa despertaba un deseo ardiente entre ellos. La reclamó con fiereza, dejándole claro que le pertenecía. Sus labios encontraron cada rincón de su piel, su lengua delineó caminos de fuego que la hicieron arquearse contra él. Su aliento caliente contra su oído la hacía temblar.
—Eres mía —susurró con voz áspera cargada de excitación—. Nadie más puede tocarte, mirarte, desearte. Solo yo.
Ana intentó responder, pero su mente estaba nublada por el placer. Apenas pudo emitir un jadeo mientras la poseía con intensidad, marcándola de manera irrefutable. Él se movía con una pasión hambrienta, su tacto era una mezcla de posesión y adoración, llevándola al límite una y otra vez.
—Dilo —insistió él entre jadeos—. Dime que eres mía.
Ana abrió los labios, pero solo un gemido salió de su garganta. No podía resistirse, no podía luchar contra lo que sentía. Se aferró a él, dejando que la llevara al clímax con un arrebato de sensaciones avasalladoras. Sus jadeos y gemidos se mezclaron, hasta que la explosión de placer los envolvió a ambos en un fuego abrasador.
Exhaustos, quedaron entrelazados, la respiración errática, los cuerpos aún vibrando con la intensidad del momento. La sostuvo contra su pecho, sus labios rozando su frente en un gesto de absoluta posesión.
—Nunca lo olvides, Ana. Eres mía.
La contempló por un instante antes de inclinarse sobre ella, dejando un camino de besos desde su clavícula hasta su ombligo. Su aliento cálido contrastaba con la piel sensible de la mujer, provocándole un escalofrío placentero.
—Tengo que irme —murmuró contra su piel, su voz ronca y cargada de deseo—. Mi madre espera por mí. Ya debe estar impaciente… y molesta por mi demora.
Ana entreabrió los ojos, aún envuelta en el letargo de la pasión reciente.
—Entonces ve —susurró—. Ocúpate de tus asuntos.
Amir sonrió de lado y deslizó su mano por su muslo con pereza, como si aún no quisiera separarse de ella.
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Editado: 10.04.2025