Después de todo

Capítulo XXIV

Ana se cubrió el rostro con las manos en cuanto escuchó la puerta abrirse de golpe y las risas contenidas de sus amigas inundar la habitación.

—¡No puede ser! —murmuró entre dientes, sintiendo el calor subirle hasta las orejas.

Luly, Aysha y Leslie entraron con paso decidido, con sonrisas cómplices y miradas llenas de picardía.

—Vaya, vaya… —canturreó Leslie, cruzándose de brazos mientras la observaba con diversión—. ¿Así que el príncipe también tiene talento para cargar pesos? Porque, querida, te levantó como si no pesaras nada. ¡Qué músculos!

—Ni siquiera pensó en el esfuerzo —añadió Aysha con fingida admiración—. Yo diría que lo hizo con demasiada facilidad… y entusiasmo.

Luly se dejó caer en la cama junto a ella, dándole un codazo juguetón.

—Pero lo mejor fue la palmadita —dijo con los ojos brillantes de diversión—. ¡Dios! ¡Vaya macho! Me dio calor de solo imaginar lo que pasó después.

Ana dejó escapar un gemido frustrado y se cubrió con la sábana hasta la cabeza.

—¡No debieron entrar sin tocar la puerta! —protestó con voz ahogada.

Las tres amigas estallaron en risas.

—La hubieras cerrado, cariño —replicó Aysha, negando con la cabeza—. Si vas a tener una escena digna de película, al menos asegúrate de que no tenga público.

—No fue una escena de película —murmuró Ana, fulminándolas con la mirada—. Ustedes exageran todo.

—¿Ah, no? —Leslie arqueó una ceja—. ¿Y entonces qué fue? Porque desde aquí, hasta nosotras sentimos la intensidad.

Apretó los labios y desvió la mirada, negándose a caer en su juego. Pero sus amigas no eran de las que se daban por vencidas.

—Anda, cuéntanos… —insistió Luly, acomodándose mejor sobre la cama—. Queremos detalles.

—Todos los detalles —corroboró Aysha con una sonrisa traviesa.

Suspiró, sabiendo que no saldría de esa tan fácil. Su vida acababa de volverse el tema de conversación preferido de sus amigas, y lo peor de todo era que, en el fondo, una parte de ella disfrutaba esa complicidad.

—No voy a contarles nada —dijo con fingida indignación.

—Entonces lo imaginaremos —advirtió Leslie con una mirada peligrosa mientras sacaba su teléfono y comenzaba a buscar algo—. Y créeme, tenemos mucha imaginación.

Ana frunció el ceño, mirando a sus amigas con creciente indignación y prestando atención a Leslie.

—No tienen nada —declaró, cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Segura? —canturreó Leslie, sacando su teléfono y girándolo entre los dedos con aire distraído.

—Con la tecnología de hoy, una buena foto se toma en un parpadeo —añadió Aysha, mordiéndose el labio para contener una sonrisa.

—Y si no cooperas, tal vez tengamos que compartirlas… en todos lados —remató Luly con fingida indiferencia.

Ana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se irguió de golpe en la cama, enredándose torpemente en la sábana, con el corazón latiéndole con fuerza.

—¡No se atreverían!

Leslie ladeó la cabeza, disfrutando de su reacción.

—¿No?

Apretó la mandíbula, evaluándolas con la mirada. Lo peor de todo era que, conociéndolas, realmente podían ser capaces de cualquier cosa.

—Maldita sea, las creo capaces —gruñó, fulminándolas con la mirada.

Las tres estallaron en carcajadas al mismo tiempo.

—Ay, Ana, por favor —dijo Aysha entre risas—. Solo bromeábamos.

—Nunca grabaríamos algo tan íntimo —agregó Luly, dándole una palmadita en la pierna—. Y menos lo pondríamos en redes.

—Aunque déjame decirte que la escena fue demasiado intensa como para necesitar pruebas —dijo Leslie con un guiño—. Nos quedó grabada en la memoria para siempre.

Ana resopló con frustración y se dejó caer contra la almohada.

—Son unas fastidiosas.

—Sí, sí, lo que digas —dijo Luly con impaciencia—. Pero ahora cuéntanos todo.

—Desde que nos abandonaste en la discoteca —exigió Aysha, cruzándose de brazos.

—¡Eso! No queremos versiones censuradas, amiga. Queremos detalles —insistió Leslie, acomodándose como si estuviera a punto de escuchar la mejor historia de su vida.

Se pasó una mano por el cabello, sintiendo el calor subirle al rostro. Sus amigas no la soltarían hasta que satisficiera su curiosidad.

—Está bien, está bien… —murmuró, mirando al techo como si buscara paciencia—. Pero juro que si alguna dice una palabra de más, no vivirán para contarlo.

Las tres sonrieron con satisfacción y se acercaron aún más, listas para devorar cada palabra.

(***).

Amir subió al jet privado con paso firme, pero su humor estaba lejos de ser sereno. Cerró los puños al sentir la puerta sellarse detrás de él. No quería irse de Nueva York. No ahora. No cuando cada fibra de su ser le exigía quedarse.




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