Después de todo

Capítulo XXV

El despacho del jeque era una oda a la opulencia y la tradición. Amplios ventanales dejaban entrar la luz dorada del atardecer, reflejándose en las columnas de mármol negro y en los delicados arabescos tallados a mano en las paredes. Grandes alfombras persas cubrían el suelo, amortiguando el sonido de los pasos. En el centro, un majestuoso escritorio de madera de cedro, ricamente decorado con incrustaciones de oro y nácar, se erguía como símbolo del poder de la familia Al-Mansur.

Amir se dirigió hacia la biblioteca empotrada en una de las paredes, recorriendo con la mirada los antiguos tomos que su padre siempre consultaba antes de tomar decisiones trascendentales. Respiró hondo y, con un gesto decidido, se giró para encarar al jeque.

—Padre, debemos hablar con seriedad —dijo con firmeza.

El jeque, sentado en su imponente sillón de cuero, lo miró con la misma severidad que lo había formado desde niño. Se inclinó levemente hacia adelante, entrelazando los dedos sobre el escritorio.

—Dime, hijo. ¿De qué quieres hablar? —respondió con voz grave, aunque con mirada estudiaba a su heredero.

—Quiero pedirte que no me obligues a formalizar un matrimonio con alguien a quien no amo —declaró sin rodeos.

El jeque suspiró con pesadez y recargó la espalda en su asiento, como si hubiera estado esperando aquella conversación.

—Has estado demasiado tiempo en Nueva York y has olvidado tus obligaciones —le recriminó—. El consejo está inquieto. Ellos proponen este matrimonio porque fortalecerá nuestras relaciones con un país aliado y garantizará la estabilidad de la isla.

Amir mantuvo la calma, pero su mandíbula se tensó.

—No he descuidado nada, padre —respondió—. Fui a Nueva York para encargarme de nuestras empresas por orden del mismo consejo, asegurando que superaran la crisis. Ahora están en su mejor momento y fortalecidas como nunca. Nadie puede decir que no he cumplido con mi deber.

El jeque lo estudió con detenimiento antes de responder.

—Los negocios no lo son todo, hijo. Las alianzas políticas se refuerzan con vínculos sólidos. No puedes ignorar la responsabilidad de tu título.

Amir cruzó los brazos sobre su pecho y lo miró con determinación.

—Es el otro país el que necesita afianzar lazos con nosotros, no al revés. Su economía depende de nuestros recursos y de nuestras rutas comerciales. Si quieren estabilidad, deberían ser ellos quienes ofrezcan concesiones, no nosotros, porqué tengo que sacrificar mi vida personal por ellos.

El jeque se quedó en silencio por un momento, midiendo las palabras de su hijo. Amir había aprendido bien el arte de la diplomacia y el comercio. Su razonamiento era impecable. Sin embargo, el peso de la tradición era difícil de sacudir.

—Eres inteligente. Pero la política no es solo estrategia, también es percepción. El consejo ve tu negativa como un acto de desafío. Si sigues oponiéndote, enfrentarás resistencia dentro de nuestro propio pueblo.

El joven dio un paso al frente, apoyando las manos en el escritorio de su padre.

—Entonces déjame probar que hay otra manera. Que puedo asegurar la estabilidad de la isla sin un matrimonio forzado. Si fracaso, hablaré con el consejo y consideraré su propuesta. Pero si tengo éxito, quiero que me permitas elegir mi propio destino como lo hiciste tú en su mrmento.

El jeque observó a su hijo con detenimiento. Había fuerza en su mirada, la misma que él mismo tuvo en su juventud. No era solo un capricho, sino una convicción.

—Muy bien —asintió finalmente—. Tienes poco tiempo, en tres días se reúne el consejo. Demuestra que tienes una mejor alternativa, o el consejo tomará la decisión por ti.

Amir inclinó la cabeza en señal de respeto, pero en su interior sabía que aquel era solo el primer paso de una batalla más grande. Una que no estaba dispuesto a perder.

La hermosa alfombra persa adornaba el suelo spenas suavizaba los pasos firmes de Amir, el ambiente estaba cargado de tensión.

—Sabías que este día llegaría, padre —dijo Amir con tono controlado—. No puedes pretender que pase toda mi vida cumpliendo cada designio del consejo sin cuestionar nada.

El Jeque alzó la vista desde los documentos que revisaba y fijó la mirada en su hijo.

—No te he pedido que vivas sin cuestionar. Pero sí que actúes con la responsabilidad que se espera de ti. ¿O acaso crees que puedes darte el lujo de pensar solo en lo que deseas sin considerar las consecuencias para la isla? —Amir se cruzó de brazos.

—No he desatendido mis deberes. Pasé meses en Nueva York asegurando la estabilidad financiera de nuestras empresas. La crisis quedó atrás, y hoy están más fuertes que nunca. No puedes decir que he sido irresponsable.

El Jeque inclinó la cabeza levemente.

—En eso tienes razón. Pero mientras estabas en Nueva York, el consejo ha estado inquieto. Creen que el tiempo fuera te ha hecho olvidar quién eres y cuál es tu destino. —el príncipe esbozó una sonrisa irónica.

—Claro. Porque hacer prosperar nuestra economía significa que he olvidado mis raíces.

—No te burles de esto —advirtió su padre con seriedad—. El consejo está preocupado por el futuro de la isla. Tú eres el heredero. Es tu deber fortalecer alianzas.




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