Después de todo

Capítulo XXVII

Nadia dio unos pasos cautelosos, aún temblando por lo que acababa de escuchar, con su mente revoloteando en busca de una forma de procesar la gravedad de lo que había presenciado. El aire fresco de la noche la envolvía, pero no podía sacudirse la sensación de traición que la había embargado al escuchar a Liyana y Tamá.

De repente, una sombra se proyectó ante ella. Al levantar la vista, vio a Tamá Al-Mansur, su primo, de pie, bloqueando su paso. Su mirada, oscura y calculadora, la hizo detenerse en seco.

—¿A dónde tan rápido, prima? —su voz suave, pero cargada de amenaza, hizo que un escalofrío recorriera su espalda.

—Déjame pasar, Tamá —respondió con firmeza, tratando de mantener la compostura.

Sin embargo, él no la dejó moverse. Su mirada inspeccionó cada centímetro de su rostro, evaluando cómo respondería. Nadia intentó girar para rodearlo, pero él se interpuso, acercándose con pasos pesados.

En un movimiento rápido, le arrebató el celular de las manos, haciendo que ella soltara un grito ahogado de sorpresa.

—¿Qué crees que estás haciendo? —exclamó en protesta alzando la voz mientras trataba de recuperar el dispositivo.

Tamá no contestó. En un solo movimiento, lanzó el teléfono al suelo con una violencia que la hizo quedarse paralizada. Vio con horror cómo el aparato se estrellaba contra el mármol, y los fragmentos volaron en todas direcciones, dejando el dispositivo irreconocible. El sonido del dispositivo roto se escuchó como un golpe en el pecho.

—¡No! —gritó ella, agachándose rápidamente para intentar juntar los pedazos, pero era inútil. El teléfono estaba completamente destruido.

Tamá la observó con una calma casi calculada, sus ojos reflejaban una mezcla de desdén y diversión. Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona mientras observaba cómo intentaba en vano reunir lo que quedaba del teléfono.

—No fue para tanto, prima —dijo con voz suave, casi indiferente—. Solo un accidente. Después de todo, no deberías estar espiando a la gente, ¿verdad?

Lo miró con rabia, su corazón latió rápido mientras la indignación se apoderaba de ella. Se incorporó de golpe, enfrentándose a él con el pecho erguido.

—¿Te crees con derecho a destruir mi teléfono solo porque no te gusta lo que vi? —le espetó, su voz sonó, ahora, llena de desafío.

La miró de arriba abajo, sus ojos cargados de desprecio. Alzó una ceja y dio un paso hacia ella, intimidante, sin decir palabra alguna. De repente, levantó su pie y lo colocó sobre los fragmentos del teléfono, aplastándolos con fuerza hasta que los trozos de vidrio y plástico se hicieron aún más pequeños.

—¿Qué te hace pensar que algo de esto me importa? —dijo von tono frío y calculador—. No eres más que una mujer, Nadia. Un simple eslabón en esta familia. No tienes poder, y mucho menos el derecho de interferir en lo que no te concierne y tú palabra no tiene valor. Por otra parte, eres mujer, no deberías andar con esos aparatos. Vaya a saber en qué sitios te metes.

Ella sentía el ardor de la humillación en su pecho, pero no iba a ceder ante él. Mantuvo la mirada fija en sus ojos, desafiándolo a decir algo más, a intentar aplastarla aún más.

—No me subestimes, Tamá —respondió con una furia controlada en su voz—. Si crees que vas a intimidarme con tus amenazas, te has equivocado. Tú no eres quien decide lo que hago, ni lo que veo.

Él la observó un momento, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir con la conversación. Sin embargo, una sonrisa torcida apareció en su rostro, y finalmente dio un paso atrás.

—Veremos cuán lejos llegas, prima. Todos creerán que lo haces para apoyar las locuras de tu hermanito —dijo, antes de girarse y alejarse con paso firme, sin mirarla de nuevo.

Nadia se quedó allí, su cuerpo estaba tenso y lleno de furia. La brisa del mar no lograba calmar la tormenta que sentía dentro. Aunque lo que había visto le había dejado una huella profunda, ahora sabía que no podía quedarse callada. Esta guerra no había hecho más que comenzar.

—Lo que no saben es que ya no hay vuelta atrás —susurró mientras entraba con paso seguro al palacio.

Nadia salió del jardín con el corazón latiéndole con furia en el pecho. La ira y la humillación la consumían mientras sus pasos resonaban en los pasillos de mármol del palacio. Su respiración era agitada, sus puños estaban cerrados con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en sus palmas. No podía creer la audacia de Tamá, la forma en que la había humillado y, sobre todo, la impotencia que la embargaba.

Sumida en sus pensamientos, no se percató de que alguien salía de una de las puertas laterales del pasillo. Cuando giró la esquina con rapidez, impactó de lleno contra un cuerpo firme y fuerte. Un jadeo escapó de sus labios mientras su equilibrio se rompía y su cuerpo se inclinaba hacia atrás, lista para caer al suelo.

Pero antes de que su espalda tocara el frío mármol, unos brazos firmes la sujetaron con destreza, atrapándola en una posición inesperada. Nadia quedó suspendida en el aire, sus ojos abiertos de par en par, encontrándose con la mirada profunda de Rayyan Al-Qadiri. Uno de los hijos del Emir su rostro a escasos centímetros del de ella. La calidez de su cuerpo la envolvía, y por un instante, el tiempo pareció detenerse.




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