Nadia entró en su habitación y cerró la puerta de un golpe, dejando salir un suspiro entrecortado por la furia que la consumía. Su pecho subía y bajaba con rapidez, y sentía las manos temblorosas por la impotencia. Todo lo que había sucedido en las últimas horas la asfixiaba. La arrogancia de Tamá, la injusticia de su padre, la humillación de haber sido ignorada y silenciada.
Con movimientos bruscos, se deshizo de la ropa que llevaba puesta, sintiendo que cada prenda le pesaba como un recordatorio de lo que acababa de vivir. Entró al baño y dejó que el agua caliente cayera sobre su piel, tratando de ahogar en el vapor la rabia que la carcomía por dentro. Cerró los ojos y apoyó la frente contra los azulejos fríos, permitiendo que el sonido del agua la envolviera. Pero ni siquiera la calidez del baño lograba disipar el torbellino de emociones que sentía.
Cuando finalmente salió de la ducha y envolvió su cuerpo en una bata, escuchó un golpe suave en la puerta. Frunció el ceño y se acercó con cautela. Al abrir, se encontró con Amir de pie en el umbral, su expresión era serena pero sus ojos reflejaban preocupación.
—¿Puedo entrar? —preguntó con voz calmada, su mirada fija en ella.
Nadia sintió un nudo en la garganta. Agradecía su presencia, necesitaba hablar con alguien en quien confiara. Asintió y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Amir entró y cerró la puerta tras él. Su imponente figura irradiaba autoridad y calma, algo que ella necesitaba en ese momento.
—Te vi con nuestro padre —dijo sin rodeos, apoyándose en el borde de su escritorio—. Se notaba que estabas furiosa. ¿Qué sucedió, Nadia? ¿Estás bien?
Ella abrió la boca para responder, pero su hermano alzó una mano, deteniéndola.
—Dame un segundo y ya te presto toda la atención que mereces —pidió, sacando su teléfono. Miró la pantalla y vio la hora: las 11 p.m. Sin perder más tiempo, marcó un número.
Lo observó con atención y no tardó en darse cuenta de a quién llamaba. Sus labios se curvaron en una sonrisa irónica mientras cruzaba los brazos.
—Si le estás llamando a Ana, no te va a responder —dijo con seguridad.
Amir alzó la vista de su teléfono, frunciendo el ceño.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó, dejando de insistir en la llamada cuando vio que era rechazada una y otra vez.
Ella esbozó una media sonrisa y se acercó, sus ojos brillaban con un destello de desafío.
—Sé muchas cosas, hermanito —dijo con calma—. Y si me escuchas, tal vez llegues a entenderlo todo.
La observó en silencio por unos segundos antes de asentir lentamente.
—Está bien —murmuró—. Te escucho.
Nadia tomó aire, lista para soltar todo lo que había contenido hasta ese momento. Si había alguien en quien podía confiar, era en su hermano.
Se cruzó de brazos y respiró hondo, tratando de contener la furia y la frustración que la consumían. Amir permanecía en pie junto a la puerta de su habitación, con el ceño fruncido, observándola con una paciencia que solo él tenía con ella.
—Bien, dime qué ocurrió —pidió con voz firme, aunque sus ojos reflejaban la preocupación que sentía por su hermana.
No esperó más y comenzó a relatar cada detalle con precisión, empezando desde el momento en que había salido al jardín y había escuchado la conversación oculta entre Tamá y Liyana. Sus palabras salieron rápidas, cargadas de enojo y desesperación por lo que había descubierto.
—Escuché a Tamá y Liyana conspirando —dijo, gesticulando con las manos mientras caminaba de un lado a otro en su habitación—. Estaban hablando sobre cómo manipular todo para que ella terminara casada contigo y cómo desacreditar a nuestra familia. Son capaces de dañar a quién les estorbe y eso incluye a tu Ana.
Amir se tensó de inmediato al escuchar eso, su mandíbula se endureció, pero dejó que Nadia siguiera hablando.
—Tamá sabe que sin pruebas no me creerán. Ya lo dejó claro cuando me enfrentó después del incidente con mi padre —continuó con amargura—. Me bloqueó el paso en el pasillo y se burló de mí, diciendo que todo lo que dijera lo usarían en mi contra. Luego…
Hizo una pausa, cerrando los ojos por un momento, como si aún le doliera recordar lo que vino después. Amir esperó en silencio.
—Ya en el jardín , como te conté, había destruido mi celular delante de mis ojos —susurró, apretando los puños—. Lo tiró al suelo y luego lo pisoteó. Dijo que mi palabra no valía nada por ser mujer, que nadie me creería y que yo no tenía derecho a meterme en sus asuntos.
Amir maldijo en voz baja y sus ojos se oscurecieron con una ira peligrosa. Su hermana podía ver cómo sus hombros se tensaban y cómo su respiración se volvía más pesada, pero ella no había terminado.
—Estaba furiosa, Amir. No podía creer su descaro, su maldita arrogancia. Salí del jardín sin poder hacer nada, con la frustración quemándome por dentro —continuó, sintiendo cómo la rabia volvía a hervir en su interior al recordarlo—. Iba caminando por los pasillos cuando de repente choqué con alguien que salía de una de las puertas laterales. Perdí el equilibrio y estuve a punto de caer, pero… él me sostuvo.
Se detuvo y miró a su hermano con cautela. Amir la observó con atención, notando su cambio de tono.
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Editado: 10.04.2025