Después de todo

Capítulo XXXIII

La terraza de Qasr Al-Hanif (Palacio Al-Hanif), la residencia privada del príncipe Amir, era un oasis de lujo y serenidad, suspendida entre el cielo y el mar. Desde allí, la vista era simplemente impresionante: el océano de un azul profundo abrazaba la isla en un horizonte infinito, mientras que las playas de arena blanca se extendían como un lienzo de luz bajo el sol dorado.

Más allá, los jardines exuberantes de la isla Al-Hanif desplegaban su belleza, con fuentes de mármol donde el agua danzaba en suaves cascadas, rodeadas de palmeras esbeltas que mecían sus hojas con la brisa cálida. Cúpulas doradas y arcos tallados con intrincados diseños árabes adornaban la arquitectura, fusionando la tradición con el lujo moderno.

Luly, Aysha y Leslie estaban sentadas en cómodos sofás de terciopelo, bajo una pérgola de madera adornada con enredaderas floridas. Frente a ellas, sobre una mesa de vidrio, descansaban copas de cócteles exóticos que brillaban con los reflejos del sol.

—Si esto es un secuestro, deberían secuestrarme más seguido —bromeó Leslie, alzando su copa y mirando el paisaje con una sonrisa.

—Definitivamente… —agregó Aysha, apoyando los codos en la mesa—. Aunque no nos olvidemos de por qué estamos aquí.

Antes de que pudieran continuar, la puerta de cristal que conectaba la terraza con el interior del palacio se abrió, y Nadia Al-Mansur, la hermana de Amir, apareció con su elegante porte y su andar seguro.

—¡Nadia! —exclamó Luly—. ¿Cómo está Ana? —La joven se acercó con una expresión tranquila y tomó asiento con ellas.

—El doctor la revisó —informó—. Duerme todavía, pero está bien. Dijo que no demorará en despertar. —Las amigas intercambiaron miradas preocupadas.

—Nos tiene con el alma en vilo —comentó Aysha, girando la copa entre sus manos—. Cuando nos mostraron el video de lo que intentaban hacerle y ella se negó a cooperar, no tuvimos más remedio que dormirla con lo que nos dio el amigo de Amir… que, por cierto, está como quiere.

—Pero nunca pensamos que dormiría tanto —completó Leslie, suspirando.

—¡Por Dios! Si se quedaba allá estaría en peligro, pero tenía que venir, necia como siempre —añadió Luly, rodando los ojos.

—¿Y cómo iba a negarse a unas vacaciones pagadas en este paraíso? —comentó Aysha en tono jocoso, extendiendo las manos para señalar el paisaje.

—¡Obvio! —se carcajeó Leslie—. Estaba cuidando el pellejo, pero en primera clase. —Nadia sonrió con diversión antes de tomar un sorbo de su bebida.

—No se preocupen —les aseguró—. El doctor dijo que despertará pronto. Además, mi hermano ya terminó con todos los asuntos pendientes y está por llegar. —Las tres amigas se miraron entre sí con complicidad.

—Bueno… —murmuró Luly, con una sonrisa traviesa—. Si alguien puede hacer que despierte más rápido, ese es Amir.

Las risas se elevaron entre ellas, al tiempo que la brisa cálida acariciaba sus rostros y el sol comenzaba a teñir el cielo con destellos dorados.

Mientras, en la habitación donde estaba su amiga, el silencio era apenas interrumpido por el suave susurro de las cortinas ondeando con la brisa marina. Ana pestañeó varias veces, sintiendo los párpados pesados, mientras su mente intentaba comprender dónde estaba.

El techo alto y decorado con intrincados grabados árabes no le resultaba familiar. Las sábanas de seda envolvían su cuerpo, y el dulce aroma a incienso y jazmín flotaba en el aire.Se incorporó lentamente, con el ceño fruncido. No recordaba haber llegado a aquel lugar.

En ese momento, una mujer vestida con una túnica clara y el cabello recogido con elegancia entró en la habitación, con un vaso de agua en las manos.

—¿Dónde estoy? —preguntó Ana con la voz aún adormilada, pero con un deje de alarma en el tono. La mujer, con una sonrisa serena, inclinó ligeramente la cabeza antes de responder.

—Está en la isla Al-Hanif, en el palacio privado del príncipe Amir Al-Mansur —le explicó con calma—. Es su invitada. —Ana parpadeó, procesando la información. Luego, su cuerpo se tensó y la furia la golpeó de golpe como una ola en plena tormenta.

—¿Su qué? —rugió, apartando las sábanas de un tirón y poniéndose de pie de un salto. La empleada intentó hablar, pero ella ya estaba fuera de sí.

—¡Amir! —gritó, saliendo de la habitación como un huracán—. ¡Maldito seas, Amir!

La mujer trató de seguirla, pero Ana avanzaba con determinación por los pasillos de mármol del palacio. Su bata de satén flotaba tras ella, y su cabello aún despeinado le daba un aire de reina furiosa que nadie se atrevía a detener.

En la terraza, Luly dejó su copa sobre la mesa al escuchar los gritos que se acercaban.

—Se despertó la fiera —comentó con una sonrisa burlona. —Aysha bufó y se puso de pie con aire resignado.

—Si la conozco bien, no se va a calmar fácilmente —dijo, al tiempo que bajaba las escaleras—. Yo me voy al mar. Si alguien quiere intentar domarla, adelante o si quieren me acompañan hasta que tire todo este maravilloso lugar abajo. —Luly, Leslie y Nadia se pusieron de pie también, siguiéndola con la mirada, y justo en ese instante, un estruendo se escuchó en el cielo.

El sonido inconfundible de un helicóptero aproximándose hizo que las cuatro se detuvieran.




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