La habitación estaba envuelta en una cálida penumbra, iluminada solo por la luz suave de las lámparas de pared y el reflejo plateado de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Ana estaba acurrucada entre los brazos de Amir, con la cabeza apoyada en su pecho, escuchando el ritmo pausado de su respiración.
Él deslizó una mano por su espalda desnuda, acariciándola suavemente, mientras la otra jugueteaba con un mechón de su cabello.
—Tengo que contarte algo, habibti —susurró Amir con voz profunda y serena.Ella alzó la mirada, curiosa.
—Vine a Isla Dalma para detener el compromiso que querían imponerme —empezó a explicar, su mirada perdida por un momento en el techo, como si reviviera cada detalle—. Durante una cena formal, Liyana se las ingenió para hacerse fotografiar junto a mí, justo en el momento en que llegaba y nos saludábamos. Fingió cercanía, sonrisas... y se aseguró de que esa imagen circulara por todos los medios, alimentando rumores de un compromiso. —Ana frunció el ceño, atenta.
—Mi hermana, Nadia, grabó el complot entre Liyana y mi primo Tamá —continuó—. Fue ella quien los expuso... y entonces ideé un plan para protegerte a ti y hacerlos caer en su propia trampa. —Se giró y tomó su tablet de la mesa de noche. Con un toque, proyectó un video en la gran pantalla frente a la cama.
Ana observó boquiabierta: las imágenes mostraban claramente el momento en que hombres armados secuestraban a las cuatro mujeres… pero, al enfocarse, reconoció que no eran ellas.
—Eran agentes especiales —le explicó Amir, acariciando su brazo suavemente—. Tomaron tu lugar y el de tus amigas. Fue la única manera de atraparlos en flagrante delito. —Ana parpadeó, sorprendida.
—¿Por eso…?
—Sí —asintió él—. Tuvimos que dormirte para protegerte y traerte aquí. Tus amigas me ayudaron. Les estaré agradecido siempre. —Lo miró largo rato, sin decir nada. Luego, sonrió y, con suavidad, apoyó su mano en la mejilla de Amir.
—Gracias… —susurró—. Por protegerme. —Él bajó la mirada hacia ella, la ternura reflejada en sus ojos azules.
—Quiero pedirte algo —dijo con voz ronca—. Dame una oportunidad. Déjame demostrarte que puedo hacerte feliz. Juro que viviré para ti. —Ana parpadeó divertida, con una sonrisa ladeada.
—¿Eso es una pedida de mano, Amir Al-Mansur? —preguntó en tono jocoso. —Él rio suavemente y negó con la cabeza.
—Aún no. Tú mereces algo más bonito, solo permite que te conquiste. —Ana se incorporó un poco, apoyando el codo en la cama y mirándolo con picardía.
—Bueno… pero la pedida será ante abogados. Con acuerdos. —El príncipe arqueó una ceja, divertido.
—¿Acuerdos? ¿Cómo así? —Su latina entrecerró los ojos y adoptó un tono serio, aunque la chispa en su mirada lo decía todo.
—Sí, acuerdos. Por ejemplo: si te atreves a mirar a otra mujer… quinientos mil dólares. —Él soltó una carcajada.
—¿Por mirar? ¡Pero soy hombre!
—Ah, no —Levantó un dedo la mujer negando de forma acusatoria—. No me importa. Si permites que se acerque, ya sube a un millón. —Amir fingió indignación.
—¿Un millón solo por acercarse?
—¡Exacto! —dijo ella, disfrutando el momento—. Y si te atreves a tomar otra esposa... ya eso es más grave. Me darás el divorcio y todos tus bienes. —El árabe rompió a reír, cubriéndose el rostro con una mano.
—Eres única, mi latina favorita. —Ana se encogió de hombros, sonriendo divertida.
—No digas que no te advertí. —Él la abrazó, rodándola sobre la cama, atrapándola bajo su cuerpo otra vez, mientras besaba su cuello y susurraba:
—Acepto todas tus condiciones. Y firmaré con sangre si hace falta. —Ana rió entre sus brazos, mientras él la miraba con ese brillo de adoración y deseo.
—Y por si acaso —dijo él, rozando su nariz con la de ella—, que quede claro: no necesito mirar a nadie más. Ya tengo a la única mujer que deseo.
—No puedo creer que me hayas traído aquí dormida —susurró ella, con un dejo de reproche y sonrisa juguetona.
—Si hubiera sido por ti, no habrías venido nunca —replicó Amir, acariciando su espalda con la palma cálida de su mano—. Eres terca, habibti.
—¿Y tú qué eres? —le preguntó con una ceja alzada, levantando el rostro para mirarlo—. ¿El príncipe arrogante que cree que puede llevárselo todo por la fuerza?
—No. Soy el hombre que no podía dejarte lejos, sabiendo que estabas en peligro —su voz sonó profunda, cargada de emoción—. Soy el hombre que... simplemente no sabe estar sin ti. —Lo miró en silencio, sintiendo cómo su corazón se apretaba.
—A veces me asusta cuánto me dominas —confesó en un murmullo.
—No quiero dominarte —corrigió él, deslizando un dedo por su mejilla—. Quiero cuidarte... amarte... y perderme contigo. —Sus palabras fueron un roce suave en su piel, y Ana no pudo evitar estremecerse.
—¿Sabes que tienes ventaja sobre mí, verdad? —murmuró, acariciando su mandíbula con la yema de sus dedos.
—¿Ventaja? —sonrió él—. No. Tengo un desafío... y eres tú. —La risa suave de Ana se perdió entre un suspiro cuando Amir bajó su mano por su brazo, rozando la delicada piel con una ternura que la hizo estremecer.
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Editado: 10.04.2025