Después de todo

Capítulo XXXVI

Estaban solos, en ese paradisíaco lugar. Amir se quedó mirándola con deseo contenido. Intensificó sus caricias y besos, haciendo que jadeara suavemente. Entonces, con un susurro cargado de ternura y deseo, le vendó los ojos con una cinta de seda.

—Confía en mí… —le murmuró al oído y su aliento cálido se deslizó sobre su piel erizada—. Dame solo un momento. —Ella lo dejó hacer, temblando bajo sus manos, expectante.

Se estremeció bajo sus manos, su respiración entrecortada era un reflejo de la ansiedad deliciosa que la invadía. Pero no era miedo lo que sentía, sino expectación. Se humedeció los labios cuando él deslizó con lentitud la cinta de seda sobre sus ojos, privándola de la visión, pero despertando en ella un nuevo nivel de sensibilidad.

Amir se alejó hacia la moto y desató un bolso impermeable. En cuestión de segundos, desplegó una manta suave sobre la arena, la cubrió con pétalos de rosa, colocó una botella de champán enfriada, dos copas, chocolates y fresas cuidadosamente dispuestas. Todo era impecable, lleno de detalles y cariño.

El sonido del agua rompiendo suavemente en la orilla marcaba el ritmo de la respiración de Ana, quien escuchó el suave crujido de la bolsa impermeable, el leve tintineo del cristal al colocarse las copas sobre la manta. Sabía que su hombre estaba preparando algo especial, pero ahora cada sonido, cada aroma, cada susurro de la brisa, se amplificaba en su mente como una caricia invisible.

Cuando él volvió a su lado, el solo roce de sus manos en su piel fue suficiente para que se vibrara de anticipación. La brisa salada se mezclaba con el aroma dulce de los pétalos de rosa esparcidos sobre la manta. La arena, fresca bajo la sombra de las rocas, contrastaba con el calor de sus cuerpos que se buscaban en un juego de caricias y provocaciones. Estaban solos, rodeados de naturaleza salvaje, protegidos por aquella cala oculta donde solo existían ellos y la pasión que los envolvía y los hacía arder en un loco frenesí.

—Ahora sí está todo listo… tal como lo soñé —susurró él con la voz cargada de deseo y promesas.

La giró suavemente, sosteniéndola por la cintura, acercándola a su cuerpo aún más. Sus ojos azules ardían con una lujuria oscura, contenida, pero al mismo tiempo con la adoración de un hombre que sabía que aquella mujer era su perdición y su única salvación.

Ana sonrió con atrevimiento, elevando las manos hacia la venda con la intención de quitársela. Perola detuvo, atrapó sus muñecas con firmeza, inclinándose sobre ella.

—No necesitas ver nada —susurró contra sus labios, besándolos con una lentitud exasperante, jugando con su control—. Solo siente.

Sintió cómo él deslizaba sus manos por su cintura, bajando con una reverencia casi devocional, despojándola de la última barrera de tela con una lentitud tortuosa. Sintió el roce de su barba en su piel al besar la línea de su mandíbula, descendiendo por su cuello, trazando un camino de fuego que la hizo arquearse, buscando más.

Los pétalos de rosa acariciaban su espalda cuando la tumbó sobre la manta. Las manos de él marcaron su cuerpo con caricias firmes y seguras, delineando cada curva, cada rincón que él ya conocía, pero que parecía redescubrir con avidez.

La fue despojando suavemente de cada prenda, dejándola así, expuesta par él, besando cada centímetro de su pie, acariciándola con lentitud, despertando su cuerpo como si cada toque fuera un verso. Ella vibraba bajo cada caricia, cada beso, cada roce que parecía tener la intención de adorarla.

Con las manos atadas, también, con una cinta suave, y los ojos vendados, ella sentía cada sensación intensificada. El roce del aire, el calor de la piel de su príncipe sobre la suya, la textura sedosa de los pétalos rozando su piel desnuda… todo era exquisito.

Amir derramó crema de chocolate sobre su abdomen y la recorrió con su lengua, lentamente, saboreándola que la hizo soltar un gemido ahogado, su espalda se arqueó en un movimiento involuntario.

Jadeó al sentir la textura tibia del chocolate resbalar lentamente sobre su vientre, bajando en un hilo pecaminoso. Su respiración se aceleró cuando se inclinó sobre ella, y con su lengua, recorrió cada gota, lamiendo con una lentitud insoportable, como si quisiera saborearla en cada movimiento.

—Eres perfecta… —susurró él contra su piel con voz ronca cargada de deseo, su aliento cálido hizo que se erizara aún más—. Más de lo que jamás soñé, te imaginé. —Ella soltó un suspiro ahogado, completamente perdida en la sensación de su boca, explorándola sin prisa, como si fuera su mayor deleite.

La venda sobre sus ojos intensificaba cada caricia, cada roce. Su piel vibraba bajo la lengua ávida de él, y sus manos atadas sobre su cabeza solo sumaban más desesperación a las exquisitas sensaciones que la estaban consumiendo.

—Amir… —murmuró y su voz se quebraba entre deseo y súplica. Él sonrió contra su piel, disfrutando de su sumisión momentánea. La quería desarmada, rendida, perdida en él.

Con una mezcla de devoción y deseo, siguió besando cada parte de su cuerpo, sin prisa, sin apuro, hasta desatarle las manos. En cuanto lo hizo, ella lo atrapó. Su ansiedad se transformó en osadía, queriendo memorizar su piel, su calor y lo empujó hasta quedar sobre él.

Finalmente, quitó la venda desesperada y lo miró con los ojos nublados de deseo. Se perdieron en la mirada del otro, y en ese instante, exploraron el cielo juntos.




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