Kevin caminaba como un animal enjaulado por la sala de embarque del aeropuerto, con la mandíbula apretada y el teléfono aferrado entre los dedos. Cada tanto miraba la pantalla con impaciencia, esperando noticias, esperando un milagro.
Pero lo único que llegaban eran llamadas y mensajes de inversionistas, de socios inquietos, de periodistas que ya olían la sangre en el agua. Y luego, la llamada que terminó de destrozarlo.
El arquitecto al que había enviado a defender el proyecto habló con voz tensa, titubeante. Kevin lo escuchó en un silencio cargado de rabia, sintiendo cómo la impotencia le quemaba el pecho.
«Ana Díaz lo había destrozado». No solo había desenmascarado el fraude, sino que lo había hecho de manera impecable, meticulosa, dejando a su empresa en ridículo frente a todos. Había mostrado pruebas irrefutables, registros, documentos legales…
Era el fin. Su proyecto. Su empresa. Su reputación. Todo pendía de un hilo.
Kevin cerró los ojos con furia contenida, respirando hondo para no lanzar el teléfono contra el suelo. El sonido de su vuelo siendo llamado por los altavoces apenas logró alcanzarlo.
Y entonces, su celular volvió a sonar, era Mariana. Contestó con brusquedad, sin molestarse en disimular su mal humor.
—¿Dónde estás? —preguntó ella, su voz cargada de urgencia.
—En el aeropuerto. —Su respuesta salió entre dientes, con la frustración vibrando en cada sílaba—. Mariana, tengo que regresar cuanto antes. Estoy a punto de perderlo todo, mi empresa y todo. —Su mano temblaba de rabia. No podía permitir que esto terminara así.
Mariana guardó silencio unos segundos antes de hablar con tono tenso, como si eligiera cuidadosamente sus palabras.
—No es buen momento para irte, Kevin. —Tomó aire y su voz bajó un tono, casi como si estuviera tratando de convencerlo con delicadeza—. ¡Valentina es la hija de los dueños! Si alguien puede ayudarte, es ella. Tienes que reconquistarla. —Kevin soltó una carcajada seca y amarga.
—¿Reconquistarla? —repitió con burla—. La Valentina que yo conozco jamás me daría otra oportunidad. No después de lo que ha pasado.
La había perdido. Había perdido el poder que tenía sobre ella, la influencia, la seguridad de que siempre estaría ahí, esperando. Valentina había cambiado en pocos días.
—Si llego a quedarme, sería un esfuerzo inútil. Esa mujer ya me borró de su vida. —Sus palabras sonaron más frías de lo que pretendía, pero no le importó. El orgullo dolía más que la verdad, él se dedicó a perderla. El silencio de Mariana del otro lado de la línea lo hizo fruncir el ceño. Algo no estaba diciendo.
—¿Qué pasa? —preguntó con dureza. —Ella titubeó un segundo, pero luego soltó la bomba que le voló el suelo bajo los pies.
—Bruno le pidió matrimonio frente a todos en la gala. —El mundo de Kevin se detuvo. Sintió un zumbido en los oídos, un vacío en el estómago, una presión insoportable en el pecho. «No. No podía ser».
Su egoísmo no le permitió ver la realidad, engañó a dos mujeres y una estaba tomando venganza y la otra lo borró de su vida. Todo lo que le ocurrió fue consecuencia de sus acciones.
El teléfono se deslizó un poco en su mano sudorosa. El nombre de Bruno le golpeó la mente como un puño.
«Ese tipo. Ese maldito tipo. ¿Se lo había pedido en público? ¿En la gala? », pensó y la humillación lo atravesó como una cuchilla caliente.
—¡Así que ahora resulta que «la dama de hielo» es una mujer fácil! —espetó con desprecio, la rabia le hizo temblar la voz—. ¡Qué rápido me reemplazó! Me traicionó sin pensarlo. —Le ardía el orgullo, el ego herido, la certeza de que nunca lo había amado como él pensaba. «¿Cómo podía decirle que no a él y luego aceptar casarse con Bruno tan fácilmente?», razonaba sin pensar en su engaño, en su doble mentira, en que ella, su prometida, descubrió de la peor manera que se casaba con otra a la que también engañaba.
—¿Crees que volveré a rebajarme por alguien como ella? ¡Ni pensarlo! —explotó desde su despecho, sintiendo miradas sobre él en la sala de embarque. No le importó. Que lo miraran. Que lo juzgaran.— Ya bastante humillado salí hoy. Además, si me quedo, perderé lo poco que tengo en pie.
«¿O acaso ya lo había perdido todo?», pensó y apretó el teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
«No. No iba a quedarse a ver cómo Valentina y Ana triunfaban sobre él. No iba a seguir siendo el estúpido que todos pisoteaban. Tenía que hacer algo».
(***).
Kevin cruzó la puerta de su casa y apenas tuvo tiempo de cerrar cuando el estruendo de una voz llena de furia lo golpeó de frente.
—¡¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando?! —El grito de su padre resonó en las paredes como un trueno, helándole la sangre.
Su progenitor estaba de pie en medio de la sala, con el rostro endurecido por la ira y los brazos cruzados sobre el pecho. Kevin sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No recordaba la última vez que su padre había estado así de furioso.
—Papá, yo…
—¡No te atrevas a intentar justificarlo! —bramó, avanzando un paso hacia él. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ardían con furia contenida—. ¿Tienes idea del desastre que has causado? ¿Fraude, Kevin? ¡Has arrastrado el nombre de nuestra firma por el suelo! —Apretó los puños. Sentía la rabia bullendo en su interior, mezclada con la frustración de lo que había ocurrido.
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Editado: 10.04.2025