La sala se encontraba envuelta en un silencio tenso, solo interrumpido por el murmullo ocasional de quienes compartían la misma ansiedad. Las pantallas aún no revelaban el resultado de la licitación, y cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad.
Ana permanecía de pie, con los brazos cruzados y la mirada fija en el monitor. A su lado, Luly y Aysha intentaban mantener la calma, mientras Leonardo Díaz conversaba en voz baja con un viejo colega. El ambiente era denso, cargado de expectativas, nervios y una mezcla de esperanza y temor que se respiraba como una niebla espesa.
Fue entonces cuando Ana lo vio.
El arquitecto Salvatierra, titular de la firma que hasta hace poco representaba con orgullo, se deslizaba con discreción hacia la salida, el rostro sombrío, los hombros vencidos. Su paso era lento, arrastrado por la vergüenza. La caída del despacho para el que trabajaba no sólo representaba un golpe profesional, sino también moral. Su nombre se había visto injustamente salpicado por un escándalo que no le pertenecía, y la herida era visible en cada línea de su rostro.
Ana se separó del grupo, siguiendo su instinto. Lo alcanzó justo antes de que cruzara la puerta.
—Arquitecto Salvatierra… —llamó suavemente.
Él se detuvo, algo sorprendido, pero no por eso menos apenado. Se giró hacia ella con la expresión de alguien que no sabe si merece que le hablen con respeto.
—Señorita Díaz… —dijo, bajando ligeramente la mirada—. No esperaba que… bueno, que viniera a hablarme.
Ana dio un paso más cerca. Su tono era sereno, pero cargado de humanidad.
—Sé que esto no ha sido fácil para usted. Quiero que sepa que lamento profundamente la situación en la que se vio envuelto. Nada de esto fue su culpa. —El arquitecto suspiró, removido por la sinceridad de sus palabras. Se pasó la mano por la nuca, conteniendo la tensión que amenazaba con desbordarse.
—Me avergüenza… —murmuró, con honestidad—. Si hubiera sabido que el proyecto era suyo, jamás lo habría defendido. No habría permitido que mi nombre respaldara algo así. Me siento utilizado. Y tonto… por no haberlo visto. —Ana asintió, comprendiendo la intensidad de su confesión.
—Y lo fue. Kevin lo utilizó, como hizo con muchos. Pero yo sé reconocer la integridad cuando la veo. Usted no tenía cómo saberlo. Presentó el proyecto con profesionalismo, y eso habla de su ética, no de su culpa. —Salvatierra alzó la vista, visiblemente afectado. Sus ojos, normalmente fríos y técnicos, brillaban ahora con una mezcla de tristeza, culpa y gratitud.
—Gracias por decir eso. Yo... realmente admiro su trabajo. Siempre lo hice. No sabía que Kevin estaba apropiándose de algo que no le pertenecía. Si lo hubiera sabido, no solo no lo presento, lo denuncio. —Ana esbozó una leve sonrisa. Sus palabras no eran solo consuelo, eran también un gesto de respeto.
—Por eso estoy aquí. Porque sé que usted es un profesional íntegro. Mi propuesta de que se sume a AD. Arquitectura y Diseño sigue en pie. Y no lo hago por lástima, sino por justicia. —Él frunció el ceño, visiblemente conmovido.
—¿Aun después de todo esto...?
—Precisamente por esto. —Ana se irguió con determinación—. Quiero que sea claro para todos que usted no tiene responsabilidad en el fraude. Y qué mejor forma de demostrarlo que dándole el lugar que se merece, no como culpable, sino como un arquitecto respetado y capaz. —Por un instante, Salvatierra no pudo hablar. Tragó saliva, respiró hondo, y asintió, con una mezcla de humildad y alivio.
—Acepto. Y gracias, Ana. De corazón. —Ella le ofreció la mano y él la estrechó con firmeza, pero también con respeto. En ese apretón se sellaba más que un acuerdo laboral: se sellaba una reivindicación.
Cuando ella retiró la mano, hizo un gesto hacia el fondo de la sala.
—Quédese. Aún no han dado los resultados. Me gustaría que estuviera conmigo cuando lo hagan. Esta licitación también tiene su nombre, aunque no figure en los documentos.
El arquitecto dudó un instante, pero luego dio un paso junto a ella, como quien vuelve a ocupar un lugar del que jamás debió ser apartado.
—Esta licitación es suya, Ana. Lo supe desde que vi la nueva versión del proyecto. La defensa que yo hice… fue sólida, sí, pero las mejoras que usted hizo lo llevaron a otro nivel. Es impecable. Y lo merece. —Lo miró con sincera gratitud. Sus palabras no eran un halago, eran una redención.
—Gracias. Que me acompañe hoy, es suficiente para mí.
En el fondo, justo en ese instante, las pantallas de la sala parpadearon. El resultado de la licitación estaba a punto de anunciarse.
Pero, por primera vez en mucho tiempo, Ana no sintió miedo. Solo certeza. Porque estaba rodeada de personas que, como ella, sabían que la verdadera arquitectura se construía con honestidad, integridad y un profundo respeto por el trabajo del otro.
El murmullo en la sala se extinguió apenas el presidente del jurado subió los dos peldaños que lo separaban de la pequeña tarima al frente del salón. El silencio que se hizo fue absoluto, como si todos contuvieran la respiración al mismo tiempo. La tensión era tan densa que podía cortarse con un bisturí.
Ana sintió que su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. A su lado, Luly y Aysha le apretaban las manos con nerviosismo. Leonardo Díaz, de pie con el ceño fruncido, clavaba la mirada en el escenario. Y unos pasos más atrás, Salvatierra se mantenía firme, aunque su postura delataba un sutil temblor de expectación.
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Editado: 10.04.2025