Nikos Mounsmith
"La vida no consiste en encontrarse a uno mismo, sino de crearse a uno mismo"
George Bernard Shaw
El aire helado de las primeras horas de la mañana en New York golpeaba mi rostro mientras avanzaba a trotes por la acera. La música llegaba a mis oídos cruda, era lo único de lo que era consiente. Sudaba aún cuando el frío era tanto, gracias al ejercicio que me encontraba haciendo desde hace 20 minutos. Las caras desconocidas pasaban de mí en un ajetreo que para mi resultaba abrumador a estas horas de la mañana, pero todo por llegar a tiempo al trabajo. Todos se encontraban muy abrigados, puesto que hacía más frío de lo normal, y el cielo estaba nublado. Predecía que tal vez iba a llover un poco.
Trotaba desde mi casa hasta el lugar donde trabajaba, pero aunque tomaba en cuenta la hora, estoy muy seguro que mi cara no denotaba lo que denotaban la de los demás.
Trabajaba, si, pero era dueño del negocio, si me entienden.
Reads Café es una biblioteca y el lugar con el café más rico de Manhattan. Funcionaba hace mas o menos dos años y medio, y hasta ahora había resultado una muy buena idea. Esta era una de las cosas que hacía de vez en cuando, y estaba en eso, pero me detuve a dos cuadras para hacer una parada especial. Saludé a Doris, que me regaló una bonita sonrisa envejecida por tantos años de felicidad.
—Nunca había visto una sonrisa tan hermosa, señora mía— dejé un beso sobre su mejilla. Ella rodó los ojos mientras apretaba un poco mis sudados cachetes. Aún viendo que estaba empapado se acercó a devolverme el gesto y me señaló las rosas y flores de su puesto, invitándome a que tomara una. Le sonreí.
—Irás por tu café en un rato ¿no?— le pregunté viendo cuál flor iba a tomar. De vez en cuando aceptaba su petición a que me llevara una porque me gustaba tomar un poco de las cualidades de la flor para escribir nuevamente, aunque por lo general eran notas para ella misma. Ella asintió.
—¿Coqueteando con mi esposa, muchacho?— Bajé la cabeza derrotado y le mostré una sonrisa pícara al hombre que se situaba al lado de la mujer. —¿Cuándo perderás la costumbre?
negué. —¿Cuándo se dará cuenta de que no dejaré de insistir?— él soltó una risa y se estiró a palmear mi hombro.
—Ya tendrás la tuya— me alentó.
—¿8:30?— él asintió a mi pregunta. Asentí en respuesta y tomé una orquídea blanca.
—Gracias— alargué la a y le lancé un beso a la señora ante la divertida mirada de su marido. Me despedí de ellos y volví a trotar, esta vez un poco más rápido cuando me di cuenta de la hora.
Acostumbraba a entrar a la cafetería cerca de las 6:30am, pero necesitaba llegar unos minutos antes porque hoy era un día algo emocionante. Empujé las puertas de vidrio después de darle vuelta al pasador del candado. Encendí las luces tenues de color amarillo sobrio y procedí a cruzar la gran habitación repleta de mesas de madera de roble oscuro para llegar a las puertas corredizas que dividían la biblioteca con el café. Miré el reloj.
6:15am.
Pasé de la biblioteca y me encaminé a una puerta de madera oscura que se encontraba al final de la biblioteca, por un costado. La abrí y subí las escaleras, también de madera, para entrar a mi habitación/oficina/baño para terminar de quitarme el sudor del cuerpo.
No se asusten, tenía mi departamento, pero como les mencioné, salía desde ahí a trotar. ¿No pensarán que me devolvía a cambiarme allá, no?
Como su nombre lo indica, se trataba de una habitación que era oficina y baño también. Estaba equipada con una cama y un pequeño closet como un cuarto normal, pero a su lado contaba con una biblioteca personal y una oficia con un ordenador de mesa que había adquirido hace poco. Y un baño, por supuesto.
Me despojé de la ropa húmeda y me metí en la ducha. Dejé que mi cuerpo se relajara bajo las gotas de agua caliente. Afuera estaba helando como si estuviésemos dentro de una nevera o un congelador, así que el agua hirviendo no hacía nada en mi piel más que cosquillas reconfortantes. Dejo que mi mente divague en los asuntos que estaban por suceder en estos días.
Nunca fui como los demás, en ninguna etapa de mi vida. Siempre elegí comer libros y estudiar literatura. Mis padres me apoyaban, por suerte, así que con su apoyo no me había costado graduarme tempranamente. Intenté ser editor, pero no me gustaba esclavizarme demás. Comencé a escribir mis propias historias también desde pequeño, y cuando tenía 20 años pude publicar uno de tantos, ese del que estaba completamente orgulloso, pero no tanto como para que todo el mundo supiese que lo había escrito yo. Y no porque sintiese vergüenza o algo así, sino que la atención hacia mí no me gustaba. Por eso también soy S. Smith para el mundo entero.