Mi padre sirvió en Afganistán en 1985, cerca de la frontera con Pakistán. Cuando llegó al lugar de su destacamento con otros soldados, escuchó rumores entre los veteranos sobre un niño llamado Abdul. No prestó mucha atención hasta que un día, estando de guardia, vio a través de sus binoculares a un niño pequeño de unos 10 años parado a lo lejos. Vestía ropa suelta y desgastada, y sus delgados brazos eran visibles debajo de ella.
Inmediatamente informó por radio sobre el civil en su campo de visión y después de describirlo, escuchó: "No es algo bueno".
Esa misma noche, su puesto de control fue atacado por combatientes de bandas locales. Su amigo, con quien se había alistado, murió. Después de eso, mi padre comenzó a preguntarles a sus compañeros de servicio sobre Abdul. Resultó que el niño había muerto mucho tiempo atrás, en 1982, durante un ataque de artillería soviética a posiciones enemigas. Desde entonces, su unidad se encuentra en ese lugar, y el niño aparece periódicamente ante ellos. Al principio intentaron detenerlo, pero cada vez que alguien se acercaba a él, desaparecía. A veces era al revés, él mismo aparecía ante alguien y lo miraba.
Por lo general, su aparición no auguraba nada bueno. Aquellos a quienes se les aparecía morían pronto. Y si la guardia lo detectaba mirando desde lejos, significaba que pronto los enemigos atacarán a las tropas soviéticas. Pero con el tiempo, los militares comenzaron a percibir su aparición como una advertencia de inminente peligro, cuando era necesario mantener las orejas abiertas. Tal vez gracias a esto se pudieron evitar muchas víctimas.