Despues Del Dolor ,el Amor Verdadero

EL PRIMER BESO

El reloj marcaba las 9:12 de la mañana cuando Emma abrió su correo y encontró el primer mensaje de Leo. No era largo ni pretencioso, pero tenía ese tono casual que, curiosamente, dejaba una huella más profunda que cualquier declaración elaborada.

> De: Leonardo Méndez
Asunto: Aún no sé si el universo respondió, pero yo sí.

Emma, fue un placer hablar contigo anoche. No suelo encontrar personas con las que las palabras fluyan como si ya nos conociéramos. ¿Aceptas un café esta tarde? Yo invito, pero tú eliges el lugar.

– Leo

Emma sonrió frente a la pantalla. Releyó el mensaje dos veces antes de responder. Aceptó. Le dio la dirección de una pequeña cafetería en el centro, un rincón tranquilo que siempre había sido su refugio personal entre libros y cafés cargados.

A las 5:00 en punto, él ya la esperaba. Vestía jeans oscuros, camisa blanca arremangada y una chaqueta de cuero marrón que acentuaba su aire desenfadado. Emma llegó unos minutos después, con su usual elegancia sencilla: jeans ajustados, blusa azul marino y el cabello recogido en un moño flojo que dejaba escapar mechones rebeldes.

—Me gusta este lugar —fue lo primero que dijo Leo mientras se levantaba para saludarla—. Tiene aroma a historias bien contadas.

—Y a café recién molido —bromeó Emma, mientras tomaba asiento frente a él.

Pidieron capuchinos y una tarta de almendras que Emma recomendó con seguridad. La conversación, como en el cóctel, fluyó con naturalidad. Pero esta vez hubo pausas. Silencios que hablaban por sí solos. Miradas que no buscaban nada, solo se encontraban.

—¿Siempre fuiste así de elocuente? —preguntó Emma con una sonrisa.

—No. Aprendí a hablar cuando me di cuenta de que no sabía escuchar.
—¿Y ahora escuchas?
—A ti, sí —respondió Leo, directo, sin rodeos.

Emma se sintió expuesta, pero no incómoda. Su mirada se desvió a la ventana por un momento, como buscando refugio, pero su corazón ya comenzaba a rendirse ante el encanto de ese hombre.

Estuvieron allí por más de dos horas. Hablaron de libros —Emma adoraba a Isabel Allende, Leo prefería a Haruki Murakami—, de música —coincidieron en su amor por las baladas antiguas—, y de sus familias —ella era hija única, él tenía dos hermanas mayores que lo cuidaban como si aún fuera un niño.

Cuando salieron del café, la tarde ya caía. El cielo tenía ese tono dorado que solo aparece por segundos antes del atardecer completo. Caminaron en silencio por el centro histórico, bordeando plazas y esquinas que parecían testigos de algo que apenas comenzaba.

—No quiero sonar impulsivo —dijo Leo deteniéndose en seco—, pero… tengo ganas de besarte.

Emma se giró hacia él, sorprendida por la honestidad de su declaración. Lo miró. Sus ojos no tenían prisa, ni estrategia. Solo deseo y verdad.

—¿Y qué harás si te digo que no? —preguntó, con un tono juguetón.

—Respetarte. Y esperar.

Ella sonrió. Una parte de ella aún pedía cautela. Otra, más visceral, más instintiva, ya se había rendido.

—No tienes que esperar —susurró.

Leo dio un paso hacia ella. Sus rostros se encontraron a medio camino. Fue un beso lento, profundo y sin pretensiones. No necesitó fuego artificiales, porque fue real. Sincero. Era un beso que no buscaba conquistar, sino conectar.

Y lo logró.

Cuando se separaron, ambos tenían los ojos cerrados por un instante, como si no quisieran dejar ir ese momento.

—Definitivamente el universo respondió —murmuró Leo, tocando con suavidad la mejilla de Emma.

Ella rió con los ojos húmedos. No era tristeza. Era la sensación rara y hermosa de saber que algo importante estaba ocurriendo.

No sabían lo que el destino les tenía preparado. Pero en ese instante, solo existían ellos. Y ese primer beso, que parecía anunciar el inicio de un amor… aunque ninguno sospechaba que, a la vuelta de



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En el texto hay: dark romance, romántico

Editado: 16.08.2025

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