Despues Del Dolor ,el Amor Verdadero

LO QUE NO SE DICE TAMBIEN PESA

Emma dejó el celular sobre la mesa como si quemara. El mensaje de Leo no era una sorpresa. Lo conocía demasiado bien como para pensar que no regresaría en algún momento. Pero el tono… ese tono de arrepentimiento disfrazado de nobleza… era tan suyo, tan típico de los hombres que abandonan y luego vuelven cuando sienten que lo que dejaron aún les pertenece.

Ella se quedó sentada en la oscuridad de su departamento, sin más compañía que el murmullo lejano del tránsito y el té que ya se enfriaba.

Por un instante pensó en todas las veces que esperó ese tipo de mensaje. Días en los que abría el celular cada media hora con la esperanza de una disculpa. No por orgullo, sino por necesidad. Porque entonces, perdonarlo parecía la única forma de no romperse más.

Pero ahora no. Ahora ella era otra. Más vacía, sí. Más silenciosa, tal vez. Pero también más sólida por dentro.

Tomó su diario y escribió:

> "Leo volvió. Pero no yo. La mujer que lo habría recibido ya no vive en mí. Se fue el día en que entendí que el amor no puede ser una guerra donde siempre pierdo yo."

Las lágrimas no vinieron. Ni una sola. Y eso fue más revelador que cualquier carta, cualquier reclamo, cualquier discusión pendiente.

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Al día siguiente, Emma se levantó temprano y fue a correr. El aire de la mañana le pegaba en el rostro como una caricia helada. Su cuerpo se sentía torpe, pero libre. Como si cada paso alejara un recuerdo, un dolor, una palabra maldita.

Pasó por un parque donde las madres paseaban con sus hijos, los ancianos leían periódicos y los perros corrían sin dirección. Se detuvo a respirar. No quería pensar, pero los pensamientos no piden permiso.

Recordó la primera vez que Leo la besó. Fue en una reunión de amigos. Una noche llena de música, vino y miradas silenciosas. Él se acercó sin prisa, como quien sabe que está a punto de romper algo sagrado. Y la besó como si el mundo fuera a acabarse.

Pero no se acabó. Solo se rompió después. En pedazos lentos.

Emma cerró los ojos. Ya no quería recordar eso. No más.

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De regreso a casa, revisó de nuevo el mensaje de Leo. Volvió a leerlo con atención. Había algo en esas palabras que antes le habría causado temblores, dudas, necesidad. Pero esta vez… solo vacío.

Pensó en responder. Algo breve. Tal vez un: “Estoy bien. Cuida tu vida”. Pero no lo hizo.

Porque entendió que hay palabras que no merecen respuesta, y que el verdadero cierre no siempre necesita un punto final, sino el acto valiente de no volver la vista atrás.

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Esa noche, volvió a la librería. Iván estaba allí, en la misma estantería de antes, revisando libros con la calma de quien no espera a nadie pero no rechaza a quien llega.

—¿Tú también necesitabas respirar letras? —preguntó ella.

Iván sonrió, como si hubiese esperado ese reencuentro sin mencionarlo jamás.

—A veces solo vengo a comprobar que todavía hay belleza en lo simple.

Emma se le acercó. Ya no se sentía vulnerable frente a él. Tampoco en deuda con su pasado.

—¿Quieres tomar un café? —preguntó ella.

Iván asintió. Y al caminar a su lado, Emma supo que algo había cambiado. No era amor todavía. No era promesa ni pasión desbordada. Pero sí era paz. Una paz que nacía del respeto, la conversación, la paciencia. Y sobre todo, de no tener que fingir.

Y por primera vez, no sintió que traicionaba su historia con Leo. Sentía que, finalmente, le estaba siendo fiel a sí misma.

El mensaje seguía ahí, como una herida digital. "Pensé mucho en ti. ¿Podemos hablar?". Seis palabras, ninguna sincera. Emma lo sabía. Porque los hombres como Leo sabían usar el arrepentimiento como una red para atrapar a quienes ya no sabían volar.

Ella no respondió. No por indiferencia, sino porque por fin entendía que el silencio también era una elección. Una poderosa.

Se duchó, se vistió, fue a trabajar. Cada palabra, cada reunión, cada documento que leyó tenía un fondo de eco: Leo quiere hablar. Pero cada hora que pasaba sin contestarle se sentía como un ladrillo más en la muralla que separaba su pasado de su presente.

Esa noche, al llegar a casa, encendió una vela. Algo que antes hacía solo para ambientar. Ahora era más que eso. Era un símbolo. La llama bailaba frente a ella, pequeña pero constante, como la fuerza interior que había estado despertando.

Abrió su correo y encontró un mensaje de Iván.

> Asunto: Café pendiente
Hola, Emma. El otro día fue… inesperado, en el buen sentido. Te dejo mi número, por si alguna vez quieres conversar sin tantas estanterías alrededor. Y si no, está bien también. Buenas noches.

Emma se quedó mirando el correo. No era insistente. No exigía. Solo invitaba. Y esa diferencia era un mundo entero.

Respondió con algo simple:

> Gracias, Iván. Yo también disfruté ese momento. Tal vez sí. Tal vez café pronto.

No había promesas. No había corazones. Solo la apertura a un nuevo comienzo sin cicatrices a la vista.

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A la madrugada, el insomnio le ganó. Caminó por su departamento en bata, mirando la ciudad dormida por la ventana.

En su interior, Emma sabía que no había terminado de sanar. Que aún había noches en las que el recuerdo de Leo dolería. Pero también sabía algo más importante: ya no quería volver a ser la mujer que esperaba que alguien volviera.

Ahora solo quería ser la mujer que se elige a sí misma, aunque le tiemble la voz, aunque el corazón aún recuerde el nombre que no debe nombrar.

Y con ese pensamiento, se permitió llorar. Pero no como antes. Esta vez las lágrimas no eran súplica, eran despedida.

A sí misma. A su miedo. A Leo.

Porque había una nueva historia esperándola. Y esta vez, ella sería la autora.



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En el texto hay: dark romance, romántico

Editado: 16.08.2025

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