El sábado llegó con un cielo claro y una brisa cálida. Emma no tenía nada planeado, pero su celular vibró a las 10:00 a. m.
> Iván:
Hoy el mundo está perfecto para caminar sin destino. ¿Quieres que nos perdamos juntos?
Emma leyó el mensaje tres veces. Sonrió. Esa forma tan sencilla de invitarla le dio paz. No había presión, ni ansiedad disfrazada de romanticismo. Solo una invitación limpia. Real.
Le respondió que sí. Y a las once en punto, Iván la esperaba en la esquina, con una mochila pequeña y una mirada que no invadía, pero lo observaba todo.
—¿A dónde vamos? —preguntó Emma.
—A donde lleguemos. Pero primero… —sacó una bolsa de tela—. Panecillos con pasas. Me acordé de la canela.
Ella rió. Qué distinto se sentía todo. El paseo no era un intento de conquista. Era una conversación caminada, sin guiones.
Caminaron por un sendero que bordeaba el río. Hablaron de libros, de películas, de sueños que nunca se atrevieron a contarle a nadie más. Emma lo escuchaba y sentía que no había que esforzarse para ser entendida. Con Iván, las palabras no tenían que ser perfectas para que él las escuchara con el corazón.
Cuando se cansaron, se sentaron en una pequeña cafetería. Nada elegante. Solo una mesa de madera junto a una ventana con geranios.
Pidieron dos cafés y compartieron un pastel. Emma jugaba con la cuchara, mirando cómo el azúcar se disolvía. Iván la observaba sin decir nada, con la paciencia de quien espera sin exigir.
—¿Y tú? —preguntó él suavemente—. ¿Qué esperas ahora?
Emma lo miró a los ojos. No era una pregunta fácil.
—Espero... seguir caminando sin temor a encontrarme con mi propia historia. Sin miedo de abrirme otra vez. No sé si quiero amar aún. Pero sí quiero sentirme libre.
Iván asintió. No dijo "yo te espero". No dijo "déjame amarte". Solo tomó su mano por unos segundos, la sostuvo, y luego la soltó con el mismo cuidado.
—La libertad también es elegir a alguien que no te encadene —dijo él.
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Al salir del café, lloviznaba suavemente. En lugar de huir de la lluvia, se quedaron bajo una marquesina, riendo como niños. Emma sentía que el mundo había bajado el volumen. Ya no necesitaba huir del pasado. Estaba construyendo algo nuevo, suave, sincero.
No hubo beso ese día. Solo la promesa de un “nos vemos pronto” sin ansiedad.
Pero al llegar a casa, Emma escribió en su diario:
> No es el amor lo que duele. Es la traición lo que nos deja heridas. Hoy entendí que el amor también puede ser quieto, paciente, como una lluvia que no moja pero te abraza. Iván no me salvó. Me acompañó. Y eso vale más que cualquier promesa.
Y con esa certeza, durmió tranquila.
Por primera vez en mucho tiempo, el pasado no fue su última imagen antes de dormir.