Despues Del Dolor ,el Amor Verdadero

DONDE EMPIEZAN LOS DIAS QUE SI

Emma despertó antes que el sol. Las luces de la ciudad aún titilaban como faroles somnolientos, y una tenue brisa entraba por la ventana entreabierta. El calor del cuerpo de Iván, dormido a su lado, le recordaba que los últimos días no habían sido un sueño. A pesar de todo, estaba ahí. Junto a ella. Después del huracán, del miedo, del silencio. Juntos.

Se quedó unos minutos observando su perfil. Cada línea de su rostro le parecía distinta. Como si después del dolor, incluso la belleza adquiriera otra forma, una más vulnerable, más honesta. Emma no sabía exactamente qué esperaba del futuro, pero sí sabía una cosa: quería dejar de vivir con miedo.

Ese día, lo decidió. Iba a reconstruirse no solo como mujer enamorada, sino como persona. Retomaría su carrera, su voz, sus proyectos. Quería que Iván la amara no por llenar sus vacíos, sino por la plenitud que era capaz de alcanzar por sí misma.

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Durante la mañana, preparó café y huevos revueltos. Iván apareció en la cocina con el cabello revuelto y los ojos aún hinchados de sueño.

—¿Despertaste con energía? —preguntó con una sonrisa perezosa.

—Sí. Tengo ganas de comenzar de nuevo —respondió ella mientras le servía una taza—. No contigo. Conmigo.

Iván la miró en silencio. Le tomó la mano.

—Me gusta cómo suena eso.

Emma se permitió una sonrisa tranquila. Por primera vez en mucho tiempo, sentía paz.

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Esa semana, se inscribió en un curso de escritura creativa. Hacía años que no lo hacía. Desde antes de su relación anterior, cuando la vida la había empujado a sobrevivir en vez de soñar. Iván la apoyó sin titubeos.

—¿Estás segura de que quieres meterle energía a eso ahora? —preguntó una noche mientras cenaban juntos.

—Más segura que nunca. Necesito escribir. Quiero contar mi historia. O tal vez inventarme una nueva.

—Entonces hazlo. Yo te leo.

Ella sintió un calor en el pecho. No porque él le ofreciera apoyo, sino porque por fin ella se sentía lista para recibirlo sin depender de él.

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Pasaron los meses y los cambios comenzaron a notarse. Emma se volvió más autónoma, más asertiva. Comenzó a dar talleres a mujeres sobre resiliencia emocional, escribía columnas en un pequeño medio digital y sus textos empezaban a compartirse en redes sociales.

Iván, por su parte, también atravesaba un proceso de transformación. Dejó de trabajar en exceso, asistía a terapia —una decisión que Emma respetaba profundamente— y por primera vez en su vida, hablaba abiertamente sobre sus inseguridades. Ya no era el hombre perfecto, inalcanzable y firme como una estatua. Ahora era real. Con grietas. Con historia. Con voluntad.

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Un sábado, fueron juntos a una comunidad rural a la que Emma había sido invitada a dar un taller de escritura para mujeres. Iván la acompañó con una mochila al hombro, sin decir mucho. Solo estando. Observando cómo ella inspiraba, guiaba, conectaba. Al final del día, cuando regresaban al auto, él le dijo:

—Eres poderosa. No sé si alguna vez te lo dije así, sin adornos. Pero lo eres.

Emma lo miró y se detuvo. Lo besó en la frente.

—Gracias. Y tú me ayudas a recordarlo.

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Pero la vida no concede treguas eternas. Justo cuando las cosas parecían fluir con una naturalidad milagrosa, Iván recibió una llamada que volvió a sacudirlo.

Era Paula. Otra vez.

—Está enferma —le explicó a Emma esa noche, sin saber cómo empezar—. Me llamó para decir que tiene una enfermedad autoinmune. No tiene a nadie más. Su familia está en el extranjero.

—¿Qué espera de ti?

—Ayuda. Compañía. Me pidió que la acompañe a sus citas médicas.

Emma lo miró fijamente. No era una amenaza. No era una advertencia. Era una prueba.

—¿Y qué vas a hacer?

—Quiero ayudarte a decidirlo —dijo él—. No quiero que esto destruya lo que estamos construyendo.

Ella suspiró. No le sorprendía que la vida la pusiera a prueba justo cuando había comenzado a confiar.

—Haz lo que debas hacer, Iván. Pero no olvides quién eres ahora. Y con quién quieres estar.

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En las semanas siguientes, Iván cumplió. Acompañó a Paula con límites claros, sin mentiras, con respeto hacia Emma. Ella también creció. No se quebró. No lo persiguió. No lo cuestionó. Observó. Confiaba en sí misma. Y eso era nuevo.

Hasta que un día, Paula le pidió a Emma que se reunieran.

Emma aceptó.

Se vieron en una cafetería. Paula tenía el rostro pálido, pero su expresión era serena.

—Solo quería decirte algo —comenzó Paula—. No vine a dañar lo que tienen. Te lo juro. Me equivoqué muchas veces. Pero esta enfermedad me ha hecho ver las cosas distintas. Iván te ama. Y tú… eres más fuerte de lo que yo nunca fui.

Emma no supo qué decir. Por primera vez, no vio en Paula una amenaza. Sino una mujer rota, como ella lo había estado alguna vez. Y sintió compasión.

—Gracias —dijo simplemente—. Espero que te recuperes. Que encuentres paz.

Se despidieron con un apretón de manos. Ninguna ganó ni perdió. Solo habían sobrevivido.

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Esa noche, Emma e Iván caminaron por la ciudad, tomados de la mano, como dos adolescentes. Hablaron de planes, de miedos, de los hijos que quizás algún día tendrían.

—¿Te imaginas una niña con tu carácter? —bromeó Iván.

—O un niño con tu terquedad —respondió ella riendo.

El futuro ya no era una amenaza. Era una página en blanco.

Y por primera vez, Emma sintió que no necesitaba controlar el final. Que podía vivir el presente sin miedo. Porque había aprendido a quedarse. Y también a irse, si algún día fuera necesario.

Pero ese día no era hoy.

Hoy, estaban juntos.

Y eso era suficiente.



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En el texto hay: dark romance, romántico

Editado: 16.08.2025

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