Después del éxito de su primer reportaje, Emma se encontraba en un estado de satisfacción profesional que no había experimentado en años. El reconocimiento de sus colegas, los mensajes de apoyo de lectores y el respaldo de Clara le confirmaban que había tomado el camino correcto.
Pero la vida, siempre caprichosa, rara vez concede victorias sin desafíos.
El regreso de un fantasma
Una mañana, al llegar a la redacción, Emma encontró un sobre sin remitente sobre su escritorio. Dentro, había una nota escrita a mano:
"El pasado nunca muere, Emma. No creas que puedes enterrarlo tan fácilmente."
Su corazón se aceleró. Reconocía esa letra: era de Iván.
Durante horas, intentó concentrarse en su trabajo, pero la amenaza flotaba sobre ella como una nube negra. ¿Qué quería ahora? ¿Por qué regresar justo cuando estaba comenzando a reconstruirse?
Esa noche, cuando Daniel fue a recogerla, Emma dudó en contarle. Finalmente, guardó silencio. Temía que pensar en Iván fuera como darle un poder que ya no merecía.
El secreto compartido
Los días siguientes, el acoso se intensificó. Correos electrónicos anónimos, comentarios en redes sociales que parecían escritos para incomodarla, incluso llamadas al periódico preguntando por ella con excusas absurdas.
Emma comenzó a sentirse observada.
Finalmente, una tarde, decidió contárselo a Daniel. Estaban en su departamento, cenando pizza frente al televisor, cuando la confesión le brotó.
—Daniel… creo que Iván está detrás de mí otra vez.
Él dejó la copa de vino sobre la mesa y la miró con seriedad.
—¿Otra vez? ¿Qué quieres decir?
Emma le mostró la nota y algunos mensajes que había recibido. Daniel los leyó en silencio, con la mandíbula apretada.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, con un tono más duro del que Emma esperaba.
—Porque no quería que pensases que sigo atrapada en él. —Ella bajó la mirada—. Tenía miedo de que esto arruinara lo nuestro.
Daniel respiró hondo y se apartó un poco, como para ordenar sus pensamientos.
—Emma, no es que desconfíe de ti, pero si vamos a estar juntos, necesito que me digas las cosas. No podemos construir algo basado en silencios.
Sus palabras dolieron, pero Emma sabía que tenía razón.
El miedo como prueba
Durante los días siguientes, la tensión entre ambos fue palpable. Aunque seguían viéndose, algo se había quebrado. Daniel estaba más distante, y Emma, por orgullo, evitaba insistir demasiado.
Sin embargo, una noche, después de una jornada extenuante, Daniel apareció en la puerta de su casa con una carpeta bajo el brazo.
—He hecho algo —dijo, entrando sin esperar invitación—. Usé algunos contactos y averigüé en qué anda Iván.
Emma lo miró, sorprendida.
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque no pienso quedarme de brazos cruzados mientras alguien intenta manipular tu vida.
Daniel abrió la carpeta y le mostró informes: Iván estaba en Madrid, con deudas, intentando montar un negocio fallido. Su vida iba en picada, y parecía que buscaba desquitarse con ella.
Emma sintió una mezcla de miedo y compasión. El hombre que una vez la hizo sentir pequeña ahora no era más que un ser consumido por su propia destrucción.
Una discusión inevitable
Aunque agradecida por la iniciativa de Daniel, Emma también se sintió invadida.
—Daniel, aprecio lo que hiciste, pero… no quiero que mi vida sea vigilada ni que decidas por mí.
Él frunció el ceño.
—No lo hago por control, Emma. Lo hago porque te quiero y quiero protegerte.
—¿Y si lo que necesito no es protección, sino confianza? —replicó ella, con la voz temblorosa—. No quiero volver a sentir que dependo de alguien para sobrevivir.
Daniel se quedó en silencio. La herida de su pasado aún hablaba a través de ella, y lo entendía.
—Está bien —dijo finalmente—. Pero prométeme algo: que no vas a enfrentarlo sola.
Emma asintió, aunque por dentro se debatía. Parte de ella quería demostrar que era fuerte por sí misma, pero otra reconocía que no podía negar la ayuda de alguien que realmente se preocupaba por ella.
El dilema interno
Esa noche, después de que Daniel se fue, Emma se quedó mirando la ciudad desde su ventana. Recordó todas las veces que Iván la había manipulado con amenazas sutiles y frases hirientes. Recordó cómo había callado por miedo a perderlo, a quedarse sola, a fracasar.
Pero ahora no era la misma mujer. Había construido una nueva Emma, una con sueños, logros y un amor que podía ser real si sabía cuidarlo.
Lo que no sabía era que ese equilibrio pendía de un hilo.
Un giro inesperado
Unos días después, cuando salió de la oficina, Emma encontró un ramo de flores en el parabrisas de su coche. No había tarjeta, pero reconoció de inmediato el perfume característico que Iván solía regalarle en los primeros años de relación.
El mensaje era claro: Iván estaba más cerca de lo que pensaba.
Emma sintió que el aire le faltaba. Por un instante, dudó en llamar a Daniel, pero se contuvo. ¿Era una señal para enfrentarlo sola? ¿O era precisamente lo que él quería: dividirla de quien ahora le daba fuerzas?
Mientras sostenía el ramo entre sus manos temblorosas, Emma comprendió que el pasado no había terminado de soltarla. Y que su decisión en los próximos días definiría no solo su relación con Daniel, sino también el rumbo de su nueva vida.