El reencuentro inesperado

El día amaneció gris en Lisboa, con un cielo cargado de nubes que parecían presagiar tormenta. Emma y Daniel habían decidido desayunar en un café muy concurrido del barrio de Chiado, uno de esos lugares donde los escritores solían inspirarse, rodeados del bullicio de turistas y locales.

Emma hojeaba un cuaderno, escribiendo pensamientos dispersos, cuando de pronto escuchó una risa grave, demasiado familiar. Su cuerpo se tensó como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
Levantó la mirada.

Allí estaba.
Iván.

Entraba con paso seguro, acompañado de dos empresarios portugueses. Llevaba un traje impecable, la sonrisa de siempre, la que alguna vez la había hecho sentir única y ahora le parecía venenosa.

Emma sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Su mano tembló sobre la taza de café.
Daniel lo notó enseguida.
—¿Emma? —susurró, preocupado.
Ella tragó saliva, incapaz de responder. El pasado se había materializado a escasos metros.

Iván, distraído, no la vio al principio. Pero en cuanto sus ojos se cruzaron, su sonrisa se congeló. Un destello de sorpresa brilló en su mirada, seguido de una sombra de incomodidad.
—Emma… —murmuró, acercándose con un tono que buscaba sonar amable, aunque escondía tensión.

El murmullo del café parecía haberse apagado. Emma sintió decenas de ojos sobre ellos. El universo, con cruel ironía, los había puesto frente a frente en un escenario público, sin escapatoria.

Daniel entrelazó sus dedos con los de ella, dándole apoyo silencioso.
Emma respiró hondo. Esta vez no iba a huir.

Se levantó con calma, clavando la mirada en Iván.
—Nunca pensé volver a verte —dijo con firmeza, aunque su voz le ardía en la garganta.

Iván sonrió nervioso, tratando de suavizar la situación.
—No esperaba encontrarte aquí. Estás… diferente. Más fuerte.

—Lo estoy —respondió ella sin titubear.

Alrededor, las conversaciones bajaban de tono. Los clientes del café comenzaban a percibir que algo intenso ocurría. Emma lo sabía: aquella era su oportunidad, no solo de hablarle a él, sino de liberarse ante sí misma y, de algún modo, frente al mundo