Estando en el restaurante, Stanley estaba muy feliz con su pollo frito.
Recuerdo que cuando iba a comer con Corey, intentaba pedir comida que no me ensuciara los labios o fuera a manchar mi ropa si me cayera encima. Intentaba que me viera más que una amiga, así que actuaba un poco más “femenina” de lo que realmente soy.
Pero con Stanley, me da igual. Nunca me ha interesado impresionarlo y ya me ha visto en pijama, cuando salgo a tirar la basura y aun no me he peinado, comiendo helado afuera con mi hermano mientras se derrite en nuestras manos y bañando a Callie, con los pantalones cortos húmedos por la manguera.
Y por supuesto, Stanley se ha burlado en cada ocasión.
Así que muerdo lo último de mi pierna de pollo y tomo un sorbo de soda.
Un mensaje llega a mi teléfono que dejé sobre la mesa, la pantalla se enciende y muestra el aviso de una notificación sobre el fondo de pantalla, una fotografía de Corey y yo que nos tomamos hace mucho tiempo.
Stanley mira el teléfono y luego a mí, yo le doy vuelta a la pantalla.
— ¿Puedo preguntarte algo? —se limpia con la servilleta.
Asiento, esperando la pregunta.
Aclara su garganta. — ¿Salías con él?
Ni siquiera dice su nombre pero lo sé, habla de Corey. —Ah… no, éramos amigos.
Baja la mirada a su plato, solo quedan un par de papas fritas. —Pensaba que sí —murmura.
Paso un dedo por el borde de mi plato. — ¿Por qué pensabas eso?
Se mueve hacia atrás, recostando la espalda. —Porque sí, tu siempre estabas buscándolo, ¿no?
Cuando lo pone de esa forma suena a que yo estaba persiguiéndolo y no que éramos amigos. —Y él a mí, eso hacen los amigos.
No dice nada más.
Aclaro mi garganta. —Um, ¿ahora a quien le copias en los exámenes? —rio un poco—. Bueno, ahora ya no pero antes, ¿a quién le copiabas?
Muerde su labio inferior. —No era tan bueno, varias veces le copie y estaba mal, Corey no…
Deja de hablar.
Stanley se levanta y señala hacia el pasillo. —Voy al baño, también pediré la cuenta.
Junto las cejas. — ¿Qué ibas a decir de Corey?
Stanley me mira directamente a los ojos y luego sacude la cabeza. —Nada.
Se va y yo estudio este momento. Fue extraño, ¿Por qué no terminó lo que iba a decir?
“Corey no…”
Mi corazón pega un salto, uno de esos que llega cuando un perro ladra de pronto mientras caminas por la acera o una puerta se golpea con fuerza por el viento.
Recuesto los codos sobre la mesa mientras veo la silla vacía de Stanley, ¿Y si él sabe algo que yo no?
Eso no tiene mucho sentido, Corey no se llevaba bien con él y no compartirían secretos, pero entonces, ¿Por qué algo en mi interior me dice que estoy apuntando finalmente a la dirección correcta?
Tengo que saberlo.
Luego de salir del lugar, veo hacia el cielo.
El atardecer ya pasó y ahora solo queda un cielo nocturno bastante claro, estamos al comienzo de la noche. Ya se van más personas caminando listas para alguna actividad en la noche, los autos han aumentado y el calor es casi palpable.
—Te llevo, de todas formas voy a casa —dice sin verme.
Caminamos hasta su auto y de nuevo, al entrar, se siente mucho más fresco.
— ¿Por qué no estás en una fiesta? —empiezo.
Me mira mientras se coloca el cinturón de seguridad. — ¿Por qué no estás en la biblioteca?
Resoplo. —Leer no es todo lo que hago.
—Pero es lo que haces más, ¿no? —sonríe, encendiendo el motor de su auto.
—Entonces, ¿Por qué no sales hoy? ¿Acaso no tienes esa reputación? —molesto.
Suspira. —Todos tenemos una reputación pero no significa que sea verdad.
Chasqueo mi lengua. —La tuya sin duda lo es, te gustan las chicas, las fiestas y hacer todo lo que roce con la ilegalidad.
Aunque no me veo, junta sus cejas y yo noto como tensa la mandíbula. — ¿Eso es lo que tú crees de mí?
Veo al frente, me gusta cómo se ven las calles iluminadas por los postes de luz a esta hora. —Es lo que todos saben de ti.
—No —dice, serio—. Tú, ¿Eso es lo que tú crees de mí?
Lo veo de reojo. —Pues, supongo. Es creíble, digo, no eres más que un fastidio.
Me señala, aun viendo al frente. —Eres de las que juzgan sin saber, puedo verlo ahora —suelta una risa molesta—. Pero no tienes idea.
— ¿Cómo quieres que sepa si realmente no convivimos? —reclamo.
Dobla una calle. — ¿Sabes qué? Deberíamos apostar algo, ya que vamos a trabajar juntos hagamos una apuesta —se detiene frente a un semáforo, pero no está en rojo, sin embargo no hay autos detrás de nosotros—. ¿Qué dices?
— ¿Qué tipo de apuesta? —junto las cejas.
Me voltea a ver. —Si para la tercera semana del verano tu confirmas toda mi supuesta reputación, te daré algo, lo que sea que quieras —se inclina un poco hacia mí—. Pero si pierdes, tendrás que hacer algo que yo quiero.
Niego. — ¿Cómo pierdo? Digo, ¿A qué te refieres?
—Digo que, si después de este tiempo tu realmente me odias, yo he perdido —vuelve su mirada al frente y continua conduciendo— pero si no llegas a odiarme, sabrás que has perdido.
— ¿Crees que no te voy a odiar? —parpadeo rápidamente—. ¿Crees que algo positivo salga de esto?
Sonríe de lado. —Ya veras, simplemente lo sabrás.
Entorno mis ojos. — ¿Estás asumiendo que voy a caer rendida a tus pies, no? —Resoplo—. Pues será fácil odiarte porque aquí estas, actuando como un tonto, como el que siempre he conocido.
—No me conoces, Lacey —señala—. Porque si llegaras a conocerme realmente, no dirías nada de eso.
Ruedo los ojos. —Sigues sonando tan egocéntrico.
— ¿Sabes qué? Es probable que yo descubra que eres mucho peor —afirma—. Que simplemente eres una de las peores personas del mundo.
Bufo. —No lo soy.
Sonríe. — ¿Quién sabe? Tu apariencia de niña buena es una fachada, estoy seguro.