Despues Del Final

6. Mensajes

 

—Vaya, mírate, que atractiva —Stanley está al frente de mi casa.

Será fácil ganarle si sigue siendo él mismo, ósea, un fastidio. —Cállate.

Señala hacia mí. —Esa camiseta la tienes desde que te conozco y de alguna manera, sigues viéndote pequeña dentro de ella —molesta.

Ruedo los ojos. — ¿No tienes algo que hacer?

—Tú también, hay que trabajar —anuncia.

Sí pero aún es temprano y ahora mismo estaba guardando los juguetes de Callie. —Vete ahora, te veo allá.

Niega. —Es muy temprano, acabo de terminar de correr y ahora tengo que ducharme.

Levanto ambos pulgares. —Vete entonces.

Stanley mira hacia la calle, a esta hora en vacaciones, muy pocas personas están despiertas. Solo personas como Stanley que salen a correr y personas como yo, que tenemos que ordenar los juguetes de nuestros perros.

— ¿Ya comiste? —pregunta sin verme.

Niego, pero como no puede verme, digo: —No.

Gira su rostro. — ¿Quieres desayunar?

Esto seguramente es solo un truco. — ¿Qué?

—Cruza la calle y ven conmigo, haré el desayuno —afirma.

Suelto una risa. — ¿Tu? ¿Siquiera sabes cómo hervir agua?

Rueda los ojos. —Eres tan odiosa, te estoy ofreciendo desayuno gratis y me molestas —se recuesta en la cerca—. Sí, Lacey, los hombres también sabemos cómo encender una estufa.

—No todos —me encojo de hombros—. Algunos son unos inútiles.

Sonríe levemente. —Pues soy todo menos inútil, ven conmigo, te quiero demostrar lo genial que soy además mis abuelos ya están despiertos, en caso me tengas miedo.

Suspiro. —No te tengo miedo, desprecio sí pero miedo no.

Entorna sus ojos. — ¿Crees que no te puedo hacer nada, Lacey Benson?

En este momento recuerdo uno de los rumores sobre Stanley, algo que involucra a una chica, a él y una fiesta. Algo que, de ser cierto, sería horrible.

— ¿Realmente están tus abuelos? —no sé ni siquiera porque estoy considerándolo, tal vez porque tengo hambre y soy demasiado perezosa como para prepararme algo.

Pasa la mano por su cabello. —Vaya, entonces sí tienes miedo.

—No —tal vez un poco—, pero no me gusta estar solo contigo, es aburrido.

Se inclina para acercarse. — ¿Quieres que te entretenga? Podemos hacer otras cosas.

— ¿Cómo qué? —cruzo los brazos.

—Como origami, también soy bueno con eso —contesta, sonriendo de lado.

No esperaba esa respuesta.

—Está bien, como sea, vamos a probar tu desayuno quemado y sin sabor.

Mueve su dedo para que me acerque, yo lo hago y cuando estoy suficientemente cerca, empuja mi frente con ese mismo dedo. —Por cierto, buenos días.

—Muévete —porque está parado frente a la puerta de la cerca—. Más vale que valga la pena.

Mira mi atuendo de arriba hacia abajo. —Espero que nadie me mire contigo, pensaran que recogí a una vagabunda de la calle.

Cuando salgo lo empujo. —Que grosero.

Stanley hace una mueca, como si estuviera herido. —Tú empezaste insultando mi comida.

Ruedo los ojos. —Dramático.

Cruzamos la calle y vamos a su casa, es una distancia corta así que llegamos rápido. Él abre la puerta, seguramente la dejó sin seguro y me deja pasar.

No recuerdo la última vez que estuve en esta casa. Sí, he visto a sus abuelos cuando están afuera y he saludado a su padre cuando me lo encuentro pero de estar aquí, ha pasado mucho tiempo.

Creo que solo han sido un par de veces, una de ellas fue una noche muy extraña.

—Abuela, no te asustes pero tengo a una persona sin hogar conmigo —Stanley habla en voz alta.

—Oye —digo, moviéndome para que cierre la puerta.

Su abuela se asoma, con las cejas juntas pero cuando me ve sonríe. —Lacey, que gusto verte por aquí.

— ¿Sabes el nombre de esta persona? —Stanley continua con su tonta broma.

—Tú apestas —murmuro.

—Traje a Lacey para probarle que soy bueno cocinando, después de todo, tú me enseñaste —dice.

Ella mueve la mano para que pasemos a la sala, mientras tanto yo veo alrededor. Algunas cosas han cambiado desde la última vez que estuve aquí, cuando ayudé a pintar, pero casi todo ha permanecido igual.

En especial esa fotografía de Stanley cuando era un niño de dos años, tenía el cabello despeinado y una gran sonrisa.

—Oye, ¿no te importa que subamos, verdad? —Le dice a su abuela—. Tranquila, no hay nada de ella que me guste.

Su abuela hace una mueca. —No seas grosero con Lacey, es muy linda.

—Estoy acostumbrada —afirmo—. Además, nunca lo tomo enserio.

—Sí pueden subir, tu papá se fue hace un rato pero va a regresar cuando termine algunos trámites, ya sabes —le avisa.

Stanley me da un vistazo y asiente. —Genial, iré a bañarme y mientras tanto, haré que Lacey ordene mi habitación, luego prepararé el desayuno y nos iremos.

—Ve, ve —me da una sonrisa también.

Stanley sacude su mano para que lo siga, yo no tengo idea que rayos estoy haciendo.

Mientras subimos las escaleras, susurro: —Pensé que ibas a darme desayuno, no que ibas a llevarme a tu habitación.

Gira su rostro. —Eso suena muy raro, pero te doy permiso que presumas que estuviste en mi habitación.

—Cállate —suelto.

Llegamos a la parte de arriba y dobla a la derecha, entra en la primera puerta empujándola. Yo doy unos pasos cortos, con miedo a entrar a este lugar pero una vez dentro, no hay nada extraño. Es bastante ordinario todo aquí.

— ¿Dónde están tus fotografías de chicas en bikini? —pregunto, viendo que en las paredes tiene mapas.

—Todas esas fotografías están en mi teléfono —responde, abriendo algunos cajones.

—Que cerdo eres —ahora veo su cama, un edredón rojo y tres almohadas, al centro hay un conejo gris de felpa.

Aprieto mis labios, ¿Stanley tiene un animal de felpa?

—Vaya, ¿Para tu novia? —pregunto, cuando gira a verme, lo señalo.




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