Odio tanto desear que Stanley vuelva a invitarme a desayunar.
Es enserio, esa comida tenía algo que la hacía saber muy deliciosa. Es inaceptable para mí creer que el idiota de Stanley es tan bueno cocinando.
Esos panqueques estaban deliciosos, no sé cómo lo hizo pero la orilla era crujiente y en medio eran suaves.
La puerta se abre y entran dos chicos altos junto a una señora de la edad de mi madre, se acercan al mostrador y miran las opciones de bebidas en la pantalla, uno de los chicos con cabello rizado baja la vista y cruza miradas conmigo.
Yo sonrío con los labios apretados, intentando ser cordial, después de todo es un cliente.
La señora se acerca dónde está Stanley, quien le da la bienvenida. —Hola, eh, quiero tres empanadas de pollo y para mí un café con leche, sin azúcar por favor, el más grande.
—Claro —mira a los otros chicos, el de cabello rizado parece ser mayor que el otro, quien lleva el cabello corto.
El de cabello corto se acerca. —Yo quiero un café helado por favor.
Sonrío cuando dice “por favor” ayer descubrí que hay personas que solo dicen sus órdenes y se olvidan de los modales, pero supongo que tienes que ignorar esas cosas si quieres vender.
El chico de cabello rizado se acerca también. —Yo, em, quiero un batido de fresa por favor.
Stanley asiente, mientras registra la orden y le cobra a la mujer. —Claro, les llevaremos todo a su mesa, por favor tomen asiento.
—Gracias —dicen los tres.
Stanley comienza a preparar todo mientras que yo tomo una bandeja y comienzo a colocar los utensilios para comer, servilletas, tomo las empanadas que ya estaban en el espacio donde se exhiben los diferentes tipos de pasteles y panes.
—Eh, disculpa —levanto la mirada y es el chico alto, de rizos—. Um, ¿Dónde está el baño?
Señalo a la izquierda. —Ahí.
Sonríe, viéndome a los ojos. —Gracias.
Asiento y él permanece unos segundos más, viéndome, luego se mueve. Stanley coloca el primer café en la bandeja, me empuja suavemente con su cuerpo para que le de espacio.
—Puedes pedir que me mueva, no tienes que hacer eso todo el tiempo —murmuro.
—Es divertido —me dice, sonriendo—. Ahora ayúdame con el batido, toma la licuadora y sirve una taza de leche, luego pon seis fresas o siete si están muy pequeñas —pide.
Lo hago, mientras él se encarga del otro café yo ayudo con este, cuando toca servirlo en el vaso de vidrio me pide que tenga cuidado de no derramarlo. Estoy orgullosa conmigo, lo hice bien.
—Listo —avisa—. Ya puedes ir a dejarlo.
Trago saliva, nerviosa, cada vez que tengo que hacer esto pienso que puedo tropezarme y caer. —Está bien.
Salgo de este lado para tomar la bandeja por el frente, lo hago con mucho cuidado y me muevo hasta la mesa del centro donde se sentaron. Comienzo a repartir las empanadas y luego coloco el café caliente frente a la mujer con mucho cuidado, seguido el del chico menor y finalmente, el otro chico.
—Gracias —me dice él, sonriéndome.
Asiento, terminando de colocarles todo lo demás.
—Oye, disculpa —la mujer me habla—. ¿Aquí está abierto todo el día o solo por las mañanas?
Niego. —Todo el día.
—Que bien —sonríe—. Estamos de visita en este lugar y si la comida nos gusta, regresaremos, este lugar está bastante tranquilo. Ayer comimos en el centro y el ruido era insoportable.
Sonrío sin saber qué más decir. —Claro.
—Gracias, otra pregunta por cierto —señala donde están los pasteles—. ¿Puedes empacarme unos pasteles de queso para llevar? Cuando ya nos vayamos los pago y paso por ellos.
Asiento dos veces. —Sí, está bien, ¿De fresa, mora o caramelo?
—Yo quiero de mora —el chico de cabello corto habla—. Yo de caramelo —pide ella.
Luego volteo con el otro chico esperando que me diga cual quiere. — ¿Cuál me recomiendas? —pregunta.
He probado todos y todos me gustan. —El de fresa.
—Ese entonces —sonríe levemente.
Regreso mi mirada a la mujer porque no quiero que piense que estoy dándole demasiada atención a su hijo. No niego que es atractivo pero es solo un cliente y no puedo actuar de esa manera ahora.
Además, no hay otro chico en el mundo que me interesa más que Corey.
—Iré a preparar sus pasteles —aviso y regreso al mostrador.
Al mismo tiempo entran dos chicas altas, con cabello recogido y ropa para gimnasio. Le doy una mirada a Stanley porque seguramente las estaba viendo pero está ocupado limpiando la máquina de café.
—Quieren tres pasteles, de queso, uno de cada uno —le digo.
—Está bien —gira y se acerca a la caja, las chicas están ahí también.
Se ven un poco mayores, quizás sean universitarias pero cuando notan a Stanley, sus sonrisas se aparecen.
—Hola —saluda una de ellas, tiene pecas en el rostro y sus ojos son verdes, es muy linda—. ¿Los licuados de manzana verde tienen azúcar?
Niega. —Si lo prefieren con azúcar puedo añadirle pero normalmente no.
—No, sin azúcar, estoy en una dieta sin azúcar —dice ella.
Stanley asiente. —Bien, entonces, ¿uno de esos?
La otra chica se acerca. —Yo quiero uno también, gracias.
—Claro —Stanley lo registra en la computadora—. ¿Algo más?
La chica de las pecas se acomoda un delgado mechón suelto. — ¿Cuántos años tienes?
Yo me muevo a los pasteles, tomo una caja de cartón y comienzo a servir el de mora.
— ¿Por qué es eso importante? —Stanley contesta con un tono juguetón—. Tengo la edad suficiente para trabajar, conducir y un par de cosas más.
Ruedo los ojos mientras tomo el de fresa.
Ambas ríen. —Qué lindo, ¿la casa no invita hoy?
Vaya, quisiera tener su seguridad, si yo fuera como ella le hubiera confesado mis sentimientos a Corey desde que entendí qué estaba sintiendo por él. En lugar de eso, esperé y esperé, pero el tiempo pasó y nunca pude decírselo.
Pero lo haré, sé que lo haré y si todo va de acuerdo a mi plan, será pronto.