Bajamos del auto al mismo tiempo que Stanley abre la puerta de su casa.
Se ha cambiado, ahora lleva unos pantalones cortos y una camiseta tallada al cuerpo. Nuestros ojos se cruzan y frunce el ceño, mira a su papá y de nuevo me ve a mí.
—Stan —su papá lo saluda, se mueve a la puerta trasera para sacar lo que compró.
Stanley camina hacia él, pero sus ojos siguen enfocados en los míos. Yo me estiro dentro del auto para tomar la bolsa con mis compras.
—Dámelo —pide, para ayudar a su papá—. Um, papá, creo que trajiste a una desconocida.
Su papá se ríe. —Me encontré con Lacey y ahora iré a ver el juego con su papá y los demás, pero le ofrecí que cenara con ustedes, ¿quieren comida china?
Stanley me sigue con la mirada mientras me muevo frente al auto y me coloco cerca, aunque no tanto. —Sí, yo quiero comida china —responde.
El señor Hayes me sonríe. —Bien, iré con los chicos —afirma—. Le haré saber a tu padre que llegaste sana y salva —mira a su hijo—. Toma dinero de la caja, pidan lo que quieran.
Stanley sostiene ambas bolsas con una mano. —Claro, ¿crees que vendan cerebros para alguien? —me sonríe de lado.
Entorno mis ojos pero en mi interior me relajo, si está haciendo bromas significa que no está molesto conmigo por como lo aparté antes de irme.
Siento que fui cruel, aunque jamás me he sentido así si se trata de Stanley. Siempre que lo insultaba o le contestaba con su mismo tono sarcástico, me sentía satisfecha. Ahora no tanto.
—Stanley —su papá lo regaña—. Deja de molestarla, de todas formas ya sabe que comprabas helados para ella.
Sus ojos se abren y finalmente deja de verme, para ahora ver a su padre. — ¿Se lo dijiste?
Ahora es mi turno de sonreír. —Eso y muchas cosas más —bromeo.
El señor Hayes solo ríe. —Me voy chicos, coman tranquilos —toma la puerta para entrar de nuevo—. Stan, se bueno, ¿bien?
Resopla. —Claro.
Ambos nos quedamos de pie hasta que su padre se vuelve a ir en el auto, aun con los rostros en dirección al camino que su papá siguió, susurro: —Gracias por los helados.
—Cállate —contesta, con unas pequeñas risas.
Me giro, disfrutando este momento donde él se ve un poco avergonzado. —Entonces, Stanley Hayes, ¿pensabas en mi todo el tiempo, no?
Arruga la nariz. —Es imposible no pensar en tu enemiga, tienes que estar alerta todo el tiempo.
Lleva el cabello húmedo, quizás tomó una ducha, se lo ha peinado hacia atrás descubriendo su frente. —Bueno, resulta que para pagarte todos esos helados que fingías no querer darme —acerco la bolsa y busco con mi otra mano la barra de chocolate—. Te traje esto.
Lo mira, luego a mí, luego a la barra y regresa a mi rostro. — ¿Enserio?
Asiento. —Sí y, pues —miro hacia un lado, no puedo hacerlo de frente—, perdón por lo que dije, lo siento.
Stanley no contesta, luego de varios segundos finalmente toma la barra. — ¿Me estás pidiendo perdón? ¿Tu? ¿A mí?
Ruedo los ojos. —Sí, no soy tan orgullosa como tú.
Sigo sin verlo así que no noto cuando Stanley sube la mano a mi mentón y me mueve el rostro para que deje de evitar sus ojos. —Gracias Lacey Masie.
Mi corazón se acelera, pero no como la vez que estuve al lado de ese chico en el vecindario de Corey. —Ah, eh… ¿sabes? Tu papá me salvó —cambio de tema porque no puedo seguir sosteniendo su mirada—. Yo quería regresar pero a mis padres no les gusta que use taxi o nada de eso porque son autos de desconocidos y entré a una tienda de conveniencia, ahí estaba él. Me salvó.
Aún sigue sosteniendo mi mentón y mi respiración se acorta. — ¿Ahí es donde fuiste? ¿Una tienda de conveniencia?
Trago saliva. —No… fui a, otra parte pero fue incomodo, habían unos chicos mayores y…
— ¿Qué? —Stanley retira su mano para colocarla en mi hombro—. ¿Estás bien?
Asiento. —Estoy bien pero uno de ellos me estaba invitando a pasar tiempo con ellos y me seguía, fue incómodo.
Junta sus cejas mientras veo como su mandíbula se tensa. — ¿Te hizo algo? ¿Le dijiste a la policía?
Hago una mueca. —No porque no me hizo nada, digo, intentó tomarme del brazo pero no hizo nada más y…
—Eso es más que suficiente —suelta, con un tono molesto—. ¿Por qué estaba intentando tocarte? ¿Quién es?
Me encojo de hombros. —No sé, solo alguien más.
Stanley niega con movimientos cortos, sigue tenso mientras me mira sin apartar su vista. — ¿Luego te encontraste con papá?
—Más o menos, salí de ahí corriendo y estaba pensando en cómo regresar pero mamá está ocupada y papá estaba con sus amigos, me sentía tonta por ponerme en riesgo y…
—Lacey —me interrumpe—. ¿Tonta por ponerte en riesgo? Perdóname pero no es tu culpa, ¿Qué tipo de cosas hiciste para ponerte en riesgo? ¿Caminar a mitad de la tarde? ¿Ser bonita? ¿Ser una chica? —Bufa—. Esos idiotas son una basura, no quiero que pienses que cuando te pasen esas cosas es por tu culpa.
Suelto una muy corta exhalación. Sin poder hacer nada para evitarlo, mi corazón y mi respiración se aceleran cada segundo más y más.
—Gracias —digo—. Gracias por pensar así, no tienes idea de lo malo que es ser una chica en este mundo.
Muerde su labio y luce como si quisiera decir algo más, suspira. —Me alegro que papá estuviera ahí, pero pudiste llamarme, ¿sabes?
Entorno mis ojos. — ¿Irías por mi si te llamo luego que te dije que no somos amigos y que no quería pasar todo el tiempo contigo?
Asiente lentamente, luego sonríe de lado. —Te haría bromas sin parar pero, lo haría. Lo haré, no importa lo mucho que me insultes, si necesitas ayuda en un momento así puedes buscarme.
¿Por qué Stanley tiene que ser tan amable ahora?
¿Siempre lo ha sido?
Pienso en los helados, ¿todas sus bromas fueron con esa intención? ¿En algún momento él realmente me odiaba? ¿Todo era mentira?
— ¿Por qué no me dabas los helados sin fingir que no eran para mí? —pregunto, no sé en qué momento él se acercó un poco más, o tal vez fui yo—. Siempre los presumías frente a mí y yo trataba de quitarte uno, pero al final, eran para mí, ¿no?